CAPÍTULO 24

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Kenya

Abrí la puerta de casa.

– ¿Mamá? – grité.

Silencio.

A veces tenía la sensación de que vivía sola. Entendía que mi madre tuviera que mantenernos, pero, llegaba tarde cuando yo ya estaba dormida y se iba temprano por la mañana cuando yo aún no estaba despierta. La veía a penas una vez al día, con suerte, cuando venía a por la comida si es que no se la había llevado por la mañana antes de irse. La echo de menos. Echo de menos la vida que teníamos antes de que la despidieran de su antigüo trabajo en el que cobraba más.

Cerré la puerta de casa y solté las llaves sobre la pequeña mesa que había en el salón. Suspiré y subí las escaleras para dirigirme a mi cuarto. Recordé ese día en el que Daniel vino a casa por sorpresa y acabó consolándome como solía hacer.

Entré a mi habitación y cogí mi ordenador decidida a ver una película. Seleccioné una de terror. Eran mis favoritas aún que la vida ya era lo suficientemente terrorífica. Me arropé con las sábanas y coloqué el ordenador sobre mis piernas. Le iba a dar al play pero primero caí en la cuenta de que debería lavarme los dientes antes para después no tener que levantarme así que me dirigí al baño de mi habitación. Al entrar en el grité. Una figura masculina que no esperaba que estuviera allí. Me miraba despreocupadamente.

– Joder, que susto.

– Lo siento. No pretendía asustarte. Te estaba esperando.

Sus ojos azul grisáceo me miraban fijamente. Recordé cómo días antes me abrazó cuando me vio haciéndome esos cortes y luego se había quedado conmigo hasta que me dormí. Era una sensación muy extraña. No le conocía de nada pero me sentía segura con él. Sabía que no me haría daño.

Lo abracé.

– Estaba a punto de poner una película ¿La quieres...?

– ¿La puedo ver contigo? – dijo a la vez que yo.

– Claro. Solo espera que me lave los dientes.

– Vale. Te espero en la habitación.

Vi como salía del baño mientras yo sacaba el cepillo y la pasta de dientes. Minutos después me metí en la cama. Él se quedó de pie al lado de esta y me miró de una forma en la que parecía que estaba pidiendo permiso con la mirada.

– Ven – dije.

Media sonrisa apareció en su rostro y eso me recordó a Daniel.

Me hice a un lado y destapé las sábanas para que pudiese arroparse.

Le dí al play a la película. Poco después noté su mano agarrando la mía. En cada parte de tensión la apretaba suavemente. Horas después, los créditos aparecieron sobre la pantalla de mi ordenador.

– ¿Qué te ha parecido? – pregunté.

– Estuvo bien.

– Supongo – dije.

Le miré. Me miró.

– ¿Que piensas?

– En qué aún no lo sabes pero todo puede ir siempre un poco peor, así que disfruta de quien eres y de lo que tienes ahora mismo, aún que sea poco.

Así lo dijo. Tan de la nada. Aún que con él todo era así. Extraño. Diferente.
Reflexioné durante unos segundos y llegué a la conclusión de que él tenía razón. Así que me acerqué unos hasta quedar a unos centímetros de su cara. No lo besé. Tan solo lo abracé. Porque no necesitaba ningún beso para que él supiera que le necesitaba. Daniel me llenaba, pero ese chico me hacía sentir como si hubiera sanado. Como si las cicatrices de mis brazos nunca hubieran tenido la necesidad de estar ahí. Lo sentía todo tan bien...

Acarició mi pelo mientras mis ojos pesaban cada vez más y, finalmente, me dormí.

Los corazones también aprenden a no romperse [YA EN FISICO!!]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora