Capítulo 15

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El viaje de vuelta a la prisión es silencioso, los guardias civiles que me acompañan no dicen nada, seguramente no conocieron a mi padre cuando estaba en la guardia, pero uno pensaría que le dirían algo a la hija de un ex compañero que acaban de asesinar. Sin embargo, no es así.

Fabio, por otro lado no me puede ni sostener la mirada, no me puede ver a la cara, seguramente porque siente que debió cuidarme mejor, la culpa baña cada una de sus expresiones, porque aunque el no me ve a mi yo le observo a él.

Nada más bajarme del furgón que me transporta, la verdad me pega en la cara. Ingreso en prisión nuevamente, esta vez sin la esperanza de salir pronto que tenía la primera vez que entré, o la leve certeza de poder salir de todos mis problemas con una declaración que tenía al regresar de la fuga. Esta vez asesine a alguien, premeditadamente y con total consciencia de lo que hacía. No fue en defensa propia, solo lo maté porque quería, por lo que él me había arrebatado a mí, porque tenía el arma en mis manos y simplemente porque podía hacerlo.

Veo a mis acompañaras recibirme con aplausos al momento que ingreso en el patio, cómo si fuera alguna clase de heroína, pero no lo soy. Rizos se acerca a mí y me toma la mano por un breve instante, antes que un guardia la aparte. Entonces sigo caminando y la veo a ella, Zulema, sentada en las gradas del patio, sonriéndome y aplaudiendo igual que las otras. Yo solo sigo mi camino con los guardias que me acompañan.

...

La ceremonia en memoria de mis padres es celebrada tan rápido, que siento que acabo de e bajar del fugón de la guardia civil solo unos minutos antes de encontrarme recibiendo el pésame de todas mis compañeras y de los funcionarios.

Jamás he entendido esa costumbre. Dar el pésame. Básicamente te paras frente a una cantidad de personas para que te digan cuanto sienten tu perdida. En realidad no pueden sentirla, pero aún así, debes escucharlos, mientras te dicen palabras que consideran alentadoras, aunque en realidad la única pena que alivian es la suya. La sociedad les ha enseñado que deben decir algo y ahora necesitan decirlo para estar tranquilos, a pesar de que tú no quieras o te interese poco escucharlos.

Los escucho uno a uno como si de un sueño se tratara, como cuando no duermes por varias noches seguidas y entonces todo te parece ajeno a tu realidad, como si la historia que vives no fuera la tuya, sino un sueño dentro de un sueño de otra persona.

«No estes triste, Rubia», empieza Zulema acercándose a mi después de la ceremonia y esas son las primeras palabras que me dice alguien, que en realidad escucho, «lo importante ahora es que en el tablero de la vida el jaque se lo hemos hecho a Karim. Bueno, se lo has hecho tú. Esa era mi única familia ahora. Gracias. Hoy es un día para celebrar», me dice palmeando mi mano casi imperceptiblemente, como si tomar mi mano y apretarla fuera un hecho impensable para ella. Pero antes que yo pueda decir nada, Estefanía aparece para amenazarla.

«¿Por qué no te vas a dar el pésame a la madre de tu novio?» Pregunta a Zulema.

«Qué no necesita guardaespaldas–», suspira frustrada la morena mientras se aleja, «¿No te has enterado?».

«Maca, no te voy a dejar sola en esto», me dice Estefanía y me abraza, mientras yo ruego a que por favor lo haga, quisiera estar sola, cerrar los ojos y que todo a mi alrededor desaparezca.

La vida sigue, pero yo no quiero que siga, quiero que vuelva atrás. Estoy atrapada en el instante en que disparé y cambié mi destino. A mis treinta años me he dado cuenta, como quien se cae de un guindo, de que la vida iba en serio.

...

Veo a Anabel sentarse junto a mi con su expresión de mosquita muerta, mientras trata de amenazarme y la verdad es que ya no siento nada, ni miedo, ni rabia, ni ganas de luchar. Me obliga a ponerle crema en la espalda y luego en el pecho. Yo solo lo hago, porque en realidad ya no tiene sentido resistirme, así son las cosas en prisión, a veces se gana y a veces se pierde y yo ya lo he perdido todo. Perdí a mi madre, a mi padre y perdí a Zulema, todo de un solo golpe. Porque por más que quiera olvidarlo, por más que no la quiera culpar, de no haber conocido a Zulema, estaría fuera de la cárcel, probablemente disfrutando de una barbacoa en la piscina de mis Padres y ellos estarían allí conmigo y mi hermano estaría casado y Lucia estaría echada en una asoleadora junto a mí riéndose.

Sin embargo, estoy en prisión, Zulema esta aquí conmigo y ya nadie me espera afuera. No quiero que Zulema siendo la razón por la que ya no tengo a nadie esperándome, se convierta en mi única razón para seguir con vida, aunque en cierta forma ya lo es. Ella me ha enseñado a sobrevivir en este lugar de mierda y de no ser por ella no habría conseguido hacerlo. Zulema Zahir una vez más se convierte se convierte en mi pesadilla, el cuento de hadas, donde estando juntas todo es perfecto no existe, jamás lo hizo, aunque hace unos días llegue a considerarlo momentáneamente, tal vez esa es la razón por la que seguimos traicionándonos a cada oportunidad que encontramos, porque queremos ver un cuento de hadas donde solo hay una maldita pesadilla. La Blanca Nieves del infierno que algún día vi en Zulema regresa, trayendo muerte tras ella. En este cuento el beso del principe azul no te trae de nuevo a la vida, más bien el beso de la princesa maldita te arrastra a la tumba.

Me pregunto si es eso lo que ocurrió conmigo, me arrastró la maldición de cruzarme es su camino. Zulema es un Huracán, arrasa con todo lo que toca, pero aunque la veas venir te dejas destruir feliz, mil y una veces te atraviesas frente a ella, porque un segundo a su lado vale una vida entera de destrucción. Tienes suerte si a lo largo de tu vida conoces aunque sea una sola de estas personas arrasadoras, muchos no lo llamarían suerte, pero yo si creo que lo es. Y hoy renuncio a ella.

Éxtasis | Vis a visDonde viven las historias. Descúbrelo ahora