capitulo 37

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Cristianno

Mi padre apagaba un cigarrillo mientras encendía otro. No dejaba de caminar de un lado al otro; estaba totalmente abrumado con lo que había sobre la mesa: el ojo de Fabio.

Alessio estaba totalmente pálido y no era capaz de mediar palabra. Solo contemplaba las ventanas de la sala donde se había improvisado la reunión.

—¿Por qué no me contaste nada? Eres mi hijo —dijo mi padre mirándome con reproche.

Yo estaba apoyado en la pared. No era capaz de acercarme. Mi mente estaba lejos de allí, con Kathia. Que Enrico estuviera allí con nosotros no ayudaba a que me tranquilizase, porque Kathia no tenía a nadie que pudiera protegerla.

—No te enfades, papá. Ahora mismo tengo a una de las personas más importantes de mi vida bajo la custodia de los Carusso. Solo Dios sabe lo que le estarán haciendo, así que no me sermonees, porque ahora no podría prestarte la atención que sin duda mereces —dije cabizbajo.

Mi padre resopló y Alessio se levantó de la silla frotando su frente.

—¿Crees que no me importa? Todo lo que sea importante para ti es importante para mí. Además, yo tengo la misma sed de venganza que tú, pero debisteis explicármelo todo. Si lo hubierais hecho, ahora Fabio no estaría muerto —dijo mi padre.

Aquellas palabras entraron en mi pecho como cuchillas. Él no me estaba culpando, pero su contundencia me hizo sentir culpable. Por un momento sentí que yo había matado a Fabio.

—Si os hubiésemos contado algo, muchos de esta sala estarían haciéndole compañía. Seguramente, yo el primero —interrumpió Enrico antes de que Alessio se diera la vuelta, encolerizado.

—¡Basta! ¡Pienso ir a la mansión Carusso y matarlos a todos! —gritó dando un golpe en la mesa.

—Estoy de acuerdo. Si aparecemos ahora, los pillaremos desprevenidos y podremos eliminarlos —secundó mi hermano Diego.

Mi otro hermano, Valerio, negó con la cabeza incrédulo. A él no le gustaba hacer las cosas a lo bruto. Prefería la tranquilidad y que todo llegara a su debido momento y con su orden correspondiente.

—Seguramente, no estarán en la mansión —murmuró Enrico, mirándome con el rabillo del ojo. Cerró los ojos y apretó la mandíbula. Como si estuviera sintiendo el dolor que yo sentía.

—¿Por qué demonios se atreven a desafiarnos? ¿No se dan cuenta de que todo lo que tienen lo han conseguido gracias a nosotros? Se lo podemos arrebatar cuando queramos —dijo Mauro.

—Estás en lo cierto, pero el poder hace que desees más poder. No parece ser suficiente para ellos. Ya sabemos cuáles son sus intenciones. No solo quieren Roma sino también Italia. Y si tienen que eliminarnos, lo harán —dijo con frialdad mi abuelo Domenico.

—No, si antes lo hacemos nosotros —añadió Diego—. Roma ya tiene dueño, no nos vencerán tan fácilmente.

Valerio no dejaba de mirarme fijamente. Sabía que le debía una explicación después de hacerle piratear la base de datos del hotel Plaza.

—No cabe duda, pero debemos trazar un plan muy exhaustivo. Os recuerdo que las elecciones son mañana y Adriano se alzará con el poder —murmuró mi padre, casi para sí mismo.

—Pues yo creo que antes de planear nada, Cristianno debería explicarnos todo lo que sabe. ¿No, hermano? —dijo Valerio acusándome con la mirada—. Anoche me telefoneó para que entrara en la base de datos del Plaza.

Bajé los ojos y suspiré. Tenía que darles otra noticia que no les iba a gustar

nada.

—¿El hotel? —preguntó mi abuelo.

1. Mirame y DisparaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora