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El ánimo que piensa en lo que puede temer, empieza a temer en lo que puede pensar.

-—Francisco de Quevedo

No sabia a quien debía culpar o si existía algún culpable de su cruel destino, alguien que se hiciera responsable por todo lo que le estaba sucediendo, por lo que le sucedió y le seguía sucediendo a cada segundo que transcurría en el reloj, hasta cierto punto quería un culpable a quien echarle la culpa de sus desgracias.

Mucho más ahora que sabia a quien le pertenecía su vida y con ello no estaba seguro de siquiera ver el sol del día de mañana, las esperanzas de vivir una vida diferente a la que tuvo con su tío se esfumaron de sus sueños al momento que el nombre del aquel cruel hombre fue escuchado por sus oídos.

AgustD, la pesadilla que nadie quería en su vida, la sombra de la muerte tras su espalda ahora que la amenaza de recibir un castigo por desobediencia le fue impuesto, ningún hombre de la faz de la tierra deseaba tener algún problema con Agustd, el hombre más poderoso y temible del continente que manejaba al país entero, intocable por el gobierno y de los pocos que se atrevían a tentar a su suerte. Y que extrañamente su tío se empeño en meterse en problemas con ese hombre, recuerda vivamente que más de una ocasión tuvo que huir de la ciudad a la provincia en busca de protección de alguno de los amigos de su tío con la esperanza de vivir un día más, el miedo era igual o peor a los castigos y amenazas de su primo y tío, al ahora estar bajo el techo de ese mismo hombre, AgustD.

¿Por qué llegó precisamente con ese hombre?

¿Por qué no pudo terminar con algún otro mafioso menos tenebroso?

¿Alguien que no fuera tan imponente y sanguinario con lo era AgustD?

Por qué precisamente con el hombre que odiaba desde su niñez y que por su culpa la vida le dio la espalda de mil maneras, por qué con ese hombre que le arrebató la felicidad de tener una familia, una niñez como la de cualquier infante.

No podía descifrar que sentimiento era más poderoso dentro de su cuerpo, ¿El odio o el miedo?

El miedo quizás dado que era el resultado de los temores que se apoderaban de su cuerpo y que no podía controlarlos, el odio se sembró en su corazón pero con el tiempo entendió que llenarse de ese sentimiento tan drenante de energía y vida lo podía enloquecer decidió minimizarlo, sin olvidar la muerte de sus padres, por qué sabía que en algún momento, algún día ese hombre tendría su merecido.

En esos momentos el miedo le impedía actuar con facilidad alrededor de la cocina, sin siquiera poder lavar los platos de la comida que momentos antes empezó a lavar, más de una vez estos resbalaron de sus manos enjabonadas, trató con todas sus fuerzas de que el miedo no le causara problemas pero quizás esa era la peor de sus compañías, no lograba mantenerse concentrado con sus actividades porque el silencio de la casa en la que estaban era demasiado para él que le aniquilaba a cada segundo, el miedo le provocaba pesadillas por las noches y durante el día no tenía las fuerzas necesarias para seguir en pie, se mantenía alerta a cada segundo, ante cualquier ruido que pueda escucharse.

Y quizás el momento más difícil de sus actividades y de su presencia en esa casa era el momento en que entregaba el desayuno de ese hombre, cada que sus temblorosos pies subían los escalones a la habitación de aquel ser tan temible, su respiración atorada en su garganta y el rápido latido de su corazón contra su pecho, el temblor de sus manos al dejar la bandeja sobre aquella pequeña mesa de madera, en esos días no se atrevió a despejar su mirada del suelo ni para servir la copa de wiski a la hora de la comida, misma que también era subida y preparada por el bajo la supervisión de aquella mujer que según lo que había visto trabajaba en su computadora mientras él preparaba la comida de su jefe, era una escusa lo sabia, algunas veces sentía su mirada sobre sus movimientos pero jamás se atrevió a intentar mirarla.

Desde el principio de todo le advirtieron que jamás debía mirar a la cara al jefe y se lo grabó en la mente como mandamiento ahora que sabia a quien pertenecía su vida, cada persona que rodeaba a ese hombre jamás los veía al rostro.

—Sube una copa de vino— el plato redondo resbalo de sus manos apenas escucho aquello pero actuó rápidamente y lo atrapó en el aire evitando cometer una falta que le podía costar la vida.

Asintió con lentitud a la orden de aquella mujer dándose prisa en acatar su mandato, busco la botella que sabia estaba en la cocina, tomando consigo también una copa, subió con rapidez tratando de no demorar aunque por dentro deseaba todo lo contrario, quería demorar toda una vida en llegar ante la presencia de aquel hombre pero tenía prohibido hacerlo esperar.

Los dos guardaespaldas le miraron de pies a cabeza antes de abrirle la puerta autorizando su entrada, algo común a lo que debía acostumbrarse si se mantenía con vida.

La poco iluminación de la habitación le provocó escalofríos y temor por ser castigado en ese preciso momento, ese hombre jamás le dijo cómo o de que forma sería castigado pero sabía que nada suave tendría, sería golpeado quizás repetidas veces por los guaruras o tal vez usado como costal de boxeo mientras AgustD lo molia a golpes, de solo pensarlo quería aventarse por las escaleras, pero si lograba sobrevivir recibiría un castigo peor por ensuciar la alfombra o el piso con su sangre.

La ventana permanecía abierta por lo que el aire que entraba por la misma le dio un poco de tranquilidad, solo un poco porque sentía sobre su cuerpo una mirada profunda.

Se arrodilló rápidamente sobre la alfombra para proseguir a servir la copa, la misma acción que repetía siempre que dejaba los alimentos para ese hombre, en ese mismo lugar.

El sonido del líquido rojizo cayendo en la copa fue lo único que lleno la habitación mientras el tembló de su mano lo mantenía nervioso, no podía derramar una gota de vino frente a ese hombre.

Se retiró con cuidado y silencio dejando la copa servida esperando que le diera alguna indicación de que podía irse.

—Eh estado pensado en algún castigo a tu desobediencia.. pero ciertamente aún no me decido sobre que hacer.

La sangre se dreno de cuerpo al escuchar aquello.

— Aunque pensándolo bien hay algo que puedes ofrecerme a cambio del castigo.

¿Preguntar o mantenerse callado? ¿Qué debía hacer?

-—Si, será eso.

¿A qué se refirió con eso?

¿De que se trataba?

AGUST-D. (Yoontae)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora