Kenya
Llegué a la casa de la que tanto había temido no salir la última vez que estuve allí. La puerta estaba entreabierta pero aún así toqué antes de entrar.
– ¿Puedo entrar? – pregunté.
Nadie respondió así que decidí empujar la puerta. Fui directamente al salón a por mi chaqueta pero al entrar vi que no estaba donde la dejé.
– ¿Buscas esto? – una voz que reconocí perfectamente sonó detrás mía.
Me giré y allí estaba el chico pelinegro.
– Dámela – dije con tono cansado.
– No – media sonrisa apareció en su cara.
– ¿Por qué?
– Te la daré, pero con una condición. Que me dejes llevarte a un sitio.
– ¿Sabes que?, la chaqueta no me gusta tanto – pasé por su lado en dirección hacía la puerta.
– ¡Espera! Te prometo que te gustará.
No sé por qué lo hice pero accedí.
Salimos del pueblo y caminamos durante horas por un camino de tierra rodeado por árboles frondosos. Durante ese tiempo no hablamos de nada. Al principio fue un poco incómodo, pero poco a poco dejó de serlo.
– Ya hemos llegado – dijo rompiendo el silencio.
– ¡Vaya!, una caseta de madera. Me encanta – dije con sarcasmo.
Él sonrió.
– Ya se que no parece gran cosa pero deja que te la enseñe.
Caminamos hacia el interior de la caseta. Tenía dos dormitorios, un salón, una cocina y un baño. Había comida y estaba preparada como si alguien viviera allí.
– ¿Vives aquí? – pregunté.
– Se podría decir que sí. Vengo aquí para alejarme de todo. Y todavía no has visto lo mejor.
Había una puerta de cristal por dónde salimos a una terraza con el suelo de madera y una barandilla del mismo material. Cuando levanté la cabeza vi un enorme lago rodeado por altas paredes llenas de musgo y hiedra de las que caía una cascada.
– Es precioso – sonreí.
– Y nadie sabe qué existe. Sólo tú y yo – me miró.
Sus preciosos ojos azules me envolvieron y fue una sensación nueva y diferente, pero no podía arriesgarme. Otra vez no. Así que hablé para romper ese momento.
– Todavía no sé tu nombre.
– Ni yo el tuyo, ¿cómo te llamas?
– Kenya.
– En realidad ya lo sabía – rió.
– ¿Cómo?, si no te conozco de nada.
– Ya, pero yo a ti sí – dijo él.
– A veces das un poco de miedo – reí – ¿Tú cómo te llamas?
– Soy Daniel.
...
NOTA DE LA AUTORA:
Daniel. ¿¿Que os parece??
¡Mil gracias por las 200 leidas!
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Los corazones también aprenden a no romperse [YA EN FISICO!!]
Teen FictionEsta es una historia corta, pero también es lo suficientemente larga como para saber que Kenya no se quería a sí misma, así que le dio su amor a Daniel. También para saber que Daniel veía una parte de Kenya que los demás no veían. Sus corazones ya...