"Hay puñales en las sonrisas de los hombres; cuánto más cercanos son, más sangrientos".
— William Shakespeare
Las luces naranjas de la habitación; parpadeantes, sombrías y sin fuerza trataban de iluminar las cuatro paredes oscuras de la habitación de interrogación y tortura, la misma que había resguardado a más de cien hombres que alguna vez osaron estar en su contra, la sangre seca seguía en el mismo lugar en el que el dueño de ella las derramo de su cuerpo, las manchas y gotas escarlata colgaban de la pared y el piso como decoración de la misma, pertenecientes a ella como parte de la edificación, al igual que la lámpara de colgar que alguna vez fue blanca y nueva, hoy permanecía roja y amarilla, vieja y rota por los años de uso.
No había ventanas, rejas o agujeros que la acompañarán, nada. Solo un cuarto vacío y sin nada más que una silla al centro de ella de metal con cadenas y sogas a los lados con las que sujetaban a los condenados a permanecer ahí; días y semanas enteras, agonizando y rogando por misericordia a morir que nadie escuchaba, que nadie nunca apreciaba a socorerlos por temor a lo que les pudiera pasar. Un lugar oscuro y enterrado dentro de las profundidades de la metrópoli; pero sin que absolutamente nadie supiera de su existencia. Custodiado y resguardado por una gama de tecnología de primer mundo, la mejor y más avanzada implementación de tecnología artificial en seguridad nacional, siendo utilizada únicamente por él. Ni el gobierno ruso tenía acceso a ella, no por el momento, lo que le daba la ventaja de estar dos pasos más adelante de la policía, la DEA y la CIA, los cuales estaban metiendo sus narices en su territorio y haciendo acuerdos con el ministro de seguridad y el de relaciones exteriores de Corea para frenar el narcotráfico y las exportaciones ilegales de cocaína al extranjero, esos bastardos pagarían con creces sus actos desleales. No por el momento, por qué los dejaría moverse hasta rogar de rodillas morir por sus manos, y la muerte seria un premio en sus vidas.
— Empiecen.— ordenó apenas entró a la habitación de interrogación seguido de sus seis guardaespaldas, dos torturadores, y el mujer de la limpieza.
Los torturadores se acercaron al sujeto que permanecía en la silla inconciente con la cabeza hacía atrás y los brazos y piernas amarrados con sogas a cada lado de la silla.
Sin esperar demasiado, uno de los dos fortachones hombres tomo una cubeta de líquido transparente que traía con él y la arrojó sobre el inerte cuerpo del hombre que al instante despertó de golpe y con la mirada perdida, los hematomas cubrir su rostro y parte de su cuerpo.
Con ayuda de la mujer de limpieza colocaron al traidor de pie y desataron los amarres, lo que le dio tiempo suficiente para presionar el botón rojo del control remoto que guardaba en el interior de su camisa blanca bajo el saco pulcramente planchado, el sonido de engranes forzandose a seder reinaron en las cuatro paredes de la habitación dejando suspendidos dos tubos de acero inoxidable colgados del techo con esposas incluidas.
Inmediatamente, los hombres colgaron de sus manos al traidor que emitía rugidos de dolor y quejidos, suplicas de misericordia para que tuvieran piedad de él, pero sus ruegos no eran escuchados.
El rostro desfigurado y lleno de sangre predominaba la cara de ese hombre que alguna vez conoció hacía años y de lo mucho que le había servido, años en los que entrego su vida completá a él que por una mala desición termino ahí, en las manos del demonio mismo, el verdugo que le quitaría el último aliento en la tierra.
El hombre de mayor experiencia y edad dentro de los castigadores termino por romper los pedazos de las prendas que cubrían el cuerpo desfigurado del traidor. El crujido de las fibras negras de la tela protestaron ante la fuerza ejercida sediendo ante la acción y dejando los hombros, pecho y estómago desnudos, dejando al descubierto las mangas verdes y moradas que pintaban el cuerpo lanjido del hombre.
— Cinco.— ordenó asía los hombres que hicieron una reverencia ante él.
El segundo castigador preciono el botón amarillo claro del tubo de metal para hacer que la pared de su derecha se abriera en cuatro cuadrados y de ellos aparecieran varias herramientas de tortura, de los que sobresalían más; las pistolas eléctricas Taser, picana eléctrica, látigos, cuchillos, grilletes, mascaras de tortura, varas, entre otros, cada uno de ellos pensados estratégicamente para cada tipo de tortura, especialmente en ese caso, esa pared solo tenía herramientas menos drásticas y mortales que las otras como prudencia al traidor que le había servido por diez años, un antiguo trabajador del señor Min, y solo por ello debía tener un trato distinto en agradecimiento por sus años de servicio.
El látigo fue la herramienta escogida es día. El castigador inicio con su trabajo; marcando, abriendo y sangrando la espalda del hombre traidor.
Uno.
Dos.
Tres.
Cuatro.
Cinco.
Cinco golpes marco la espalda amoratada del hombre que alguna vez fue elogiado por su arduo, limpió y perfecto trabajo bajo sus órdenes y hoy estaba recibiendo el pago por sus erróneas acciones, un escarmiento antes de morir por romper una de las sagradas leyes de su clan.
El sonido de la carne fresca y tierna resuena en cada rincón de la habitación, torturando a los hombres que le acompañan, como advertencia de que en ningún momento pensaran en traicionarlo, nadie. Nunca. Si por alguna razón pensaban en hacerlo su destino sería ese.
— Cambio .— ordenó esperando a que el fortachón hombre, descansará y recuperara las energías gastadas al dar los azotes, el sudor cayó de su frente como agua y sus músculos dejaban a la vista de todos los grandes y marcados tatuajes mientras tensaba sus músculos ante cada movimiento.
El turno del otro castigador continuo, tomando como herramienta de tortura dos cuchillos afilados de punta delgada.
— P–piedad... P–por favor.. — sangre escarlata acompaño a la suplica del moribundo, desparramando la sobre el cemento mugriento de sangre.
La voz rota y suplicante del hombre le advirtió que ya no tenía las fuerzas necesarias para resistir una tortura más, para haber sido uno de sus hombres su resistencia era poco, demasiado poca. La páliza de calentamiento pareciera que había acabado con el hombre y los azotes terminaron por matarlo.
Levanto su mano derecha en señal de que el castigador detuviera su acción.
— ¿Quién te mando? — preguntó serenamente, no tenía prisa en saber la respuesta por qué ya la sabía y solo estaba esperando confírmarla, aunque prefería mil veces que el traidor hablara rápido. Tenía que encargarse personalmente de hacer pagar al culpable de todo.
— Mi señor... tenga piedad de mi..— suplico el hombre sin responder a su cuestión por lo que le dio una señal con la cabeza al castigador de que iniciará con si trabajo.
El grito ensordecedor de dolor que pego el hombre le provocó dolor de cabeza y desesperación, el tipo no estaba cooperando.
Y eso empeoraba la situación y su agonía.
— ¿Quién te ordenó hacerlo? — volvió a preguntar acercándose el hombre le sirvió de guardia de seguridad.
El hombre parecía dudar y pensar cuidadosamente la respuesta a su interrogante. Demasiado tiempo que le estaba provocando desesperó
— Continúa. — dio la órden de seguir con la tortura.
— ¡El jefe Yang! Fue el jefe Yang.. el jefe de seguridad..— la sangre cayó sobre su traje impecable manchando lo y arruinandolo, antes de que me el hombre quedara colgado de sus manos y su cabeza rodara a sus pies.
— Asegúrense de que no quede nada de él.
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AGUST-D. (Yoontae)
Hayran KurguDesde Asía, Europa y América su apodo es susurrado entre las calles de los barrios pobres, entre las bocas de los personajes más importes del mundo; desde políticos, religiosos y empresarios. Nadie ha visto su rostro y los que alguna vez se atrevie...