Capítulo 2

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Sé que la rubia no salió a rescatarme a la playa, se que por algún motivo ha venido a mi cuarto y no me ha encontrado, ha tomado mi pistola y luego ha salido a buscarme con ella, se que ha querido matarme y aunque no estoy segura que hubiera sido capaz de hacerlo, no me puedo permitir que me ande amenazando cada vez que le venga en gana; así que, seré yo quien marque las reglas de este juego, haré que se entere que la amenaza aquí soy yo.

Rodeo a la rubia, que se queda parada en mitad de la habitación cómo si no pudiera moverse y la abrazó por la espalda, mi mano viaja directamente al interior de sus bragas y ella se queda de piedra entre mis brazos, veo como el vello de su cuello se eriza de repente y casi puedo jurar que escucho el retumbar de su corazón contra sus costillas y de pronto lo que planeaba convertir en una amenaza, se vuelve un poco más interesante.

Siento como se empapan sus bragas y mis dedos a la vez y entonces empiezo a mover mi dedo índice en círculos y la rubia suelta un gemido ahogado.

«Podemos olvidar ese trago y hacer algo más interesante si quieres rubia, pero si en verdad no te pongo lo puedes tomar e irte a dormir», suelto yo de manera lasciva, haciendo que sus bragas se mojen un poco más y entonces ella niega con la cabeza y recarga su peso contra mi cuerpo instándome a continuar, pero tan repentinamente como todo inició, me separo de ella y por un momento pienso en dejarlo ahí en una pequeña venganza que le lanzo, antes de amenazarla por pensar siquiera en tratar de matarme, otro gemido escapa sus labios y de pronto, siento unas irrefrenables ganas de simplemente dejar todo pasar y disfrutar el momento.

La rubia se gira y me lanza una mirada, veo el deseo en sus ojos y se que quiere mucho más que lo que acaba de pasar y a decir verdad, yo también lo deseo. Entonces le lanzo una sonrisa socarrona, me llevo la mano que tenía en sus bragas a la boca y empiezo a chupar uno a uno mis dedos hasta que no hay más rastro de su excitación en ellos. Ella quiere jugar con fuego y la verdad es que yo la quiero quemar.

«Me parece a mi que sí que te pongo un poco Macarena, pero esa solo es mi humilde opinión», le digo guiñando un ojo y haciendo un gesto de separar lo más posible mis dedos índice y pulgar, luego tomo mi copa del mesón y empiezo a caminar hacia mi habitación. La rubia no se mueve ni un centímetro de dónde está, cómo si le hubieran clavado los pies al suelo y entonces me giro y con la mirada fija en la suya le pregunto, «¿vienes entonces rubia? La verdad es que espero que sí, no te voy a mentir».

El reloj hace tic tac, pero el tiempo no avanza.

Llevo cinco minutos sentada en la esquina de la cama, la copa que traía lleva más de dos completamente vacía y de la rubia nada. La pistola en mi mano izquierda descansa sobre mi muslo, cuando lanzo la copa de cristal contra la puerta y esta se abre un segundo después. Macarena observa el vidrio en el suelo y luego observa la pistola en mi mano y la resolución que tenía al abrir la puerta se desvanece rápidamente de su cara.

Ella sabe que yo sé lo que ha estado planeando antes de su heróico rescate y ahora se plantea el volver por dónde ha venido.

De eso nada.

Me levanto y caminó hasta la puerta y tiro de ella hacia mi por la cintura, ella da un salto para no pisar los cristales con sus pies descalzos y yo la besó antes que tenga tiempo de pensar.

«Deja de calcular todo rubia, es realmente frustrante», susurro contra sus labios y ella no dice nada, en lugar de eso me besa de nuevo, «desnúdate», ordeno yo cuando nos separamos a falta de aire y doy un paso hacia atrás para mirarla.

«Si me quieres desnuda, vas a tener que hacerlo tú», contesta ella y yo me muerdo el labio inferior para esconder lo mucho que me cabrea que me lleve la contraría; sin embargo, me acerco a ella y en menos de un minuto la tengo en solo bragas frente a mí.

Macarena pone sus manos en mi cadera y sus dedos pulgares se deslizan bajo mi  camiseta en una caricia imperceptible, entonces sus manos se deslizan más arriba y termina por sacarme a la vez la camisa y  la nadadora que llevo puestas. La empujo sobre la cama y me siento a horcajadas sobre ella cuando siento que estoy perdiendo el control de la situación, pero mi falda está tan apretada que se desliza hasta mi cintura una vez separo las piernas y la rubia aprovecha esto para deslizar sus manos por mis muslos hasta mi cadera y tirar de mis bragas hacia abajo. Luego en un rápido movimiento desliza todo su cuerpo hacia abajo, hasta que su cabeza está directamente entre mis piernas y yo me arranco las bragas de un tirón para que dejen de estorbar en su camino.

Me dejó llevar por el éxtasis del momento, de repente, Macarena y yo ya no somos las enemigas juradas que acostumbramos ser. Somos dos chicas más, pasándolo bomba en sus vacaciones en Marruecos.

Me olvidó que hay un convoy de hombres muertos en el desierto que ya no va a venir a recogernos. Ya no estamos escapando estamos viviendo el momento.

...

A la mañana siguiente mientras negocio mi libertad con el inspector en el porche de la casa en la que nos ocultábamos, pienso en el equilibrio del universo.

Esto es lo que los budistas llaman karma, tú traicionas al amor de tu vida por dinero para tu libertad y cinco minutos después una hija de puta con cara de mosquita muerta, te convence de ser incapaz de traicionarte y lo hace.

Sangre por sangre.

Vida por vida.

Casper ha muerto, yo la he matado, desperdicié una bala en la persona equivocada y ahora estoy devuelta en prisión, la rubia me ha traicionado, lo ha hecho todo ella y yo la he dejado.

«A la rubia revísale bien, que se esconde teléfonos en cualquier agujero», le digo a la gobernanta cuando nos ordena desnudarnos y la rubia tiene los cojones de negarlo todo.

He traicionado al amor de mi vida y ha sido ¿por qué? ¿Por dos minutos en la playa y un polvo con una pija que a la primera oportunidad me arrastra de vuelta al agujero? Pues bien hubiéramos echado el polvo acá y ya, estaríamos igual de jodidas y ahora no la tendría que matar.

Éxtasis | Vis a visDonde viven las historias. Descúbrelo ahora