Cristianno
Me desplomé en la cama sabiendo que la oscuridad de mi habitación me consumiría. El silencio de la madrugada lo invadió todo y dejó vía libre a mis pensamientos.
Su nombre retumbaba en mi cabeza como si alguien me lo estuviera susurrando al oído una y otra vez. Cerré los ojos, desesperado, pero entonces vi su imagen. Parecía dibujarse entre la bruma.
Tan delicada y atractiva. Tan pálida y sensual. Deseé tenerla delante de mí. No dejaría que hablara, únicamente le pediría que me dejara observarla hasta que me venciera el sueño. Y cuando despertara...
«¡¿Pero qué estoy pensando?! ¿Eres estúpido o qué? Es una niñata. No la soportas», me reproché.
No podía permitirme caer, no con ella. No podía... enamorarme.
Suspiré vencido por el sueño. Me quedaba poco tiempo de conciencia. Pronto mi mente sería la dueña de todo mi ser y ahí no tendría nada que hacer. Así que me dejé llevar, convencido de que Kathia sería la protagonista de mis sueños.
Mi padre golpeteaba su rodilla con los dedos. El aroma de su habano había impregnado toda la limusina y mi madre hacía todo lo posible por disimular lo mucho que le molestaba. Hasta que mi padre vio cómo su esposa arrugaba la nariz. Abrió el cenicero y apagó con decisión el puro mientras ahuyentaba la pequeña humareda que se había formado alrededor de su cabeza.
—Cornelio, ¿podrías abrir la ventana? —preguntó mi padre al chófer.
—Enseguida, señor.
La ventanilla comenzó a bajar lentamente y dejó entrar unas gotas de lluvia acompañadas de una brisa helada. No llovía demasiado, pero era suficiente para estropear la entrada triunfal que Adriano había planeado.
Adriano Bianchi había convocado a todos los medios de comunicación de la ciudad poniendo como excusa que se trataba de una fiesta benéfica. Asistía toda la aristocracia, así como los políticos importantes del país. Se suponía que la recaudación iría destinada a los más desfavorecidos: centros de acogida, albergues, hospitales, familias sin trabajo...
Pero, en realidad, era una enorme tapadera. No se haría ninguna obra benéfica, solo era una pretexto para conseguir escaños en su campaña política y así alejarse de Umberto Petrucci, su mayor contrincante en la batalla por la alcaldía de Roma. Simples artimañas políticas para tener el favor del pueblo. Y, si no lo lograba, siempre podía comprar los votos.
—¿Así está bien? —preguntó Cornelio.
—Perfecto, gracias —contestó mi padre, y enseguida cogió la mano de su esposa y añadió—: Disculpa, querida, no recordaba lo mucho que te incomodaba el aroma del cigarro.
Ella sonrió y se acercó para darle un beso en la mejilla. Desvié mi mirada hacia la calle y mis hermanos hicieron lo mismo.
—No pasa nada, mi amor —contestó mi madre.
Después de más de veinticinco años juntos, seguían igual de enamorados. Me preguntaba si yo lograría eso. Seguramente no, pero estaba orgulloso de que mis padres aún disfrutaran de su amor.
—¿Crees que la prensa se enterará? —preguntó Diego, controlando la tensión de sus piernas.
Él era el mayor de los tres; le seguía Valerio.
—Tranquilízate, hijo. Tenemos más de cien personas velando por la seguridad de nuestra «fiesta benéfica». Deja que hagan su trabajo —le cortó mi padre, con aquel tono de voz tan sarcástico y seguro.
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1. Mirame y Dispara
RomanceKathia Carusso, una joven adolescente de la alta aristocracia italiana, regresa a Roma tras muchos años de internado sin entender muy bien por qué su familia la quiere de vuelta. Allí se reencuentra con Cristianno Gabbana, un conocido de la familia...