Cristianno
Tres minutos.
Me quité el cinturón de seguridad y extendí la mano.
—Vamos, sé que llevas calderilla en el bolsillo, primito.
Sonreí mientras lo veía coger su cartera y sacar dos billetes rosados de quinientos. Aún tenía tres más dentro de aquel cuero negro de Armani.
—¿Cómo cojones lo haces? —refunfuñó entregándome el dinero.
Aquellos papeles nos daban igual, pero a Mauro le jodía perder una apuesta conmigo. Aún no comprendía por qué continuaba retándome; siempre perdía.
—Solo una palabra: arte, chaval —dije a punto de salir del coche.
Entonces, sus piernas eclipsaron mi entorno. La maldita falda del uniforme despertó todas mis fantasías. La habría cogido de la cintura y arrastrado hasta el capó de mi coche. La hubiese tumbado en él y le habría hecho el amor lenta y sensualmente, para que pudiera apreciar cada rincón de mi cuerpo.
«Sigues divagando, Cristianno. Estás como una cabra.»
Kathia sonrió y continuó caminando de aquella forma que me ponía tan enfermo. Parecía saber lo que se me pasaba por la cabeza cuando se movía así y me incitara. Era tan condenadamente provocativa que mirarla se convertía en una tortura.
Me humedecí los labios y le respondí con un gesto pícaro. Abrí la puerta y salí lentamente sabiendo que ella no dejaba de mirar. Me coloqué bien la chaqueta. Nadie se estaba dando cuenta de nuestro juego atrevido, lo que me excitaba aún más.
Kathia
Entré en clase y cuando tomé asiento Daniela se abalanzó sobre mí.
—Dime que te fue tan bien como a mí —dijo exaltada mientras entraba Cristianno hablando con Mauro.
—Bueno, depende de qué hicieras tú con Alex. —Reímos.
Cristianno se agachó y besó a Daniela escandalosamente. Ella se aferró a su cuello sin alzarse de la silla y comenzó a reír.
—¡Me haces cosquillas!
—Seguro que no tantas como las que te hizo Alex —bromeó Mauro tirando de un mechón de mi cabello a modo de saludo.
Le miré fingiendo malestar. Cristianno aún no me había saludado; solo me miraba juguetón.
—¡Será...! ¿Qué os ha contado? —Daniela se sonrojó.
—Nada, te has delatado tú sola. —Ambos se echaron a reír guiñándose un ojo.
—¿Qué tal el fin de semana, Carusso? —Por fin Cristianno se dirigía a mí, aunque sin mirarme.
—No tan bien como esperaba, Gabbana —dije sin volverme. Mauro y Dani cruzaron una mirada risueña. Me giré y le miré fijamente—. ¿Y a ti, qué tal te ha ido?
Se apoyó en su mesa y se acercó a mí.
—Podría haber ido mejor. —Me guiñó un ojo.
Salí del San Angelo con la cabeza hecha un bombo. Daniela y Luca no habían dejado de hablar de la fiesta, y me habían contado lo sucedido con sus respectivas parejas (Alex y Eric) más de diez veces. Todas y cada una de ellas me reí. La que no parecía divertirse era Erika. Me acerqué a ella.
—Erika, ¿podemos hablar?
Nuestra relación iba de mal en peor, pero deseaba solucionarlo. Quería demasiado a Erika.
ESTÁS LEYENDO
1. Mirame y Dispara
RomanceKathia Carusso, una joven adolescente de la alta aristocracia italiana, regresa a Roma tras muchos años de internado sin entender muy bien por qué su familia la quiere de vuelta. Allí se reencuentra con Cristianno Gabbana, un conocido de la familia...