Kathia
Me desperté entre el sonido atronador de los disparos. Lo primero que sentí fue un tremendo dolor de cabeza. Me llevé las manos a la frente. Noté algo viscoso y me miré los dedos. Era la sangre de la herida que me había hecho al caer por las escaleras.
Poco a poco me fui incorporando, pero enseguida me agaché. El cristal trasero reventó en mil pedazos por el impacto de una bala. ¡Mierda! Aquel disparo iba destinado a mí. Me sacudí los cristales y me asomé con mucha precaución.
No vi a Cristianno, pero sí a Mauro, que disparaba con una precisión formidable.
—¡No salgas del coche, Kathia! —gritó a pocos metros de mí—. ¡Agáchate!
Le hice caso, pero no por mucho tiempo. Tenía que descubrir dónde estaba Cristianno. Entonces lo vi cerca de su padre, al lado de las escaleras del avión. Estaba cargando su pistola mientras escondía la cabeza entre los hombros. No estaba herido, se encontraba bien.
¿Cuándo terminaría aquello? No podía resistir sin hacer nada. Podía ocurrirles algo a las personas que más me importaban en el mundo; y estaba claro que ninguna de ellas era un Carusso.
De repente, la puerta que permanecía cerrada se abrió y apareció Marcello apuntándome con un arma. Sin pensarlo, le di una patada y la pistola cayó al suelo. Me lancé a por ella. Estaba dispuesta a dispararle como hice con Jago.
Sin embargo, cuando ya acariciaba la pistola, Marcello me cogió del pelo y tiró de mí fuera del coche. Me sujeté con fuerza a los asientos mientras pataleaba, pero no pude soltarme. Grité a Mauro, pero cuando quiso disparar, Marcello me colocó delante de él, de parapeto. Si Mauro disparaba yo recibiría esa bala.
—¡Replegaos! —ordenó Marcello comenzando a caminar—. ¡Gabbana, me llevo este polizón! ¡Si no queréis verla morir dejad de disparar!
Aquella orden hizo efecto de inmediato. Los disparos dejaron de sonar casi al unísono. Busqué a Cristianno y le vi mirándome, desencajado. Su pecho subía y bajaba descontrolado mientras todos me observaban.
Pero mis ojos se concentraron en los de Cristianno, desenfocando todo lo demás. ¿Qué debía hacer? ¿Qué podía hacer una niña que jamás había vivido una situación así?
Suspiré y cerré los ojos. Recordé un beso de Cristianno antes de girarme y golpear a Marcello con una fuerza que él no esperaba que yo tuviera. No me paré a pensar en cómo había logrado tumbarle, sino que me lancé a por el arma que había estado apuntándome segundos antes y le disparé. Vacié el cargador sobre el pecho de mi primo, el amante de mi hermana, mientras gritaba trastornada.
—¡Basta! —gritó mi padre. Dejé de disparar, me giré y le apunté.
Todo el clan Gabbana también estaba apuntando a Angelo; pero mi padre, a su vez, tenía su pistola sobre la sien de Cristianno al pie de la escalera del avión.
—Suéltale —mascullé acercándome a él sin dejar de apuntarle—. Juro que te mataré si no le sueltas, papá.
—¿Estarías dispuesta a matar a tu padre por un Gabbana? —Hizo una mueca fingiendo pena.
—Sí. Una y mil veces si hacen falta. Ahora, suéltale.
Silvano dio un paso al frente, pero había más hombres de los Carusso que de los Gabbana, y estos se lo impidieron.
—¡No toques a mi hijo, Angelo! —gritó el padre de Cristianno a solo unos pasos de ellos.
Me fijé en el temblor de Mauro, en la mirada dubitativa de sus hermanos, en el rostro desencajado de Silvano. Debía hacer algo. Si mataba a mi padre, todos los Gabbana estaban perdidos. Caerían tras él porque estaban rodeados.
—Está bien —dije, mirando a Cristianno—. Me cambio por él. Es eso lo que quieres, ¿no? Pues ahí lo tienes. Ahora, baja el arma y deja de apuntarle.
Cristianno negó con la cabeza.
—No, no dejaré que lo hagas —masculló dando un paso hacia mí. Solo nos faltaban unos centímetros para tocarnos.
Mi padre le siguió sin dejar de apuntarle.
—Tú decides, papá. Pero si le matas, yo te mataré a ti. ¡Elige!
¡Dios!, no sabía si iba a aguantar mucho más tiempo la tensión, estaba a punto de desmayarme. Y, sin duda, eso es lo que pasaría si mi padre tocaba a Cristianno.
brazos.
—Hecho. —Mi padre bajó el arma sonriente, y empujó a Cristianno a mis
Le besé ante todos hasta que alguien tiró de mi cintura. Cristianno se resistió a
soltarme y vi a Mauro que quería venir hacia nosotros, pero no le dejaron.
—¡Soltadla! —gritó Cristianno.
Lo empujaron y cayó al suelo mientras a mí me arrastraban hacia el coche de Valentino.
—Llévatela donde acordamos, Valentino —dijo mi padre. El menor de los Bianchi ya estaba al volante preparado para salir.
El coche arrancó. Dejé a Cristianno tirado en el suelo, forcejeando con su primo.
Él quería venir en mi busca, pero se lo impedían. Mejor así.
Los recuerdos me abrumaban y apenas me dejaban respirar. Era consciente de lo poco que valía mi vida si él no estaba a mi lado. Todo lo que para mí tenía significado llevaba su nombre. Ese nombre que retumbaba en mi cabeza con más intensidad que nunca.
Cristianno, Cristianno, Cristianno...
Le miré por última vez. Todavía tenía el sabor de su cuerpo en mis labios, el calor de su tacto en mi piel, el susurro de sus palabras en mi cuello... Y ahora veía cómo su figura se iba alejando. Me obligaban a apartarme de él sin darse cuenta de que con ello me obligaban también a morir. Pero eso es algo que no les debía de importar lo más mínimo, después de tantas veces como habían puesto mi vida en peligro.
Mi corazón se quedó allí, con él, mientras su imagen se borraba empañada por mis lágrimas.
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1. Mirame y Dispara
RomanceKathia Carusso, una joven adolescente de la alta aristocracia italiana, regresa a Roma tras muchos años de internado sin entender muy bien por qué su familia la quiere de vuelta. Allí se reencuentra con Cristianno Gabbana, un conocido de la familia...