Misterios Oscuros VI

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El amanecer llegaba lentamente a Redem, aunque los pueblerinos se resguardaban aun en sus casas, hibernando y disfrutando de sus cosechas. El cielo se mantenía blanco y el pueblo escarchado, la nieve había disminuído y solo se podía escuchar el sonido de la helada brisa.

—¿Diecisiete ayer? —preguntó frustrado.

—Si, Señor. Los brujos beháricos han intentado todo lo posible como usted ordenó, pero aún no han logrado detener la lepra —respondió el mensajero.

—Gracias por informarme... —se pausó un momento— Llame a Alysa y Adriano. Los requiero en el trono.

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Minutos después, ambos entraron por la puerta del mismo acercándose a Enrique.

—Cruel el frío de anoche, ¿verdad? —sonrió brevemente

—Sí, Enrique

—Alysa... —la miró fijamente. —Por un momento creí que podríamos resolver este asunto lentamente pero no es así. Debemos comenzar a investigar ahora mismo que la nevada ha disminuido. Ayer murieron diecisiete personas más por causa de la lepra. La zona marchitada que le nombré el día de ayer cercana a Lathern podría llevarnos a encontrar algunas pistas.

—Pero el basilisco no podría habitar un lugar nevado y frío —dijo confundido.

—No se refugian en el exterior, Adriano —respondió mirándolo fijamente. —Las muertes no se detienen. Necesito salvar a este pueblo e imperio tal y como lo he prometido.

—Sé mas que nadie que la sácrifo no se detiene ni un solo segundo, Enrique. Enloqueció a Nicodelo, generó dos guerras contra nuestro imperio, hizo que se derramara sangre inocente y la unificación no ha llegado aún... —miró hacia abajo entristecida.

—Escúcheme. El propósito es grande, su magia no está allí porque sí. Su sangre es poderosa solo necesita confiar en sí misma.

—Agradezco tus palabras, Enrique, pero creo que es imposible que puedas ponerte en mis zapatos. Lo que generó en mi vida el descubrir el propósito y todas las cosas que he vivido por causa de el no las puedes sentir, solo intentar entender.

—Pero tú eres valiente —intervino Adriano— Alguien admirable, y no solo para mí sino para el resto del pueblo.

Ella los miró a ambos en medio de un suspiro.

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A continuación salieron del castillo. El impacto de la primer brisa helada produjo que sus vellos se erizaran por completo mientras el frío arrollador y el paisaje blanquecino se volvían casi agobiante.

—¡Mierda, cuanto frío! —exclamó Adriano

Comenzaron a caminar dirigiéndose hacia el forestal, dejando profundos rastros de huellas en la nieve y tratando de contener la respiración por el helado aire, que les hacía sentir sus pulmones casi congelados.

Aproximadamente una hora después, observaron grandes y extrañas pisadas en la nieve que no provenían de humanos.

—Enrique, ¿es buena señal, no? —preguntó mirando las huellas

Saga de Hechicería: La Sangre MágicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora