Kathia
Salí de aquel pasillo completamente aturdida. No sabía qué pensar después de escuchar aquella conversación. Conocía a mi madre, sabía cómo era. Olimpia di Castro, la esposa del famoso juez Angelo Carusso. La mujer fría, despiadada e insensible que no asistió al funeral de su padre porque no pudo ponerse sus zapatos de Versace negros: tenía los pies hinchados después del velatorio. Pero jamás hubiera imaginado que la oiría hablar de una forma tan perversa sobre mí.
Sentí unas ganas arrebatadoras de llorar, me faltaba la respiración, tenía que salir de allí.
Cristianno
La seguí sabiendo que ella no era consciente de mi presencia. Caminaba entre la gente intentando ocultar su rostro.
¿Acaso estaba llorando? No lo sabía, pero estaba dispuesto a averiguarlo.
Subió un pequeño escalón y entró en un cenador rodeado de forja y exóticas plantas trepadoras. Algunas gotas de agua se colaban por el tejado de parras y madera, aumentando la belleza de aquel rincón. El viento agitó su largo cabello dejándome ver la curva de su espalda; se perfilaba perfecta sobre unas caderas insinuantes. De repente, inclinó la cabeza hacia atrás y soltó un suspiro ahogado. Algunas gotas cayeron sobre su pálido rostro y se deslizaron por su esbelto cuello. La imagen estaba tan cargada de poesía que deseé abrazarla y aliviar la sensación de angustia que expresaban sus ojos. Cierto, estaba llorando.
Humedecí mis labios tras retener mis pensamientos delirantes y entré en el cenador sintiendo cómo el viento también me envolvía.
—¿Estás bien? —pregunté. Era la primera vez que me preocupaba por alguien que no fuera de mi familia o de mi entorno más inmediato.
Se sobresaltó al escucharme y enseguida eliminó las lágrimas de su rostro.
—Como si a ti te importara —susurró.
—Vaya, para una vez que intento ser amable... —Me acerqué hasta ella.
—Lo siento, es que no tengo un buen día —dijo cabizbaja.
—Ayer tampoco lo tuviste, ¿no? —Sonreí recordando cómo se había cargado el faro de mi Bugatti.
Me miró entre enfadada y desilusionada.
—¿Esa es tu forma de ser amable? —Respiró profundamente y se colocó frente a mí—. Basta, Cristianno. Déjame tranquila de una vez. Ya me he cansado de este juego inútil y sin fundamento. Y sé que a ti también te aburre. Así que terminemos con esto de una vez. Evitemos hablarnos —remató con un tono seco y bajo, pero cargado de decisión.
Kathia había zanjado lo que yo había intentado cerrar desde que la vi en el San Angelo por primera vez. Sin embargo, no me gustó que aquella charla tuviera ese aroma a final.
Kathia
No sentía lo que acaba de decirle; había hablado mi frustración. Pero había dos razones por las que me había comportado de aquel modo. La primera era que estaba harta de estar allí; y la segunda, no tenía fuerzas para pelear con él después de lo que acababa de escuchar.
Me dispuse a salir de allí reteniendo las ganas de girarme e ir en su busca. Necesitaba que me abrazara. Lo vi desde el cristal; cabizbajo y pensativo. Por un instante, no parecía el Cristianno chulo y engreído. Más bien se veía perdido y afligido.
De repente, un sonido seco y atronador llegó desde la sala principal. Me quedé paralizada mientras al primer silencio le seguían algunos gritos.
Parecía un disparo.
ESTÁS LEYENDO
1. Mirame y Dispara
RomanceKathia Carusso, una joven adolescente de la alta aristocracia italiana, regresa a Roma tras muchos años de internado sin entender muy bien por qué su familia la quiere de vuelta. Allí se reencuentra con Cristianno Gabbana, un conocido de la familia...