La Bruja de Redem I

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Año 1224 durante el reinado de Nicodelo V en Redem

—¡Nunca usé hechizos para lastimar a nadie, lo único que he hecho es ayudar! ¡Por favor, compasión! ¡No he dañado a nadie! —exclamó a gran voz la bruja sentenciada a la horca

Encontrándose en el prominente altar de sacrificios, ella observaba la erosión del mismo, repleto de signos y manchas que recordaban todas las ejecuciones perpetradas anteriormente. En el triste sollozo, lágrimas comenzaron a deslizarse sobre sus mejillas, evidenciando una gran angustia y dolor.

Por otro lado, la gente del pueblo la observaba sin remordimiento alguno, mientras ella agitaba sus manos desesperadamente en fallidos intentos de desatarse, ya que las mismas se encontraban sujetadas firmemente hacia atrás y su cuello enroscado con una gruesa soga de cáñamo.

—Una vez más el pueblo se reúne para una nueva ejecución —¡Por favor! ¡Piedad! —rogaba la bruja ante la indiferencia del reyEstos monstruos han venido a este mundo con un solo propósito: traer desgracia hacia todos nosotros. Nuestro pueblo enferma, sufre y muere cada día —dijo el Rey Nicodelo V  mirando hacia la gente amontonada y gestualizando con sus manos cada palabra delante del altar, encontrándose en la parte baja del mismo.

Su corona brillaba a través de los fuertes rayos reflejados por el sol puesto de una calurosa tarde soleada, a la vez que su chaqueta marrón colmada de botones y ajustada con un cinturón negro, denotaban una inusual elegancia.

—El castigo divino se ha puesto ante nosotros, y responderemos ante nuestros dioses para amenguar su ira.

Nicodelo miró brevemente al general Henry con su característica mirada profunda, ya que sus ojos eran de un color marrón tan oscuro que parecían negros aún con la plena luz del día puesta sobre ellos.

Por su parte el general lo observó atento, quien estaba al lado de la bruja de pie y erguido esperando las órdenes del rey.

—¡Puedo ayudarlos a ver la trayectoria enemiga, a conquistar tierras, lo que necesiten de mí!.

Tras unos segundos la mujer comenzó a gritar aterrorizada.

Aborrezcamos lo que nuestros dioses aborrecen. ¡Ahora! —gritó el rey con furia y la mujer fue lanzada de la horca, cayendo brúscamente.

Su cuello se quebró muriendo al instante, quedando su cadáver colgado balanceándose ligeramente. El ejército y el pueblo aplaudieron sonrientes ante el sacrificio.

—Una vez contemplado otro sacrificio por nuestro bien común, pueden retirarse a sus quehaceres y labores. En cuanto al ejército, vuelvan a entrenar. Esos bastardos del Oeste no van a colonizar ni un centímetro de esta tierra, al menos no mientras yo viva —dijo en tono burlón.

Todo el ejército rió un segundo comenzando a caminar hacia el este del pueblo, donde se encontraba la zona de entrenamiento, colmada de césped verde pálido y algo descuidado.

Ya escucharon a Nicodelo, a entrenar todos. ¡En posición ahora, espadas al frente!. ¡La táctica es esencial, somos un ejército estratégico!. Evaluaré el rendimiento en lucha de uno contra uno, utilicen las espadas de madera.

Los soldados se posicionaron en fila, sujetando cada uno de ellos una espada.

¡No quiero ver una cabeza Redémica rodando! —gritó Henry sarcásticamente— ¡Adriano y Cristophe, al frente! ¡En posición!.

Saga de Hechicería: La Sangre MágicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora