Capitulo 42

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Kathia

Comencé a impulsarme hacia la superficie entré un millón de burbujas. Pero la fuerza que me engullía era demasiado arrolladora.

Agité los brazos y los pies con determinación para conseguir alcanzar la superficie con rapidez. No podía rendirme, debía saber si Cristianno estaba bien y reunirme con él.

Por fin, mis dedos salieron del agua y después mis brazos. Saqué la cabeza tomando aire desesperadamente mientras tosía y escupía agua caliente. A mi alrededor flotaban trozos de madera ardiendo y pedazos del yate en un paisaje devastador. Miré a todos lados, pero ni rastro de Cristianno.

—¡Cristianno! ¡Cristianno! —grité entre el murmullo persistente de las llamas.

No aparecía y la angustia comenzó a invadirme, hasta el punto que me costaba mantenerme a flote.

—¡Cristianno! —Volví a gritar antes de sumergirme para buscarlo bajo el agua.

No aguanté mucho, estaba demasiado asustada como para mantener la respiración el tiempo suficiente. Salí de nuevo a la superficie retirando mi cabello y resoplando desesperada.

¿Y si la fuerza de la explosión lo había ahogado? ¿Y si se había dado un golpe con algo? ¿Y si... había muerto? ¡Oh, Dios mío!, aquello sí era sentir miedo. Si le perdía, todo se acababa para mí.

Sola, entre los escombros y las llamas, cerré los ojos. El agua volvía a estar helada y noté cómo el frío se adueñaba de mí. Decían que la hipotermia proporcionaba una muerte dulce. Quizá no sentiría dolor cuando abandonara mi cuerpo.

Entonces, alguien tiró de mi brazo. Cristianno me abrazó antes de que pudiera reaccionar. Me enganché a su cuello gritando su nombre mientras sentía que mi corazón volvía a la vida más agitado que nunca.

—¡Oh, gracias, gracias! ¿Estás bien? —dije atropelladamente mientras le besaba.

—La onda explosiva me arrastró. Eso es todo, cariño. No te preocupes. — Acarició mi mejilla y se fijó en mis ojos enrojecidos—. Tienes que nadar, ¿de acuerdo? Tienes que hacerlo muy rápido. Tenemos que llegar hasta la bahía —gritó Cristianno mientras me arrastraba para que comenzara a hacerlo.

No había mucha distancia, pero el agua estaba muy fría y me costaba avanzar con aquel vestido.

«Nada, vamos. Solo quedan unos metros», me decía a mí misma. Y eso fue lo que hice. Me concentré en llegar lo antes posible.

Conforme nos acercábamos, vi a varias personas esperando, preparadas para sacarnos del agua. Tensé mis brazos y continué nadando con fuerza.

—Vamos, cariño, solo quedan unos metros —me animó Cristianno mientras escupía agua por la boca.

—Recuérdame... que nunca hagamos... un crucero —dije costosamente. Me faltaba la respiración, pero quise relajar a Cristianno. Vi que lo había conseguido porque me miró riéndose.

Cristianno alcanzó el dique del puerto y me extendió la mano para arrastrarme a su lado. Reboté contra su cuerpo y me cogió de la cintura. Varios hombres asomaron sus brazos para que pudiera aferrarme a ellos y subir. No había ninguna escalera, por lo que tendrían que tirar de mí a pulso.

Las manos de Cristianno impulsaron mi cuerpo desde la cintura y pude agarrarme a los brazos de un hombre. Con facilidad, me sacó del agua y me dejó sobre el suelo. Enseguida se volvieron para coger a Cristianno.

Estaba completamente aterida. El frío punzante era lo único que sentía y no podía controlar los tiritones que recorrían mi cuerpo. Casi entre convulsiones distinguí a Silvano, que se abría paso entre sus hombres y caminaba hacia mí aceleradamente. Se quitó su gabardina y la pasó por mis hombros, ayudándome a introducir los brazos en las mangas. Su calor me inundó, y sentí una extraña y protectora sensación.

1. Mirame y DisparaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora