Capitulo 17

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Cristianno

La niñita de la minifalda blanca no dejaba de seguirme. Intenté esquivarla colándome por todos los pasillos de aquella casa, pero allí estaba cuando me daba la vuelta.

Al final me detuve, la miré y le hice una señal con el dedo para que se acercara.

No se hizo rogar y llegó saltando.

—¿Necesitas algo? —pregunté malcarado rompiendo la sonrisa de su cara.

—No... —dijo nerviosa.

—Bien, pues, ¿podrías dejar de seguirme?

No esperé a que contestara, me di la vuelta y me marché.

En otro momento, me habría liado con ella y supongo que es lo que ella había esperado que hiciese. Era exactamente el tipo de chica que podría haber utilizado para divertirme en una fiesta como aquella. Pero eso era antes de que Kathia apareciera en mi vida; desde entonces, ninguna mujer parecía serme suficiente. Carecían de algo que, por supuesto, le sobraba a Kathia.

Maldición. Si esto no era preocupante, entonces, ¿qué lo era?

Al salir del salón, me topé con Erika. Fue extraño que me abordara de aquella forma. Me empotró contra la pared. En todos los meses que llevaba en nuestro grupo, jamás la había visto de aquel modo. Estaba ebria.

Tuve que cogerla de la cintura para que no nos cayéramos.

—¡Vaya, Erika! ¿Estás bien? —saludé.

—¿Puedes responderme a una... pregunta? —Le costaba hablar.

—Eso espero.

—¿Por qué sois tan tiranos?

Imaginé que estaba hablando de Mauro. Resoplé negando con la cabeza.

—La verdad, ni idea.

—Lo lleváis... de fábrica.

—Se puede decir así. —La cogí de los brazos—. Erika será mejor que... — Intentaba arrastrarla a una habitación para que durmiera la mona, pero me empujó.

—¿Te han dicho alguna vez que las apariencias engañan? —Me apuntó con el

dedo.

—Erika, ¿de qué estás hablando? —Intenté cogerla de nuevo.

—¡Suéltame y responde!

—¿Qué quieres que responda? No tengo ni idea de lo que intentas decirme.

—Si tú eres capaz de engañar de esa forma a todo el mundo, yo también puedo.

—Se acercó a mí susurrándome casi en los labios.

—Me alegro, Erika. Eso es estupendo.

Deslizó sus manos por mi pecho, con fuerza, mientras rozaba mi cuello con sus

labios.

¿Qué estaba haciendo?

—¿Sabe Kathia lo que eres? ¿Sabe lo que haces entre horas?

Me puse tenso y apreté la mandíbula. ¿Qué pintaba Kathia en todo aquello?

Que ni se le ocurriera jugar con ella. Miré alrededor para saber si alguien nos había escuchado. Después retiré a Erika de mi pecho.

—¿A qué demonios estás jugando? —mascullé furioso.

—Ella jamás va a estar a tu altura. No es lo que buscas.

1. Mirame y DisparaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora