Cap. 10

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—¡Por favor no me lleves con los hombres de nuevo!— rogó la niña de cabellos dorados que se cubría con los brazos su cabeza de manera defensiva mientras mantenía sus ojos cerrados sin atreverse a mirar a la mujer.

La más pequeña escuchó unos pasos pesados que se acercaban a ella lentamente, los cuales pararon en seco al ponerse su pequeño camaleón entre ambas en un intento valiente pero a su vez inútil de confrontar a quien sea que fuera. Pero pronto una voz suave y delicada se hizo presente en la habitación silenciosa.

—No te llevaré con ellos, tranquila— intentó consolarla para que dejara de llorar.

La de ojos verdes se atrevió por primera vez a mirar a la chica que tenía enfrente, era de tez pálida, cabello tan negro como el carbón, ojos grisáceos que resaltaban con la tenue luz de la habitación, complexión delgada y alta, labios rojizos y probablemente suaves. Se quedó analizando por un momento a la persona en frente de ella, a pesar de lo bonita que se veía no podía ignorar la sangre que tenía en la cara, probablemente de ella misma pero seguía con la probabilidad de ser de alguien más y eso la ponía nerviosa. La mayor se puso de cuclillas frente a la niña quedando a su altura mientras con una mano acariciaba la barbilla del pequeño animal quien se tranquilizó ante el tacto; al parecer la desconocida sabía tratar con camaleones.

La rubia la miró con sorpresa, no había encontrado a nadie que le agradara a Pascal, mas que ella. Tampoco es que conociera mucha gente que no la maltratara. Pero algo en ella no le inspiraba confianza, tal vez por su mirada vacía o por la sangre que manchaba su ropa, tal vez por la espada ensangrentada que cargaba o su inusual cabello corto, tal vez por sus ojeras o la sangre que tenía en las manos. Un aluleo se escuchó afuera de la torre por lo que la chica alzó su brazo permitiendo que un búho se posara en el mismo. Incluso el búho la hacia parecer aún más tenebrosa y la tenue luz no ayudaba pues hacia que resaltaran los ojos del animal emplumado entre toda la oscuridad.

—¿E-enserio?— preguntó la pequeña cuestionandose a si misma si se estaba volviendo loca o al fin la muerte iba por ella.

No sabía como era la apariencia de la muerte, pero la chica con su espada, sangre y su búho en el brazo era lo más parecido que había visto de la muerte ya que usualmente decían que daba miedo. Y su cerebro podría estarle jugando una broma para tener compañía en ese lugar tan desolado que lo era la torre.

—Claro, no te preocupes, puedes estar tranquila— la azabache dejó de acariciar al reptil para darle caricias a su búho—. Solo quería pasar la noche acá, pero si quieres puedo irme— ofreció la mayor levantándose para irse sin querer hacer sentir incomoda a la menor con su presencia.

—¡Espera!— detuvo la de cabellos dorados mientras intentaba levantarse—. Puedes quedarte esta noche si lo quieres...— mencionó la menor con algo de nerviosismo, no sabía si dejar que se quedará era la mejor opción, pero al menos era mejor que quedarse sola toda la noche mientras esperaba a su madre que solo la maltrataba.

—Gracias— volvió la mirada a la niña mientras le sonreía, realmente parecía que estaba cansada o eso pensaba la menor quien le sonrío de igual manera.

—¿Tienes hambre?— rompió el hielo para que el ambiente no se volviera incomodo, algo que podía hacer por ella era darle comida, sobraba demasiado y no quería desperdiciar—. Puedo hacer sopa de Minne, es deliciosa.

Ofreció la menor quien siguió sonriendo ante la presencia de alguien más, esta era una oportunidad de hacer un amigo que tal vez no la trataría mal a pesar de su pinta de delincuente, después de todo nunca tienes que juzgar a un libro por su portada. La sopa de Minne era su favorita cuando la sopa de avellanas se llenó de sus recuerdos de sufrimiento incesante a la hora de la comida, volviéndose amarga y asquerosa, por lo que nunca le confesó a su madre que le gustaba más la sopa de esa peculiar flor azul que la sopa de avellanas.

El Último Llanto  (Cassunzel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora