Cristianno
Usher sonaba con la canción Trading Places mientras me acomodaba en el Bentley de Enrico. Ya sabía que Mauro, Alex y Eric estaban a salvo en mi casa, y que mi padre esperaba a que llegara. Me aguardaba una buena bronca y, en realidad, con motivos. Era la cuarta vez que visitaba los calabozos de la comisaría de Trevi en lo que iba de año. Y tan solo habían pasado ocho días desde Nochevieja.
—¿Sabes a quién has arrastrado contigo a comisaría? —me preguntó Enrico aparentando seriedad, pero conteniendo una sonrisa.
Enrico sabía el motivo de mi detención y opinaba que debía haber sido más duro con Franco.
—A una tía que estaba buenísima —recordé sus largas piernas—. En serio, Enrico, si la hubieses visto, hasta tú te hubieses quedado aluciando.
Soltó una carcajada.
—Ya veo. En realidad, sí, era muy guapa.
—¿Pudiste verla? —pregunté extrañado.
—La saqué del calabozo, Cristianno.
—¿Cómo? —Ahora estaba todavía más perdido.
Detuvo el coche frente al garaje del edificio Gabbana. Cogió un pequeño mando, lo sacó por la ventanilla y pulsó el botón. La puerta comenzó a elevarse y Enrico aprovechó para mirarme.
—Esa «tía» que estaba buenísima era Kathia Carusso.
Si esperaba sorprenderme, lo consiguió. Le miré boquiabierto y con los ojos desencajados. Joder, si Angelo se enterase de que su hija pequeña había estado en el calabozo por mi culpa, me mataría.
«Con la de coches que había en la Via del Corso, y tuve que coger el taxi que llevaba a Kathia», pensé.
—¿Lo sabe Angelo? —pregunté temeroso.
—No, pero lo sabe Silvano.
—¡Es increíble, Cristianno! Sabes que no puedes ir por ahí pegándote con el grupito de Franco. No dejas de estar en boca de todos y eso nos traerá problemas — dijo mi padre, alterado pero intentando no gritar para no despertar a mi madre y a mis hermanos mayores—. Encima, has metido a Kathia Carusso de por medio. ¿Sabes que hará la prensa si se entera? ¡Jesús!
Sentado en un sillón, observaba cómo mi padre caminaba de un lado a otro fumando sin parar.
—Lo siento, tío Silvano. No volverá a ocurrir —dijo Mauro poniendo cara de no haber roto un plato en su vida.
—Tú a callar, ya te hemos calado —dijo su padre, mi tío Alessio—. Y vosotros...
—Miró a Alex y a Eric— ¿Le disteis duro? —Les guiñó un ojo.
Todos nos miramos algo confundidos, pero terminamos riendo.
Estuvimos cerca de una hora comentando la pelea. Incluso Eric la representó en el centro del salón. Lo que comenzó como una reprimenda, terminó como una reunión de colegas que se explican unos a otros sus batallitas.
Sin embargo, durante todo ese tiempo mi mente no estaba en aquel salón, sino en una chica de deslumbrantes ojos grises.
Kathia
El lunes a primera hora me reuní con Erika, Daniela y Luca en la entrada del San Angelo. En ese colegio iba a cursar el último curso de enseñanza media antes de ir a la universidad. Me sorprendió que el edificio fuera tan grande. Incluso tenía aparcamiento.
Como bien planeó Enrico, mi padre no se había enterado de nada de lo que ocurrió el sábado, así que pude pasar el resto del fin de semana con Erika y sus amigos dando largos paseos por la ciudad y gastando dinero con la tarjeta. Por supuesto,
ESTÁS LEYENDO
1. Mirame y Dispara
Roman d'amourKathia Carusso, una joven adolescente de la alta aristocracia italiana, regresa a Roma tras muchos años de internado sin entender muy bien por qué su familia la quiere de vuelta. Allí se reencuentra con Cristianno Gabbana, un conocido de la familia...