La Decisión Maldita V

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Tres meses después de la coronación

—Eres tan hermosa, Cassandra. —continuó besándola sin parar

—¿Eres mi hombre, Enrique? —preguntó encima de él en la cama

—Tuyo —respondió agarrándole los pechos y acariciándolos

Ella le desprendió el chaleco.

—¿Toda esta mujer solo para mí? ¡Aún no puedo creerlo! —ella le comenzó a besar su velludo pecho bajando lentamente hasta llegar a su entrepierna. —¡Uff! —susurró Enrique con un suspiro apoyándole la mano en la cabeza, dejando escapar una pequeña queja de placer lo cuál hizo que Cassandra se excitara aún más. —Me encanta, me encantas —susurró con su respiración agitada sin poder parar de hacer breves gemidos. —Las ganas con las que lo haces... —dijo excitado

Tras unos minutos le apartó la cabeza, sujetándola suavemente intercambiaron su posición y ahora él comenzó a acariciarle, masajearle y lamerle sus pechos, haciendo que soltara un gemido tras otro. Él bajó lentamente... —¡Enrique..., ah! —gimió suavemente— Como me gusta cuando pronuncia así mi nombre. volvió a su entrepierna y ella se estremeció por completo agarrando con fuerza las cubijas sin parar de gemir.

Se erguió un momento y ella pudo observar con gran deseo todo el cuerpo de Enrique. Él le separó sus piernas, y lentamente comenzó a penetrarla.

Entre gemidos, el sudor se fue haciendo presente poco a poco. El calor era insostenible. El ritmo se tornó más rápido y la pasión, el deseo, la excitación aumentó cada vez más. Minutos después de tanta intensidad, y sin aguantarlo más, ambos llegaron al orgasmo, al mismo tiempo.

Él la abrazó.

—Usted me encanta, Reina Cassandra. —besó sus labios pasionalmente.

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Dos semanas después

El día estaba nublado y el cesped completamente mojado por la tormenta que había azotado Aquios la noche anterior. Incontables charcos de agua se hacían visibles en el suelo del pueblo a la vez que una brisa escalofriante recorría cada rincón del mismo.

Cassandra se encontraba cuidando a su hija, cuando Nicodelo se comenzó a retirar del castillo.

—¿Amado, sucede algo? —preguntó intrigada.

—No, Cassandra. —respondió mirándola fijamente a los ojos— Solo tengo una tarea que hacer... —se pausó un segundo— cuestiones con el Oeste.

—Está bien —dijo agarrando su abrigo, apretándolo sobre su cuerpo y mirando a su hija Maira.

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Nicodelo se retiró del castillo y se dirigió hacia la zona de entrenamiento donde se encontraban el General Odell y todos los soldados incluyendo a Enrique.

—Posibles enemigos de Denkra están merodeando por aquí, a las afueras de Aquios. —dijo a voz alta Nicodelo ante la mirada de los soldados. —Quiero darles una lección personalmente, pero necesito algún respaldo en quien pueda confiar. —Odell lo miró fijamente

Saga de Hechicería: La Sangre MágicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora