Capítulo 13

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«Pero que hija de puta—», me repito una y otra vez al salir por la puerta, «—que hija de puta, ¡Agh!» gruño cuando llego al primer peldaño de la escalera de la galería y no soy capaz de subirla, entonces doy media vuelta y camino de nuevo por donde llegué, «eres una grandísima hija de puta, Zulema», le digo cuando la encuentro en el lavabo echándose agua en la cara, ella me voltea a ver, mientras se seca la cara con la toalla que yo me he dejado olvidada al salir de acá y me envía una mirada retadora como instándome a decirle algo que no sepa ya.

Yo no digo nada, en su lugar me acerco a ella, la empujo contra el lavabo y la comienzo a besar. Ella se deja hacer, sin luchar ni un solo segundo por recobrar el control.

La levantó del suelo con mis manos en sus glúteos y la obligó a sentarse sobre el lavabo, sus piernas abrazan mis caderas y yo la besó en un intento desesperado por hacerle entender que la odio. La odio tanto porque no la puedo odiar. Porque me alegra saber que sigue viva. Porque no importa cuántas veces me traicione, sé que ya algo dentro de mí ha cambiado y aunque la quiera matar, no creo poder hacerlo.

«Te odio», susurro entre sus labios.

«Y yo a ti», me responde ella pero sé que miente.

Sus manos se entrelazan en mi cabello mojado y me besa fervientemente.

«Te odio», repito yo entre sus labios y entonces Zulema tira de mí cabello hacía atrás, para que me separé un poco y le pueda ver la cara.

«Lo siento Maca, en verdad lamento haber entregado a Román», me dice y por algún motivo creo en sus palabras.

Por un momento me permito creer que todo esto de traicionarnos constantemente, de querer hacer daño a la otra, de querer matarnos todo el tiempo, ha terminado.

«Dirás que enloquecí, pero te creo», le digo entonces y empiezo a besarle el cuello, ella gime en mi oído y esto me pone un montón, me doy cuenta que podría pasar la vida entera sin escuchar otro sonido a excepción de sus gemidos y aún así morir en paz, porque simplemente es suficiente para mí, «me alegra que sigas con vida».

«Solo muere quien es olvidado, rubita. Tú, me recordarás siempre», dice la morena mientras su mano se desliza entre nuestros cuerpos y directamente al interior de mi pantalón.

Zulema tiene razón. De todas las personas que he conocido en mi vida y en esta cárcel, por la única que pondría la mano en el fuego, para asegurar que recordaré siempre es por ella.

«Cállate y cógeme ya, Zulema», le digo yo antes de morder la blanquecina piel de su cuello, lo suficientemente fuerte para dejar una marca roja que se desvanecerá en minutos, ella gime de nuevo e introduce dos dedos dentro de mí con tal rapidez y tan poca anticipación, que solo lo puedo ver como una pequeña venganza por mi mordisco. Entonces le muerdo otra vez y otra y otra, subiendo por su cuello hasta que vuelvo a sus labios y esta vez es ella la que me muerde a mí. Sus dedos entran y salen una y otra vez de mi centro, haciendo escapar gemidos de mi boca que cada vez son más intensos.

Zulema me besa y yo gimo entre su labios y agarrada con ambas manos al lavabo espero mi primer orgasmo, entonces mis gemidos se convierten en gritos y los besos de Zulema en una sonrisa torcida que posa sobre mis labios.

Recargo mi frente contra la suya mientras me recupero. Ella empieza a tararear una canción y me mira a los ojos, su mirada es muy intensa y me genera una sensación que no puedo describir en el estómago.

Aparto la mirada y la fijo en el suelo donde hace unos minutos, casi acabo con la cara de una de las matonas de Anabel, para este momento ya Sandoval se estará encargando de sus heridas.

«Eh, rubia, estoy aquí en frente», me dice Zulema y mi atención completa vuelve a ella. Entonces la abrazo por la cintura y la levantó del lavabo, sus piernas abrazan fuertemente mi cadera y sus brazos mi cuello, en lo que yo la llevo hasta la banca más cercana y la recuesto en ella. Entonces su agarre se suelta y simplemente me mira recostada desde la banca de madera para ver qué es lo que voy a hacer. Yo me arrodillo entre sus piernas inclinándose para besar su abdomen, comienzo a bajarle le pantalón y ella entrelaza sus manos en mi cabello.

Entonces me doy cuenta que el resto de su ropa me estorba y simplemente me empiezo a deshacer de ella, hasta que se encuentra completamente desnuda frente a mi. Me inclino para besarla pero ella tira de mi cabello hacia atrás.

«Mucha anticipación rubia, vamos a ello», me dice y yo me río por lo bajo pero le hago caso.

Con sus piernas a ambos lados de mi cara la empiezo a saborear.

Zulema es mi droga personal todo de ella me hace querer más. Soy adicta a su piel, a su olor y en especial a su sabor.

Deslizo mi lengua de arriba a abajo entre sus pliegues tan lentamente, que se que la saco un poco de quicio, porque con sus manos en mi cabello ella trata de empujarme para que vaya más rápido. Yo simplemente me resisto y sigo a mí ritmo. Un toque de mi lengua a su clítoris equivale a otro empujón de sus manos y un suspiro ahogado de su parte, pero entonces yo deslizo mi lengua hacia abajo hasta que tocó su entrada y ella gruñe.

«¡Macarena!», dice en un susurro frustrado y yo sonrío aunque ella no lo pueda ver.

Sus caderas se levantan de la banca tratando de alcanzar mi boca y yo decido que ya a ha tenido demasiado castigo, entonces me acerco a ella y por fin empiezo a trazar círculos con mi lengua al rededor de su clítoris, ella gime a cada contacto con mi lengua y sus caderas se mueven ritmicamente de arriba a abajo contra esta.

Tras unos minutos de este juego de poder que estamos jugando, Zulema se viene gritando mi nombre y una vez más sonrío sin que pueda verme. La verdad es que podría acostumbrarme a esto, pienso mientras me reincorporo y espero a que su respiración agitada se calme. Verla así desnuda y vulnerable frente a mí me hace pensar que tal vez Zulema es lo único bueno que me ha pasado desde que llegué a este lugar, eso sí no contamos todas las veces que me ha querido matar.

Éxtasis | Vis a visDonde viven las historias. Descúbrelo ahora