Capítulo 22

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Follar con una mujer a diez mil pies de altitud con las manitas atadas.

Puesto en esos términos la mía es una oferta a la que ni siquiera yo me negaría. Bueno, supongo que todo depende de quien sea aquella mujer. En este caso, soy yo, Zulema Zahir, una criminal internacional que te pide follar en el baño del avión. Visto así, ¿qué hombre heterosexual se negaría jamás a esa oferta? Ninguno que yo conozca, los hombres son todos cerdos que piensan con la polla y no con la cabeza. Hierro no es la excepción. 

Volteo a ver la tormenta que se aglomera fuera del avión mientras mi acompañante considera una propuesta que ya ha aceptado sin siquiera darse cuenta. Con suerte esta será una turbulenta tormenta y con algo más de suerte, la sangre que ahora se dirige a la entrepierna de Hierro en lugar de a su cerebro le impedirá darse cuenta lo estúpido que es afrontar un viaje turbulento en avión si no estás en tu silla con el cinturón abrochado y en especial si estás en una cabina de dos metros cuadrados con una tía pirada.

Por mi libertad haría cualquier cosa, si estuve dispuesta a matar a mí Gitana y a su bebé por mi libertad, la resolución de follarme al guardia encargado de mi traslado viene a mí con bastante facilidad la verdad. 

Mi plan se pone en marcha mientras Hierro me empotra contra el lavabo de la cabina del váter del avión. Hay algo excitante en esta situación. ¿Acaso me pone algo tan trivial como follar en un avión? Yo creo que no, ¿será entonces la adrenalina de escapar de un avión en pleno vuelo? Cosa que nadie se espera que haga. Supongo que es algo que me define, la impulsividad y el ser impredecible. Siempre me ha encantado ver la cara de miedo absoluto de mis rivales cuando no se enteran de que es lo siguiente que haré. Aunque mi plan no incluye saltar de un avión en movimiento como Hierro sugirió, la adrenalina me inunda como si estuviera a punto de hacerlo.

«Sigue, sigue, sigue.» Le digo a Hierro entre gemidos cuando una turbulencia sacude el avión y él se para a pensar si a lo mejor esto no es un error. Con la frente pegada al espejo observo como él continúa con su única tarea, su absoluta atención en una sola cosa, empujar. Se le ve completamente concentrado, como si estuviera haciendo un deber del instituto de dificultad particular, es casi enternecedor. Entonces una sacudida grande me hace caer sentada sobre el lavabo y a él que no lo esperaba lo estrella contra el techo y lo deja tirado en el suelo. 

Se espabila rápidamente y con la frente sangrando contra la pared del cubículo me mira, como un cachorrito en la vitrina esperando un gesto que le dé esperanza de que va a ser adoptado al fin. No dudó un segundo en darle al menos cinco patadas en la cabeza, que seguramente lo dejarán inconsciente por un buen rato y me dispongo a quitarme las bridas que me sujetan las muñecas.

Por un momento cuando ya tengo las manos libres contemplo lo que debería hacer con Hierro y entonces lo esposo a una barandilla del baño y lo dejo encerrado allí. Soy una criminal y estoy pirada, pero lo de asesinar cachorritos no se me da.

La tormenta empeora cuando regreso a la cabina, pero saltando de fila en fila como Super Mario me hago con la pistola de la inspectora que también me estaba custodiando y su huella digital. Y cuando digo su huella digital—, bueno ya se imaginarán.

Con el sabor a óxido de su sangre aún inundando mi boca me atrapan Castillo y Hierro, mientras trato de secuestrar el avión y obligar a los pilotos a bajar en cualquier lugar del mundo menos a donde ahora me dirijo. Un largo paseo en autobús y directo a aislamiento. Eso pone en perspectiva aquello de matar cachorritos ¿no creéis?

Os preguntaréis porqué os cuento la historia de mi infructuoso escape del avión de traslado con tanto detalle y hay dos razones para hacerlo. La primera es que mi vida a partir de allí es una auténtica mierda y la segunda por supuesto es que todos aman una historia de sexo y cachorritos.

Éxtasis | Vis a visDonde viven las historias. Descúbrelo ahora