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En su deseo confundía las sensualidades del lujo con las alegrías del corazón, la elegancia de las costumbres, con las delicadezas del sentimiento.”



—Gustave Flaubert

Estaba asustado.

Demasiado asustado e indefenso que sentía su cuerpo desnudo frente a todos apesar de tener ropa nueva y limpia cubriéndo su cuerpo, protegiéndolo de las miradas oscuresidas por los anteojos negros de los guardias de seguridad, demasiados hombres enfundado en trajes negros, armas de fuego en sus manos e intercomunicadores en sus oídos.

Algo iba a ocurrir, lo sabía.

Desde que llegó no había visto tanta seguridad resguardando la casa, los hombres rodeaban y vigilaban cada metro cuadrado de la propiedad, demasiados hombres armados hasta los dientes por armas largas y cortas.

— Ponte esto.— con miedo e incertidumbre tomó el pañuelo amarillo que le tenía la dama de la casa, su mirada solo podía observar el vestido negro de la mujer y sus zapatillas del mismo color, haciendo juego con el blanco reluciente del piso.

— Amarrenlo bien en su hombro izquierdo. ¿Saben lo que hace un mesero? — con cuidado amarró el pañuelo amarillo en el hombro que le dieron y asintió a la pregunta de la señora, no miro a ninguna de las otras muchachas que estaban a su lado por miedo a cometer un error del que le costara la vida.

No escuchó que alguna de las demás jóvenes hablará pero los tacones de la dama fueron perfectamente percibidos por todos en el eco de la sala donde los habían llamando minutos antes, a todo el personal que laboraba dentro de la casa.

— Los únicos que salen a atender a los invitados del señor son todos aquellos que tienen los pañuelos amarillos en sus brazos, los rojos en la cocina y los verdes atienden en lo que haga falta sin salir de la casa, ya saben las consecuencias.¿Entendido? — asintió mirando la punta de sus zapatos negros relucientes contra el mármol del piso, siendo la primera vez que usaba zapatos tan caros y lustres en su vida, el traje negro sin corbata era algo incómodo porque no usaba traje y la única que vez que lo uso fue en el funeral de sus padres y desde ese momento prefirió no usarlo nunca, pero ahora no estaba en condiciones de botarlo.

—¡No los escuché! ¿Entendieron? —el grito hizo eco en las paredes blancas que eran resguardadas por guardias de seguridad.

—¡Si, madam! — contestaron todos en unísono, los tacones de la mujer volvieron a resonar informando que ahora ella parecía salir de la sala dejándolos solos.

Alzó la mirada buscando a las otras muchachas que al igual que él portaban el pañuelo amarillo en sus hombros, solo tres de ellas que lo miraron sin decir nada. Las demás mujeres entraron a la cocina en fila dejándolos a ellos en su lugar, al centro de la sala de estar.

— ¿A–ahora que hacemos? — susurró a una de las mujeres más cercanas a él, esperando que su voz no fuera lo suficientemente fuerte para que los guardias no la escucharan.

Ye Rin la chica que había entrado a su habitación noches atrás lo miro de reojo y encogió los hombros dando entender que no sabía que era lo que iban hacer, por lo que se quedaron ahí de pie junto al resto de las demás chicas que eran sus compañeras en su nueva labor, sin saber que hacer ahora que la señora de la casa se había ido.

AGUST-D. (Yoontae)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora