Cap. 11

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No se dio cuenta de cuanto había salido el sol, pero si se percató de que ahora había aprendido esa lengua extraña gracias a una libreta que tenía algunas letras traducidas, solo quedaba completar las frases y todo estaba resuelto, lo descifró descubriendo un hechizo de la luna y el sol, parecía una canción. Así que la magia si existía, no podría decir que no después de ver a una niña con al menos más de diez metros de cabello, algo muy inusual, aunque podría ser solo eso, algo raro.

Salió de la habitación arrastrando los pies, tal vez no valía la pena el aprenderse esos códigos a cambio de horas de sueño, pero ya era de mañana y lo mejor para ella era dormir antes de que Rapunzel despertara y probablemente la corriera.

Buscó un lugar donde dormir sin encontrarlo, por lo que sin otro remedio se tumbó en el suelo y colocó la bolsa debajo de su cabeza para que actuara como almohada, la cual le incomodó por completo. Se sentó en el lugar a punto de maldecir la bolsa llena de joyas, pero una figura pequeña que estaba al final de las escaleras la hizo cambiar de opinión.

—Hey Raps, buenos días— habló la azabache sintiendo que de buenos no había nada.

—¿Dormiste ahí?— preguntó curiosa la menor mientras sostenía entre sus brazos su almohada pues había salido creyendo que no se encontraría a Cassandra aún en su torre.

—Uh... si— contestó dudosa pues ni siquiera había dormido, pero eso tal vez preocuparía a la rubia pues en lugar de dormir estaba husmeando en la casa—. No es muy cómodo pero es mejor que dormir a la intemperie. 

—¿Quieres dormir en mi cama?— ofreció sin pensarlo mucho, cuando se dio cuenta de sus palabras se sonrojo levemente y agregó—. Solo si quieres... Es más cómoda que el suelo.

—Uh...— lo pensó por un momento ignorando el leve color carmesí que adornaba las mejillas de la rubia—. Esta bien. De todos modos casi no dormí.

Se levantó y subió las escaleras siguiendo a Rapunzel que se apresuró a ir a su habitación. Entró poniéndole más atención a su entorno; las paredes estaban llenas de dibujos, la mayoría con colores fríos y usualmente había manos con garras y bocas con colmillos, además de ojos pintados por toda la habitación, no sabía exactamente como iba a dormir si sentía que la observaban. La rubia estaba acomodando su cabello largo por la habitación con el fin de que no sea molesto.

La azabache se dirigió a la colcha que estaba en medio de la habitación, la rubia estaba sentada del otro extremo esperando a la chica, Cassandra no muy segura de que hacer solo se quitó las botas y se sentó en la cama esperando instrucciones o que la rubia saliera de la habitación. La morena parecía tener un conflicto interno sobre si decir algo o marcharse. Finalmente habló.

—Yo... tampoco dormí bien, puedo...¿dormir contigo?— pidió la menor mirando atentamente a la azabache que no sabía cual era la mejor respuesta.

—Eh..Claro— contestó finalmente mientras se intentaba relajar en el lugar.

La rubia se subió por completo a la cama cuidando el espacio personal de ambas, aunque la cama estaba diseñada para una sola persona por lo que era complicado el estar separadas. Ambas se recostaron en la pequeña cama dándose la espalda entre si esperando dormir.

Lo cual no sucedió ya que la rubia se sentía desprotegida e insegura mientras la azabache se sentía observada por todos los ojos que estaban en la pared.

—Cass— susurró la de pecas mientras cambiaba de posición hasta quedar enfrente de la espalda de la azabache.

—¿Si?— preguntó Cassandra mientras cerraba los ojos tratando de ignorar los dibujos turbios de la habitación.

El Último Llanto  (Cassunzel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora