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-Capítulo Final- 

Sobre un tronco seco, en medio de la oscuridad y esa tenue luz dorada a causa de la fogata ambos chicos se besaron. La brisa helada de la laguna les erizaba la piel del cuello, pero para eso estaban las cálidas manos de Izuku, que contuvieron y acariciaron la pálida dermis del menor que se deshacía en cada beso.

Como arena Katsuki comenzó a desmoronarse sobre el regazo de Izuku.

Pequeños quejidos involuntarios chocaban en el rostro de Izuku cada vez que apretaba su cintura contra su cuerpo. 

Sus besos se volvieron mas húmedos, al igual que sus pestañas que se humedecieron en lágrimas al pensar en cómo es que por un segundo se sintió amado entre los brazos de Izuku.

Su estómago estaba revuelto, pero ¿por qué? Las suaves caricias, las palabras del pecoso entre beso y beso, el haberlo traído acá en medio de la nada, haberlo consolado después de llorar en medio de la laguna, y sus manos, que lo sostienen como si tuviese miedo a que su cuerpo se desvaneciera.

Con cariño y anhelo.

Admiración y amor.

Katsuki se sintió amado, y no pudo evitar derramar lágrimas ante el poco familiar sentimiento.

Izuku se percató, pero no habló al respecto.

Esto que ambos habían formado en medio de la nada en su pequeño campamento de dos días era hermoso, el paraíso de ambos, lejos de todo, de todos.

Izuku le enseñó en el corto periodo de dos días cómo su corazón es capaz de amarlo bien, de quererlo bonito, sano.

Y esta vez no era un amor inmaduro como el de Tetsutetsu invitándole helados de vainilla después de clases de álgebra, tampoco era el doloroso amor de Sero escabulléndose en medio de la noche en las habitaciones de su facultad para dormir a su lado después de humillarle una semana entera; esta vez era Izuku, el de pecas sosteniendo su cuerpo apegado a él, besando sus lágrimas y perdonando su pasado, por más horrendo que fuese.

Para Izuku no había nada que perdonar, nada en Katsuki era un error, simplemente era así. Eso incluye todo, desde los golpes hasta los vergonzosos videos que alguna vez guardó egoístamente para satisfacerse.

El peliverde no lo sabe con certeza, pero sabe que en el tembloroso mentón que lo besa a pesar de las lágrimas hay afecto. Katsuki si lo quiere, aunque no lo diga.

Y el solo pensamiento lo hace feliz, mas feliz que cualquier persona en el planeta.

Izuku desvió su mano al pecho del rubio cuándo este se acomodó con sus rodillas apresando al mayor. Y con un suspiro aireado abandonó los ya hinchados labios color cereza del menor.

Katsuki lo miró de cerca, estaba oscuro, pero la luz de la luna y la fogata a su espalda le daban un aspecto etéreo; sus ojos brillaban, aunque fuese de noche.

Sus ojos, como dos esferas de vidrios recubiertas por lágrimas saladas, transmiten tanto que el pecho de Izuku se aprieta.

Katsuki está ebrio de afecto.

Y es alcohólico cuando se trata de Izuku.

El pecoso deslizó su pulgar con lentitud sobre el primer botón de la gruesa camisa de franela que Katsuki vestía aquella noche. Lo desabotonó, y lo volvió a besar, pero esta vez en la mejilla.

Katsuki cerró sus ojos ante el beso en su rostro, y se dejó hacer por Izuku, quien luego desabotonó el segundo, y después el tercero...

"Quiero verte" un murmuro lento contra su mejilla que erizó la piel de Katsuki.

El rubio de Artes // DKBKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora