CAPÍTULO 5

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Kenya

Llegué a la casa de la que tanto había temido no salir la última vez que estuve allí. La puerta estaba entreabierta pero aún así toqué antes de entrar.

– ¿Puedo entrar? – pregunté.

Nadie respondió así que decidí empujar la puerta. Fui directamente al salón a por mi chaqueta pero al entrar vi que no estaba donde la dejé.

– ¿Buscas esto? – una voz que reconocí perfectamente sonó detrás mía.

Me giré y allí estaba el chico pelinegro.

– Dámela – dije con tono cansado.

– No – media sonrisa apareció en su cara.

– ¿Por qué?

– Te la daré, pero con una condición. Que me dejes llevarte a un sitio.

– ¿Sabes que?, la chaqueta no me gusta tanto – pasé por su lado en dirección hacía la puerta.

– ¡Espera! Te prometo que te gustará.

No sé por qué lo hice pero accedí.

Salimos del pueblo y caminamos durante horas por un camino de tierra rodeado por árboles frondosos. Durante ese tiempo no hablamos de nada. Al principio fue un poco incómodo, pero poco a poco dejó de serlo.

– Ya hemos llegado – dijo rompiendo el silencio.

– ¡Vaya!, una caseta de madera. Me encanta – dije con sarcasmo.

Él sonrió.

– Ya se que no parece gran cosa pero deja que te la enseñe.

Caminamos hacia el interior de la caseta. Tenía dos dormitorios, un salón, una cocina y un baño. Había comida y estaba preparada como si alguien viviera allí.

– ¿Vives aquí? – pregunté.

– Se podría decir que sí. Vengo aquí para alejarme de todo. Y todavía no has visto lo mejor.

Había una puerta de cristal por dónde salimos a una terraza con el suelo de madera y una barandilla del mismo material. Cuando levanté la cabeza vi un enorme lago rodeado por altas paredes llenas de musgo y hiedra de las que caía una cascada.

– Es precioso – sonreí.

– Y nadie sabe qué existe. Sólo tú y yo – me miró.

Sus preciosos ojos azules me envolvieron y fue una sensación nueva y diferente, pero no podía arriesgarme. Otra vez no. Así que hablé para romper ese momento.

– Todavía no sé tu nombre.

– Ni yo el tuyo, ¿cómo te llamas?

– Kenya.

– En realidad ya lo sabía – rió.

– ¿Cómo?, si no te conozco de nada.

– Ya, pero yo a ti sí – dijo él.

– A veces das un poco de miedo – reí – ¿Tú cómo te llamas?

– Soy Daniel.

...

NOTA DE LA AUTORA:

Daniel. ¿¿Que os parece??
¡Mil gracias por las 200 leidas!

Los corazones también aprenden a no romperse [YA EN FISICO!!]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora