capitulo 32

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Kathia

Me arrullé entre las sábanas intentando conciliar el sueño. Ni siquiera el tacto aterciopelado de la tela era capaz de ayudarme.

Sentí una punzada en el corazón al recordar el rostro de Cristianno cuando le dejé en el cementerio. Era lo que tenía que hacer, debía dejarle, a él y a todo su mundo. Tampoco me casaría con Valentino, me escaparía en cuanto las aguas se calmaran y me dejaran respirar. Últimamente estaban muy encima de mí y no me podía permitir que mi escapatoria fracasara.

Dejar a Cristianno era lo correcto, sí. Tenía que repetírmelo, porque no estaba segura de que pudiera conseguirlo.

Me abracé a la almohada imaginando que era su cuerpo.

De repente, alguien entró en la habitación. Miré hacia la puerta, asustada. Una sombra caminaba hacia mí deprisa y no pude evitar pensar que había sucedido algo. Que a Cristianno le había pasado algo. Me incorporé antes de escuchar la voz de Enrico. Se inclinó en la cama y retiró mi cabello.

—Tienes que venir conmigo —musitó inquieto.

¿Qué había ocurrido? ¿Por qué quería que fuera? ¡Dios!, ¿y si Cristianno había

m...?

—¿Qué pasa? —pregunté exaltada—. ¿Qué le ha pasado a Cristianno? Enrico cogió mi cara antes de que comenzara a llorar.

—Nada, no pasa nada, pero es urgente que vengas. Vamos, vístete. Ponte lo que

sea —dijo antes de acercarse a la ventana como si le interesara ver cómo llovía.

Me lancé al vestidor y me enfundé unos vaqueros y el jersey que estaba más a mano. Ni siquiera encendí la luz para vestirme. Me coloqué unas deportivas y salí a la habitación atusando mi cabello.

—No hables, y ten cuidado de no hacer ruido —susurró antes de que saliéramos casi corriendo por el pasillo.

Bajamos las escaleras de puntillas y recorrimos el vestíbulo. Cogió su chaqueta y me lanzó la mía. Me la coloqué con rapidez antes de sentir la brisa de la madrugada. Enrico había abierto la puerta con una maestría brutal.

Nos montamos en el coche de la familia y tomé aire para hablar, pero Enrico levantó una mano para que continuara callada. Lo observé confundida. Aún llevaba el traje de luto del entierro de Fabio. La gomina de su cabello había desaparecido y algunos mechones caían sobre su frente.

Cruzamos el río y apareció la silueta del castillo de San Angelo. Se detuvo justo detrás dejando que las luces del Vaticano nos alumbraran. Respiré hondo y esperé su reacción. Pero no se movía, estaba inmóvil contemplando la calle. Sin duda, esperaba a alguien. Pero ¿a quién?

Estaba aterrorizada. Enrico no acostumbraba a comportarse de ese modo.

Entonces, otro vehículo se detuvo a nuestro lado.

Enrico bajó la ventanilla (solo un poco) e hizo una señal con la mano. Me incliné hacia delante para ver de quién se trataba, pero no vi nada. Solo el asiento trasero de aquel enorme vehículo. Me desplomé sin dejar de mirar el maletero de aquel coche. Me recordaba al vehículo de Silvano. Enrico se giró hacia mí.

—Pásate al asiento trasero —me ordenó con tranquilidad.

Suspiré y miré hacia atrás. No comprendía qué ocurría, pero hice caso a mi cuñado; me impulsé y caí sobre el cuero del asiento. Cuando me incorporé, la puerta se abrió y apareció la figura de un hombre vestido de negro. Tenía la intención de entrar y fruncí el ceño tensando todo mi cuerpo.

1. Mirame y DisparaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora