Kathia
Si pensaba que Valentino no cumpliría su palabra, estaba totalmente equivocada. Iba por el segundo día de mi condena y era una tortura china. Apenas podía hablar con Cristianno; apenas podía estar con mis amigos.
Dejaba que pasaran lo días esperando a... ¿qué? ¿Qué esperaba? Estaba claro que no me levantarían aquel castigo y Enrico no podía estar protegiéndome todo el tiempo porque tenía una comisaría que llevar y estaba hasta arriba de trabajo. Aun así, él era el único en casa que seguía apoyándome.
Aquella noche me costó conciliar el sueño. Ni siquiera era la una de la madrugada, cuando ya me preparaba para pasar una larga noche en vela. Respiré hondo, me arropé y cerré los ojos intentando dormir. Pero en lugar de eso me vino a la mente un pensamiento: era jueves y se acercaba un terrorífico fin de semana.
El sábado se inauguraba la galería de arte de mi hermana. Eso suponía una mañana de compras con mi madre y las arpías de sus amigas, y una sesión de belleza de más de cuatro horas. El domingo iríamos a misa (por petición de mi madre, que quería limpiar su conciencia la muy hipócrita) y después iríamos a Latina, el pueblo donde vivía mi aburrida tía Mariella (hermana de mi madre) y su torpe (aunque forrado) marido Danilo Pirlo. Ellos eran los padres de Marcello, el amante de mi hermana.
Vamos, un fin de semana tan exasperante que me entraban picores.
De repente, el sonido de mi móvil me sobresaltó de tal manera que casi me caigo de la cama. Lo cogí como pude y vi en la pantalla un número que no conocía. Tal vez era Erika, queriendo al fin hablar conmigo.
—¿Sí? —pregunté.
—La noche es fresca, pero agradable. Cielos despejados e insomnio preocupante.
La voz de Cristianno sonó jocosa y excitada. Contuve un pequeño grito de alegría y de nervios, y sonreí llevándome la mano al pecho para mantener el corazón en su sitio. Corría el riesgo de sufrir un infarto.
—¿Cómo sabes que tengo insomnio?
—Bueno, solo has tardado tres segundos en contestar.
—¿Cómo has conseguido mi número de teléfono?
—Daniela.
Tendría que haberlo imaginado.
—¿Cómo va el castigo? —Entonces se puso más serio.
Suspiré. Les había contado que no podía salir porque mis padres me habían castigado por enfrentarme a ellos. Cristianno sabía que mentía; en realidad, todo el grupo se dio cuenta de que mentía, a excepción de Eric y Luca que parecían estar abducidos.
—Lo sobrellevo.
—Mentirosa.
—Está bien... Estoy hecha una mierda, pero a ti qué más te da. Entrecerré los ojos, nerviosa, a la espera de su réplica.
—Me importa, ¿sabes? Lo estoy pasando mal. —Sabía que estaba exagerando. Comenzaba a conocer la voz que ponía cuando su intención era bromear—. ¿A quién voy a molestar ahora?
—Imbécil.
—¿Sí? Pues, adiós.
Colgó dejándome con la boca abierta. Solté un sonrisilla nerviosa, no podía creer que me hubiera colgado por llamarle imbécil. Ya debía de estar acostumbrado, no dejaba de decírselo.
Tragué saliva y me atusé el cabello antes de que volviera a sonar el móvil. Era el mismo número.
Lo cogí dispuesta a insultarle y a colgarle antes de que pudiera replicar. Pero no tuve oportunidad de hablar.
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1. Mirame y Dispara
RomanceKathia Carusso, una joven adolescente de la alta aristocracia italiana, regresa a Roma tras muchos años de internado sin entender muy bien por qué su familia la quiere de vuelta. Allí se reencuentra con Cristianno Gabbana, un conocido de la familia...