CAPÍTULO 30

318 49 60
                                    

Kenya

Sentí el peso del mundo sobre mis hombros una vez más. El amor de mi vida no se acordaba de mí. No me recordaba ni a mí ni aquella noche en la que me dejó entrar en su casa. No recordaba el día que llegué a su casa llorando por lo que me hizo Niam y me acogió con los brazos abiertos. No recordaba aquel atardecer que vimos juntos, ni todos los besos que nos habíamos regalado. No sabía quien era yo, esa princesa que una vez había visto tan perfectamente imperfecta.

– Daniel ¿Estás bromeando? Soy Kenya – mis ojos comenzaron a tomar un color carmesí y mis manos temblaban.

En su mirada se veía la confusión, como si nunca hubiera significado nada para él. Ya no lo hacía. Porque, si ya no me recordaba, eso significaba que tampoco me quería. No me quería. No le importaba. Para él ya no existía.

– No sé quién eres. Lo siento ¿Dónde está Shawn? Vete y dile que venga.

No dije nada más ¿Qué se le dice a alguien que te ha hecho sentir más que nadie en tan poco tiempo y ya no queda nada? Salí de la habitación y me sentí sin fuerzas de nuevo. Caí de rodillas en el suelo. Un sentimiento de vacío y tristeza recorrió todo mi cuerpo y me dí cuenta que pensaba que no tenía nada cuando tenía todo delante de mí.
Shawn caminaba por el pasillo con dos vasos de café. A esta hora siempre solía traerme uno. Los dejó a un lado y corrió hacia mí. Se arrodilló a mi lado.

– ¿Kenya? Kenya ¿Qué ha pasado? Kenya.

– Deberías entrar. Está despierto y quiere verte.

Se levantó despacio y caminó hacia la habitación. Yo no me moví. Escuché a Daniel diciendo que se alegraba de verle y yo imaginé cómo habría sido si también se hubiera alegrado de verme. Shawn salió de la habitación media hora después. Yo me había sentado en el suelo, mirando la puerta de la habitación rodeado mis rodillas con mis brazos e intentando aceptar lo que estaba pasando. Me agarró del brazo y me ayudó a levantarme.

– Creo que deberíamos hablar.

No dije nada.

– Kenya – le miré – Daniel tiene epilepsia. Se la diagnosticaron a los quince años, después de que su madre muriese. Desde entoces tiene ataques epilépticos. No te quiso decir nada porque no quería que le mirases con pena. Quería que disfrutases de él y que le quisieras por lo que es, y no por lo que tenía. Cuando subiste a ver a Daniel, el médico me dijo que no sabía si este ataque iba a causarle secuelas como la pérdida de memoria. Se acuerda de mí porque le conozco desde que éramos niños, pero tu... tu le conoces tan solo desde hace meses. Lo siento...

– No es justo – sollocé – Si me lo hubiera dicho habría aprovechado más el tiempo con él.

– No lo has entendido. Eso era lo que él no quería. Que le tratases diferente por su problema. Él sólo quería que le quisieras como lo habrías hecho en otra situación.

– ¿Pero de que sirve? Él sabía que en algún momento ya no me recordaría. ¿Porqué quiso vivir todo eso conmigo si en algún momento ya no me iba a reconocer? ¡No me recuerda, joder!

Me faltabal el aire. Sentía que las paredes de el hospital cada vez estaban más cerca. Sentí que me ahogaba.

Ya no quedaba nada.
Nada.
Todo lo que habíamos vivido estaba tan lejos... y a la vez tan cerca...
No me quería... no me quería.
No podía echar a perder todo lo que habíamos vivido, así que entré en esa habitación decidida a que me recordara. Tenía que hacerlo.

Abrí la puerta, despacio, sin importarme lo que pasase, pero estaba dormido. Una maquina estaba conectada a él para controlar sus pulsaciones. Se que no me escucharía. Pero ya hablaríamos después. Necesitaba desahogarme y ya no le tenía para hacerlo. Me senté en la silla roja y mirando al suelo con los ojos aguados comencé.

– Daniel. Se que no me escuchas pero... la verdad no sé cómo empezar, digamos que me enamoré de ti. Incluso antes de besarte por primera vez ya lo sabía. Un día, mirandote a los ojos lo supe. Y dicen que lo que vale la pena no es fácil. Así que tu realmente vales la pena. Estaría contigo mil veces más aún sabiendo que acabaría así. Porque si no vas a por todo, ¿a que vas? No te preocupes, porque ya tendremos otra vida para encontrarnos, y quizá todo funcione. Se que lo hará. Porque la vida nos juntó una vez y confio en que lo volverá a hacer.
Te quiero... Te amo. Te amo tanto que no sabía que de verdad lo hacía. El amor es una confusión que estoy dispuesta a resolver por tí. Por nosotros...

La maquina comenzó a sonar más rápidamente.

Me levanté de la silla y corrí hacia él.

– ¡Daniel!

Sonaba cada vez más rápido hasta que llego a un punto en el que se paró quedandose en un ligero sonido constante. Las lineas que se veían en la máquina y que hace unos minutos formaban picos indicando que todo estaba bien ahora tan solo era una simple linea recta.

– ¡Un médico! ¡Porfavor! ¡Un médico! – grité con todas mis fuerzas – Daniel. Porfavor, quédate conmigo... Daniel, aguanta... No puedo hacer esto sin ti... No puedo sola... Daniel...

La habitación se llenó de médicos que me pidieron que saliera. Me quedé en la puerta de la habitación. Quieta. Callada. Viendo cómo intentaban reanimarle. Le dieron descargas eléctricas. Muchas descargas. Pero no hubo respuesta. Uno de los médicos se acercó hacia mí y susurró un ligero:

– Lo siento. Hemos hecho todo lo que hemos podido.

Corrí hacia Daniel.

– ¿Pero que hacéis? ¡Tenéis que salvarlo, joder! – grité.

Desconectaron la maquina y la linea recta se apagó. Ya no quedaba nada de él. Ya no estaba.
Un gritó de desesperación salió de mi. No podía más. No podía hacerlo sin él. Esto no podía estar pasando. Pero había pasado. Él ya no era él. Él ahora solo eran recuerdos.

Agarré su mano sin parar de llorar y entre la visión borrosa distinguí un tatuaje en su muñeca. Era un reloj. Se había tatuado la canción con la que me conoció. Y debajo ponía:

"Te llevaré siempre conmigo, princesa"

Sollocé recordado aquel día...

Sonaba "Clocks de Coldplay" mientras Daniel conducía en el coche conmigo a su lado. Había prometido llevarme a un lugar al que me contó que iba con su madre.

– "You are... you are..." – comenzó a cantar.

Le miré y sonreí.

– "...home... Home. Where i wanted to go" – canté.

Su voz era tan bonita que podría escucharla durante horas. Subió el volumen y cantamos al unísono esa canción que me cruzó en su camino.

Esa fue la última vez que escuché la canción a su lado, y ya siempre esa canción iba a llevar su nombre.

Me dormí con la cabeza apoyada en su pecho sin dejar de llorar. Esta vez había algo diferente. Ya no notaba sus latidos.

Mi corazón murió aquel día junto con las ganas que me quedaban de seguir a delante. Porque quería seguir, pero con él. Recuerdo que en ese momento hasta respirar dolía...
Él merecía una galaxia entera y se conformó conmigo, una estrella a punto de apagarse. Y ahora algo mío se quedará con él y algo suyo se quedará conmigo.
Fue lo que nunca quise que fuera: Un recuerdo.

...

NOTA DE LA AUTORA:

Una parte de mí a sufrido al escribir esto. Le tenía cariño a Daniel al fín y al cabo.

Los corazones también aprenden a no romperse [YA EN FISICO!!]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora