Capítulo 23

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Despertar del coma para mí fue como estar muerta y volver a la vida ocho meses después, parece irreal. Estar en coma es como tomarte unas vacaciones de tu existencia, te olvidas de todo, de las personas que te quieren, de tu día a día, de tu trabajo de mierda y de que debes sacar al perro a pasear. Te desconectas por completo y te olvidas de seguir existiendo. Hasta que un día después de una respiración profunda, tu cerebro se enciende como un árbol en víspera de Navidad, un millón de luces parpadean a la vez y otra vez eres un desgraciado más en esta tierra, viviendo una miserable vida, que en mi caso inevitablemente termina en Cruz del Norte, solo hay algo que puedo rescatarle a ese lugar, y es que allí es en donde está Zulema.

Nada más llegar a mi antiguo hogar veo a todas mis compañeras, alegres de que haya vuelto a la vida, celebrando como si hubiese algo valioso en mi vida presente o pasada que celebrar. Por fuera sonrío, pero por dentro solo hay algo que me preocupa.

"¿Y Zulema?" Preguntó a Sole, cuando su ausencia se hace tan notoria que no lo puedo evitar.

"¡Ay! Mi niña, lo mejor es que la dejes estar por ahora," Sole responde con una expresión triste y yo no entiendo a qué se refiere.

"¿Qué ha pasado?" Preguntó yo sin poder evitar buscarla con la mirada aunque sé que no está presente entre la multitud.

Después que Sole me cuenta todos los acontecimientos que me perdí durante mis vacaciones forzadas, incluyendo que fue ella quién me sacó de aquella lavadora y prácticamente salvó mi vida, me dirijo al patio. Aparentemente el lugar que Zulema solo deja en las tardes cuando los guardias la obligan a entrar y al cual regresa en las mañanas tan pronto se abren las puertas nuevamente.

Zulema tenía una hija, parece una noción casi imposible de creer, la verdad es que no me lo puedo imaginar, aunque me gustaría hacerlo. 

Zulema tenía una hija y el cerdo de Sandoval la ha matado.

Encuentro a la morena sentada en el patio en medio de una mancha enorme de sangre seca, su mano extendida sobre el asfalto y la mirada perdida en el rojo de la sangre, se ve triste, nunca le había visto así antes.

«Me han dicho que tú me sacaste de la lavadora», es lo primero que se me ocurre decirle, porque no se qué se dice en una situación como esta, tal vez si, a una persona del común se le da el pésame, con Zulema todo siempre es fuera de lo ordinario, ella es algo diferente, algo salvaje, jamás sabes cuándo estás haciendo algo que la hará enfadar lo suficiente como para que decida matarte. Zulema se queda pensativa, como si hace mucho tiempo no pensará en ese momento, en el día que salvó mi vida, entonces asiente con la cabeza, no me mira pero puedo ver la tristeza en sus ojos aunque los aparte de mí, quiero erradicar esa tristeza pero no sé cómo, «te lo agradezco». 

«Lo hice pa' matarte yo», asegura con la voz demasiado ronca, como si llevará días sin decir palabra.

«No te lo voy a poner fácil», digo con una sonrisa. Zulema sigue siendo ella misma a pesar de todo.

«Tranquila. Ahora ni me apetece», dice entonces hablando de intentar matarme como quien observa el menú en un restaurante y decide ordenar cualquier otra cosa que no sea pescado, porque no le apetece la comida de mar.

Entonces enciendo un cigarro, contemplando lo cotidiano de nuestra conversación, a ella le matan a su hija y en lugar de consolarle, acá estamos hablando de nuestra estúpida rencilla pasada y como queríamos matarnos a toda costa.

«Yo entré aquí por imbécil—, porque me enamoré de un puto gilipollas que me hizo robar en su empresa», Zulema me mira con ojos grandes, como queriendo saber a qué voy con esto, «después me quise hacer con el control de la cárcel—, para sobrevivir,» continuo hablando. «Y ahora lo único que me importa es la libertad. Quiero salir de esta puta jaula», Zulema asiente, «Ahora te entiendo».

Éxtasis | Vis a visDonde viven las historias. Descúbrelo ahora