Kathia
Miré mi plato y, con desgana, retiré las zanahorias que cubrían un bistec poco hecho. Me hallaba en el piso de Valentino; un lujoso ático situado en la Via Conciliazione. Él lo había dispuesto todo para una cena romántica y empalagosa; flores, servicio exclusivo del mejor chef de la ciudad, y luces tenues proporcionadas por velas aromáticas repartidas por toda la estancia, que se mezclaban con la luz anaranjada del Vaticano.
No estaba allí por propia elección y cuando recordaba la forma de invitarme que había tenido, me crispaba. Valentino logró que mi padre me abofeteara delante de todo el mundo debido a mi negativa inicial. Enrico intentó protegerme, pero no sirvió de nada. Y allí estaba, sentada contemplando el metro de mesa (demasiado decorada) que nos separaba.
Valentino sonreía mientras comentaba cómo le había ido la jornada. Al parecer, había aprobado un examen sorpresa de matemáticas —estudiaba la carrera de economía—. Pero yo no le escuchaba. Solo podía pensar en... él.
No había ido a clase, y tampoco lo haría el resto de la semana. Era lo único que había podido sacarle a Mauro cuando, antes de entrar en la clase de química, le cogí del brazo y lo aparté del grupo.
Mauro sabía lo que había ocurrido y me observaba de una forma respetuosa, como si estuviera pidiendo perdón en favor de Cristianno. Él no tenía la culpa y se lo hice saber.
Llegado el momento de preguntarle dónde estaba, se negó a contestar. Según él, no sabía nada, a excepción de los días que estaría fuera. Es lo único que pude lograr y la peor noticia que podía recibir. No estaba segura de poder soportar una semana alejada de Cristianno.
—¿No comes? —preguntó Valentino tocando mi mano.
—No tengo hambre. —Me levanté de la silla y caminé hacia los ventanales.
Dios, me sentía tan culpable por haber provocado aquella situación con Cristianno... Tal vez, si no le hubiese hablado de aquella forma, no habría actuado así. Tal vez entonces no estaría sintiendo aquella congoja que me oprimía el pecho.
Nunca antes había sentido nada parecido. Odiaba del mismo modo que deseaba, y eso me estaba matando. Me volvía loca porque siempre había sido dueña de mis sentimientos. Nunca me había arrepentido de nada de lo que hubiera hecho. Me daba igual si hacía daño o no, lo hecho hecho estaba, pero con Cristianno era diferente. Toda mi vida cambió desde el momento en el que le vi por primera vez. Yo cambié.
No estaba cómoda, no era yo la que habitaba en mi cuerpo. Una bomba de emociones estallaba continuamente en mi pecho y me hacía vibrar, pero también descontrolarme. No sabía qué estaba sintiendo, pero estaba segura de que me marcaría para siempre.
Valentino me rodeó por la cintura y me obligó a mirarle. Le obedecí sin saber que me besaría de nuevo. Pero esta vez se retiró antes de que pudiera partirle la cara. Me observó tranquilo, con deseo, y retomó el beso con más intensidad.
No era fácil escapar. Valentino no comprendía que mi cuerpo lo rechazaba; toda yo lo rechazaba. No lo quería cerca, pero gracias a sus detestables caricias, pude descubrir algo. Deseaba que Cristianno me acariciara.
Forcejeé antes de darle una patada. Se retiró y le señalé con el dedo antes de
hablar.
—Te dije que no volvieras a tocarme —dije remarcando las palabras. Cogí mi
chaqueta.
—No... —Torció la boca intentando una sonrisa mientras caminaba lentamente hacia mí—. Eres tú la que parece no comprender que puedo disponer de ti cuando me plazca.
Caminé hacia la puerta. Sabía que me dejaría ir.
—Tarde o temprano serás mía, Kathia.
—Eso ya lo veremos. Cerré de un portazo.
No quería preocupar a Enrico, así que decidí caminar hasta la casa de Daniela. Era la única que en aquel momento podía comprender cómo me sentía. Quizá lo más lógico habría sido ir en busca de Erika, pero ella había cambiado. Ya no era la misma chica dulce, alegre y simpática que conocía, ya no era la mejor amiga que tenía en el
internado. No había encajado bien mi vuelta y habíamos discutido dos veces. En una de ellas me soltó que yo no era más que una niñata engreída que necesitaba llamar la atención con aspavientos si no era el centro de las miradas. Incluso insinuó que yo quería robarle a Mauro. En lo de engreída podría haberle dado la razón, pero jamás le haría daño. Nunca le había dado motivos para pensar así.
Llamé al timbre de Daniela y, segundos después, abrió la puerta. Tenía el pijama puesto y el cabello despeinado. Al parecer, la había despertado, pero no pareció molestarse. Me sonrió, aunque con el ceño fruncido.
—Siento venir a estas horas —dije antes de que me arrastrara dentro.
—No te preocupes, ¿qué ocurre?, ¿te ha pasado algo? —me preguntó algo asustada y contemplándome titubeante.
—No, no... Es solo que no sabía adónde ir.
—¡Oh, pequeña, ven aquí! —exclamó antes de abrazarme.
Daniela era tan cariñosa que con solo un abrazo reponía tus fuerzas para una semana.
—Dani, ¿quién es, cariño? —preguntó la voz de un hombre que me recordó a...
Alex apareció en el vestíbulo con un bol de palomitas en la mano. Al parecer, la relación entre ambos iba viento en popa. Se quedó paralizado al verme, pero enseguida se abalanzó hacia mí y comenzó a interrogarme.
—¿Estás bien? ¿Qué te ha pasado? —Le entregó el bol a Dani y me zarandeó.
—Nada, estoy bien. —Decidí contárselo—. Es solo que... estaba cenando con Valentino y... se propasó, nada más.
—¡¿Qué?! —exclamaron los dos a la vez.
—Dios, como se entere... —murmuró Alex tan bajo que casi no se le escuchó.
—¿Como se entere quién?
Daniela y yo le miramos esperando su respuesta.
—Chicas, ¿por qué no pasamos al salón e iniciamos nuestra sesión de cine? — sugirió colocándose detrás de nosotras y empujándonos suavemente por la espalda.
—No quisiera molestar, en serio. Puedo llamar a...
—¿A quién? ¿A Erika? —se burló Daniela cruzándose de brazos antes de tomar asiento—. Anda, no digas tonterías. Aún no comprendo cómo la has soportado todos estos años. Te quedarás aquí. Además, no puedes perderte cómo torturo a Alex con la saga de Harry Potter. —Comenzó a comer palomitas—. Vamos, pon La Orden del Fénix y después El misterio del Príncipe.
Alex y yo nos miramos con el ceño fruncido. Él resopló y yo solté una carcajada mientras comenzaban los créditos de La Orden del Fénix. Daniela me explicó que llevaba toda la tarde viendo las películas de la saga, una después de otra, y que el pobre Alex estaba aguantando el tipo excelentemente.
—Espero que eso me haga ganar puntos —sonrió Alex antes de acariciarle el mentón a Dani.
—Conque Harry Potter, ¿eh? Te hacía más de... no sé... ¿Crepúsculo? —dije.
—Es la saga de la semana que viene. —Me tocó el brazo—. Tranquila, tengo para todos los gustos.
—Sí, claro —intervino Alex irónico.
—Oye, lo echamos a suertes, ¿no? Perdió El señor de los anillos, se siente.
—Sí, pero no sabía que eso también incluyera la ñoñería de los vampiritos enamorados de humanas obsesionadas. El señor de los anillos, eso sí es una obra maestra
—se defendió Alex.
—Igual que Cristianno —murmuró Daniela.
Su nombre se hincó en mi pecho en forma de mil cristales. Intenté disimular, pero Alex se dio cuenta. Me tomó de la mano y me guiñó un ojo antes de volver la atención a Daniela, que ya estaba absorta con la película.
Me acuclillé en el sofá y respiré hondo deseando saber dónde estaba él.
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1. Mirame y Dispara
Roman d'amourKathia Carusso, una joven adolescente de la alta aristocracia italiana, regresa a Roma tras muchos años de internado sin entender muy bien por qué su familia la quiere de vuelta. Allí se reencuentra con Cristianno Gabbana, un conocido de la familia...