Capítulo 18

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El plan de convencer a Susana de decirme dónde está la niña, es lo único que consigue distraerme en realidad, entonces me concentro en llevarlo acabó cómo se debe. Mientras Susana se desliza en mi cama, yo me convenzo que esto es un paso más hacia la libertad y cuando la abrazo prometiéndole que todo va a estar bien, que mi buena amiga la teniente Macarena nos va a ayudar, yo sé que este es el plan que nos va a sacar de este agujero. Estoy dispuesta a llevarme a Macarena conmigo, sí es que ella abandona la idea estúpida de confiar en Fabio como su salvador, cuando la única que la puede salvar soy yo.

Macarena se merece el Oscar a la mejor interpretación, haciéndose pasar por mi amiga la teniente Lorenzo, ni yo lo hubiera hecho mejor y cuando Susana se aleja alterada del teléfono, yo felicito a la rubia, ella le resta importancia y lo único que desea es que yo le diga la ubicación del dinero, así que se la doy, obviando claro la trampa de osos que le arrancará el brazo a cualquiera que piense siquiera en robarme. No sé porque evito comentarle este detalle,  si alguien ha de robarme el dinero para salir de este lugar, mejor que sea la rubia, sin embargo, las palabras no salen de mi boca y simplemente cuelgo el teléfono, sin decir palabra.

Estoy intentando no pensar en Román, que para este momento ya tendrá una mano destrozada si no fue lo suficientemente cuidadoso al tomar el dinero, pero la rubia me encuentra en la biblioteca y una punzada de culpabilidad recorre mi columna.

«Zulema, necesito saldo», me dice y yo no soy capaz de voltear a verla. «Tengo que llamar otra vez a mi hermano. Estaba cogiendo el dinero», me dice entonces.

«¿Tú qué parte no has entendido de lo que hablamos? El teléfono era para que hablaras con Susana y te hicieras pasar por una teniente de la Policía. No para tu uso personal», respondo yo, aún mirando fijamente los libros frente a mí y no a la rubia.

«Solo quiero confirmar que todo está bien. Y luego ya te lo devuelvo para siempre», me dice tomándome por el hombro para hacerme girar. «Somos socias, no lo olvides. Tú no eres mi jefa. Somos iguales».

«Igualitas», respondo yo inexpresiva. «Tú eres igual que yo. Igual que yo antes de nacer. Una principiante—, que todavía no se ha pillado los dedos», está vez sí que tengo una imagen clara de Román atrapado hasta el codo en aquella ventila de la casa en Marruecos, «¿A qué estás esperando? ¿A tu príncipe azul? ¿A Fabio?», le pregunto sarcásticamente intentando cambiar el rumbo de nuestra conversación.

«Cállate, Zulema», dice Macarena y en su mirada veo vergüenza por un instante.

«¿Cuando tengas el dinero, vendrá a buscarte en una carroza?», pregunto entonces burlonamente y ella me mira con rabia.

«Cállate, Zulema».

«Ingenua. No tiene agallas. No tiene valor. No va a venir a buscarte».

«Cállate la boca» Macarena resopla.

«Lo único que va a hacer es echarte dos polvos y después contárselo a todos sus amigos», le digo francamente porque quiero que abra los ojos.

«¡Cállate! ¡Que te calles!», grita la Rubia empujandome contra los barrotes de la reja más cercana.

«Mientras tú te aferras a ese clavo ardiendo, las puertas de mi libertad se están abriendo», comento inamovible, ignorando su reacción agresiva. «Ni un abogado, ni un funcionario, ni el ángel de la guarda. La única que tiene la llave de este puto agujero soy yo—», clavó la mirada en sus ojos mientras hablo, «—Y esa llave está empezando a girar. Escucha», digo apartando la mirada de la Rubia y mirando a la nada como si estuviera concentrándome en un sonido que no existe, empiezo a simular que abro una cerradura, «Clic, clic, clic», Macarena me mira, «Clac. Primer cerrojo abierto», la rubia continua observándome como si estuviese loca, «Clic, clic, clic», continuo yo sin prestarle atención, «Clic, clic, clic», unos segundos de anticipación, «¡Clac!», escupo en su cara, «segundo cerrojo abierto. Las puertas están abiertas de par en par. La única que puede sacarte de aquí soy yo».

Macarena me envía una última mirada y sin decir palabra se aleja de mí. Pues bien si no quiere venir conmigo, tampoco voy a obligarle, puede seguir jugando a la princesita todo lo que quiera, de cualquier forma, yo ya tengo un pie fuera de esta prisión y no pienso retrasar mis planes por una pija que no se deja ayudar.

Mi reacción inmediata después de perder la complicidad con la rubia es pensar en mí gitana, ella sí que vendrá conmigo sin pensárselo, entonces decido incluirla en mis planes y aunque su decisión no es inmediata como yo pensaba, al final decide ayudarme.

Es gracias a Saray que mi plan finalmente llega a su último tramo, después de estar en aislamiento por unos días, cuando Palacios me traslada a la enfermería por haber ingerido mi peso en poliéster, la gitana está allí esperándome y entonces consigo escapar de la enfermería sin que nadie lo note y solo me queda buscar a Susana para que de una buena vez me diga dónde está la niña y así poder usar esa información para salir de aquí. Y me lo dice, por supuesto que me lo dice.

...

Tic Tac, hace el reloj.

El tiempo pasa y la vida de Amaia se extingue segundo a segundo, estoy a minutos de salir del agujero. Casi puedo respirar el aire de la libertad entrando en mis pulmones, casi puedo oler los árboles y sentir el sol bañando mi piel con vitamina D. Casi, pero en su lugar siento como las burbujas de aire que Macarena inyecta en mi carótida se abren paso lenta y dolorosamente hacia mí corazón. Me estoy muriendo y lo único que puedo hacer es observar como un vez más la rubia decide traicionarme.

Matar por ganar la libertad, eso es algo que puedo respetar, lo que me jode es que sea precisamente ella quien me arrebata mi preciada libertad y en especial me jode que sea capaz de hacer lo que yo estoy segura que jamás podría hacerle a ella, no después de vivir todo lo que hemos vivido, a pesar de mis constantes amenazas, yo sé que no la podría matar. Sin embargo, las palabras que dejan mi boca cuando definitivamente pierdo mi única carta para salir de acá dicen lo contrario.

«Reza para que me estalle el corazón, porque te voy a matar. Te voy a matar», le digo mientras las lágrimas recorren mis mejillas. «Corre puta», es lo último que escucha Macarena de mi, antes de irse.

Éxtasis | Vis a visDonde viven las historias. Descúbrelo ahora