Capítulo 3

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El viaje de regreso de Marruecos es tal vez el viaje más agotador que alguna vez he realizado y no solo por los constantes cacheos y malos tratos que nos dieron en Marruecos, en la aduana y en la judicial, sino que sentía un cansancio mental que solo me atrevía a atribuirle a lo poco que había dormido la noche anterior. Por un momento mi mente se plaga de imágenes de Zulema desnuda y mi mejillas enrojecen por completo, miro de reojo a la morena y desde el otro lado de la van que nos traslada a Cruz del Sur, Zulema me observa fijamente, casi puedo jurar que veo en la comisura de sus labios un atisbo de esa sonrisa socarrona que hace unas horas me volvía loca, pero ésta es consumida al instante por el odio que me está lanzando su mirada.

La verdadera razón de mi cansancio mental es la culpa, que me carcome en los recuerdos de la noche anterior, en la mirada vacía de Casper en el suelo de la ducha está mañana, en la mirada de odio de Zulema taladrando un agujero entre mis ojos en este momento y en el eco de las últimas palabras que me había dicho la morena aquella mañana, solo minutos antes que yo me metiera en el baño a hacer la fatídica llamada que nos llevaría de vuelta a Cruz del Sur, repitiéndose una y otra vez en mi cabeza.

Esa mañana me desperté sintiendo que alguien me observaba y al abrir los ojos me encontré a Zulema mirándome fijamente, su cabeza reposada en su mano y el codo sobre la cama, tenía una cigarrillo sin encender en la boca.

«¿Te importa?» Preguntó con el encendedor en la mano y yo negué con la cabeza, ella se tomó un minuto para encender el cigarro, mientras seguía observándome atentamente, yo no sabía muy bien que decir, así que solo me dediqué a observarla de vuelta, entonces ella se tumbó de espaldas y el humo del cigarro se elevó en el aire haciendo una pirueta desde su boca hasta que se desvaneció y Zulema aprovecho que yo estaba distraída mirando el humo, para dejar salir en un susurro, «me alegra que la rizos te haya manchado de carmín la camisa de la vista Macarena».

No sé si lo ha dicho En broma o de verdad se alegra, pero yo sí que me alegraba un poco de qué eso hubiese pasado, a pesar de todo lo malo que conllevó. En ese momento mirando a Zulema tan humana y hermosa tirada junto a mi, sentí que todo lo demás había valido la pena.

Pero la magia del momento no duró mucho y solo minutos después, yo la estaba entregando a la policía por medio de Fabio.

...

La reja del módulo dos se cierra tras nosotras, con Fabio dándole una calurosa bienvenida a Zulema, quien hace tan solo unos días lo ha dejado tirado al borde de la muerte en una cloaca. Tan solo un segundo más tarde las reclusas empiezan a lanzarnos almohadas, rollos de papel y cuánta guarrada sale de sus bocas, desde la galería.

«¿Has visto como te miran?» Zulema pregunta en un susurro tras de mí.

«¿Cómo me miran?», contesto yo, sorprendida de que si quiera me esté  dedicado la palabra.

«Con odio y con miedo, ya no eres la niña a la que su jefe engañó con la contabilidad de la empresa, ahora llevas uniforme de peligrosa, eres una asesina, estás en el club de las presas con las que hay que tener cuidado», dice la morena y yo trato de ignorarla mientras sigo subiendo la escalera hacía mi celda, pero justo antes de que ponga un pie en la galería, Zulema me detiene por el brazo y me pregunta, «te pone cachonda, ¿verdad?».

Fabio me arrastra a mi celda con la nueva después de eso, y Zulema y Saray se van con Palacios a la suya.

...

Uno de los compromisos que hicimos con la directora para redimirnos por la fuga, fue la asistencia obligatoria a terapia con Sandoval.

Arribo al gimnasio un cuarto de hora antes de la terapia y me encuentro un puñado de sillas dispuestas en círculo y a Zulema sentada en una de ellas junto al ring de boxeo, tiene los brazos cruzados sobre el pecho, las piernas extendidas en el suelo y la mirada fija en sus zapatos. No hay nadie más allí y por un momento pienso en dar marcha atrás, esperar a que entre Sandoval y las demás para entrar yo también, ya bastante castigo era tener que asistir allí a abrirse de corazón con el desalmado de Sandoval, cómo para tener también que mirar a Zulema a la cara mientras su mirada solo me desea la muerte. Sin embargo, con pasos pesados camino hasta la silla más cercana y me dejó caer en ella.

«Zulema», saludo aclarando mi garganta y ella me mira.

«Macarena», responde ella y su mirada vuelve la atención a sus zapatos otra vez.

Intento decir algo, siento que le debo una disculpa, quiero pedirle perdón, a pesar que se que no es mi culpa que ella me arrastrara en una fuga de la que jamás debí siquiera enterarme, pero mi voz me falla y las palabras no llegan a dejar mis labios antes que las personas empiecen a llegar y los asientos se llenen.

Sandoval le pregunta a las reclusas de la terapia si en verdad creen que los funcionarios son exclusivamente los culpables de las nuevas medidas de seguridad y si no será más bien culpa de las pocas compañeras que se fugaron y los obligaron a implementar medidas más estrictas en la institución. Luego suelta una chorrada sobre como si estuviéramos realmente arrepentidas de la fuga, todo se podría arreglar.

Yo sé que nada va a cambiar con mi arrepentimiento, pero de todas formas me pongo en pie y digo lo que sé que Sandoval está esperando que diga.

«Jamás quise fugarme, así que me arrepiento, claro que me arrepiento, y siento si he perjudicado a mis compañeras», por un segundo me atrevo a mirar a Zulema, sus brazos cruzados ahora se apoyan en sus rodillas y su mirada sigue fija en sus zapatos, «lo siento», digo más para ella que para todas las demás y me vuelvo a sentar.

Saray se pone en pie después que yo, cuando Sandoval la insta a continuar con la oleada de arrepentimiento, que según él, hará que toda la mierda por la que están pasando las reclusas a causa de la fuga, de repente desaparezca cómo por arte de magia.

«Eh... Pues que si alguna se ha jodido por mi culpa, pues nada, que siento haberme ido a tocarme el coño al sol», inicia la gitana y al ver la inconformidad de las otras reclusas añade, «que era bromita, me arrepiento».

Al llegar el momento de Zulema para hablar, con Sandoval instandola a hacerlo, siento como un nudo se instala en la parte inferior de mi estómago e inspiro hondo esperando lo peor.

«Yo claro que me arrepiento,» dice la morena aún desde su asiento y yo no me atrevo a mirarla, entonces ella se pone en pie y su voz se eleva una octava mientras habla, «Me arrepiento de haberme dejado pillar, me arrepiento de no haberme liado a tiros, me arrepiento de no haber disparado a la persona adecuada», mi mirada se junta con la suya en ese momento y una puñalada me atraviesa el pecho, «Porque el día que no desee estar fuera de este agujero, estaré comida por los gusanos», dice y cae pesadamente sobre su asiento, pero se pone en pie nuevamente un segundo después, «ah, y si alguna de mis compañeras se ha sentido perjudicada por mi fuga, que se joda».

Éxtasis | Vis a visDonde viven las historias. Descúbrelo ahora