CAPÍTULO 29

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Kenya

No me habían dejado subir a la ambulancia con Daniel. Ni siquiera avisé a nadie. Me encontraba corriendo hacia el hospital como si no hubiera diez kilómetros hasta él.
Sólo pensaba en él. En si estaría bien. Sentía que ni mis piernas, ni mi corazón podían ir más rápido ahora mismo. Me estaba sanando, gracias a él. No podía perderlo, no podía hacerlo. Solo de pensarlo se me revolvía el estómago. Después de casi una hora y media corriendo, llegué al hospital. Respiré agitadamente aún con lágrimas en los ojos y caminé hacia adentro. El color blanco y el aroma a hospital me envolvió. Lo siguiente que vi fue el mostrador al que fuí rápidamente.

– ¿Daniel Lewis? – pregunté con la voz temblorosa.

Vi como tecleaba para después decirme.

– ¿Familiar?

– Si – mentí.

– Diríjase a la sala de espera tras firmar aquí porfavor. La iremos informando.

– ¿Y ya está? ¿No van a decirme nada más?

– Ahora mismo no puedo darle más información.

Sollocé y me llevé las manos a la cabeza.

– ¡Joder! ¡Mierda!

– Señorita. Cálmese.

– ¿Pero cómo quieres que me calme?

Había demasiado desorden en mi cabeza. Lo siguiente que noté fueron unas manos en mis hombros.

– Kenya – escuché.

Me giré.

– Shawn – me puse de puntillas para abrazarle. Lloré en su hombro durante varios minutos. Lo necesitaba.

– Lo acaban de trasladar a cuidados intensivos. He venido en cuanto me han llamado. Me tenía agregado como contacto de emergencia en su teléfono y...

Dejé de escucharle. Noté cómo el mundo se me caía encima. Mis piernas comenzaron a temblar y mi cabeza a pesar. Shawn me sostuvo cuando el peso de mi cuerpo pudo conmigo. No me puedo imaginar un mundo sin él. Sin sus bromas, sin sus besos. Sin volver a pronunciar su apellido con él a mi lado, riendo.

Creo que pasaron minutos, pero a mí, cada uno de ellos, se me hacía como horas eternas en las que no sabía si Daniel moriría. Podía imaginarlo muriendo una y otra vez en cada segundo que pasaba. Cada segundo podía ser uno menos en la vida de Daniel y uno más en mi vida, sin él. Estaba sentada con Shawn en una de esas silla metálicas de hospital. Mis ojos seguian enrojecidos y aguados. Picaban. Ardían. No podía calcular cuanto tiempo llevaba llorando. Había perdido la cuenta.
Gotas de agua empezaron a golpear los cristales y dirigí mí mirada a la ventana. Y pensar que así nos conocimos... hace aproximadamente ocho meses. Cuando entre a esa casa nunca imaginé que podría llegar a quererle tanto. Esa fue la primera vez que me ayudo. Ni si quiera me conocía. No hicieron falta palabras. Tan solo me ofreció entrar, y ya está. Cuando me fui de esa casa creí que nunca le volvería a ver. Pienso en las cosas que pudieron fallar, pero no lo hicieron. Podría haber salido antes y habría llegado a casa  antes de que comenzase a llover. O incluso podría haber llovido horas después. Pero no fue así. Nuestros caminos se cruzaron, y ha merecido la pena.

– ¿Familiares de Daniel Lewis? – un médico apareció en la sala y rápidamente me levanté de la silla.

Daniel no tenía familiares. No había tenía a nadie. Sólo a Shawn, y aún así había aguantado. Era fuerte.

– Ahora mismo tiene las pulsaciones un poco débiles, pero creemos que se recuperará. Si lo deseáis podéis pasar a verle. No está despierto, tardará unas horas en hacerlo. Está en la segunda planta, habitación cuatro...

– Gracias – dije dirigiéndome a su habitación sin pensarlo dos veces.

Subí en el ascensor y caminé por un largo pasillo. Iba viendo el número de las habitaciones. Dos... tres... cuatro. Me daba miedo lo que iba a encontrar al pasar por esa puerta. Me mantuve unos segundos delante de ella hasta que la empujé suavemente.
Allí estaba. Tal y como lo había imaginado. La habitación era blanca como todo el hospital y tenía una cama en el medio de ella con una mesita de noche a su lado y un armario en frente. Estaba dormido así que me senté en una silla de color rojizo que había al lado de la cama. Cogí su mano y noté lo fría que estaba. En su brazo izquierdo tenía una via intravenosa y su boca estaba tapada por una mascara de oxígeno que supongo que ahora mismo le estaba ayudando a respirar. Acaricié su mano y susurré:

– Lo siento.

Me sentía mal por muchas cosas, pero no podía decírselas ahora. Esperé y esperé a que se despertara. Necesitaba decírselas cuando me escuchara. Cuando pudiera responderme y hacerme sentir mejor. Como siempre lo hacía. Creo que pasaron días. No lo sé. Comía en la cafetería del hospital. Dormía a su lado, a veces en la silla roja y, cuando sentía le necesitaba más de lo normal, dormía con él, abrazándole. Recuerdo el día que despertó. Ese día había dormido en la silla. Me desperté a mitad de la noche y como no conseguí conciliar el sueño paseé por la habitación hasta que llegué a la ventana. Me quedé mirando los coches pasar hasta que noté el sonido de las sábanas de la cama. Me giré rápidamente y le ví con los ojos abiertos. Había dormido tan poco que pensé que sería imaginaciones mías, o qué quizás estaba soñando. Pero no fue así. Corrí hacia él y le dije lo mucho que le quería. Le dije que lo sentía y que quería pasar mi vida con él. Se lo dije todo, pero solo respondió:

– ¿Quién eres?

Y deseé estar soñando.

...

NOTA DE LA AUTORA:

No estoy llorando, no estoy llorando, no estoy llorando... Los capítulos que quedan de está historia están contados. Os agradezco una vez más por darle tanto cariño a esto. Os adoro.

Los corazones también aprenden a no romperse [YA EN FISICO!!]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora