Capítulo 29

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Mientras me dirijo hacia mi coche me pregunto qué es lo que hago en este lugar, porque no sé lo que realmente esperaba obtener de nuestra reunión y no puedo creer que en verdad haya sido tan gilipollas como para creer que, por el simple hecho de estar libre, Zulema me iba a querer de vuelta en su vida. Pues adivinen qué... no fue así.

En lugar del final feliz de cuento de hadas que esperaba, obtuve un golpe en la nariz y la desagradable certeza de que Zulema hizo exactamente lo que me pidió hacer a mí la última vez que nos vimos, olvidar lo que vivimos.

Blanca Nieves me ha borrado por completo de sus recuerdos y en lugar de un beso que me devuelva a la vida, he recibido una hostia como recordatorio de que a veces es mejor seguir durmiendo que encontrarse de frente con lo horrible que es la realidad.

No me detengo para mirar atrás en lo que me toma recorrer la distancia que hay desde la tumba de Fátima hasta mi coche aparcado fuera del cementerio, tampoco me arrepiento de mi decisión de dejar a Zulema sola después de que me ha golpeado en la cara, al menos no, hasta que estoy a dos bloques de distancia del cementerio, con el coche aun en marcha y me doy cuenta de que no puedo avanzar más lejos.

Algo en mi interior me hace apagar el motor del coche al estar lo suficientemente lejos de la puerta del cementerio como para que Zulema piense que ya me he marchado, pero, a una distancia que aún me permite ver quién sale por la puerta.

Zulema tarda al menos una hora en dejar el cementerio y la verdad es que yo no entiendo por qué sigo esperándole cuando lo hace, o por qué pongo el motor en marcha cuando le veo alejarse con rapidez del lugar. Sin embargo, me aseguro de que no note mi presencia mientras la sigo por varias calles hasta que al final ingresa en un bar cualquiera de la ciudad.

Son casi las ocho de la tarde cuando bajo de mi coche y la sigo dentro del bar, el lugar tiene música a todo volumen y luces de neón en la pared, pero es demasiado pequeño para esconderme entre la multitud que aún no acaba de llegar por lo temprano que es. Sin embargo, camino hasta una mesa, escondiendo mi cara y mi cabello en la gorra de mi sudadera, para evitar que me vea.

Zulema se sienta en la barra y ordena un trago, luego se gira hacia donde yo me encuentro para mirar alrededor del lugar. Yo intento pasar desapercibida y agradezco que una camarera se detiene frente a mí para tomar mi orden. Después de hacerle repetir la carta por quinta vez ordeno una cerveza. Sé que la chica quiere matarme cuando se aleja, pero no importa porque de esta forma logro pasar desapercibida hasta que el lugar está un poco más lleno para ocultar mi presencia de la mirada escrutadora de la morena.

Zulema en libertad es exactamente lo que me imaginaba que sería, un animal en una jaula sin barrotes que aún le queda demasiado chica.

No sé cuántas birras llevo después de observarle por horas, tampoco sé en qué momento la camarera comenzó a traerme los shots de tequila que ahora se apilan en mi mesa o siquiera si fui yo quién los ordenó, pero voy ya un poco pedo cuando veo a un hombre acercarse a la barra donde está la morena y observó con incredulidad como no le rechaza como a todos los demás que se han acercado a ella durante la noche.

Para fines prácticos el hombre y Zulema están simplemente hablando y no interactúan de otra forma hasta que el hombre le entrega una mochila que lleva al hombro a la morena. Sin embargo, mi mente ya bastante alcoholizada en lo único que puede concentrarse es en la sonrisa que le dedica la morena al recibir la mochila, en el abrazo de despedida que le da y sobre todo lo demás, en que después de abrazarle no le deja ir realmente y le invita a beber con ella.

En mi mente Zulema está flirteando y no hay café lo suficientemente fuerte en el mundo que me haga cambiar de opinión al respecto, al menos, no mientras tenga una sola onza de alcohol en la sangre.

Éxtasis | Vis a visDonde viven las historias. Descúbrelo ahora