Capitulo 23

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Kathia

Aquella sería mi canción. Nuestra canción. Cuando la escuchara sabría que Cristianno estaría cerca y que la estaría tocando solo para mí.

Con las notas bajas y agudas levantó la vista del teclado y me miró. Yo le observaba ensimismada. Jamás había escuchado algo así. Transmitía tanto que me costaba mantenerle la mirada.

Sonrió y enseguida cerró los ojos dejando que fluyera de sus dedos la parte alta de la canción. Por un momento, me pareció que sufría, tal era la pasión con la que tocaba. Cristianno me estaba proporcionando el mejor momento de mi vida.

Todavía no me había dicho a mí misma que estaba enamorada de él. Pero lo estaba y mucho. Y, por la forma de tocar, podía deducir que él también lo estaba de mí.

Dejó de tocar y me miró. Esperaba que yo dijera algo.

Y lo dije, pero nada relacionado con lo magistralmente bien que había tocado.

—Ven aquí... —dije casi en un susurro mientras le dejaba un hueco en el sofá.

Él frunció el ceño; parecía receloso a aceptar mi petición, pero terminó levantándose de la banqueta. Se sacudió los pantalones débilmente y suspiró antes de dar el primer paso.

Se le veía tímido, tan tenso que casi me hizo reír. Quién me hubiera dicho que iba a ver al loco del taxi caminar hacia mí retraído.

Tragó saliva y se sentó en la punta, a la altura de mis rodillas. Arrastré mi mano hacia la suya y le empujé lentamente obligándole a reclinarse a mi lado. Necesitaba tenerle cerca.

Se tumbó casi con miedo y respirando entrecortadamente. Parecía tan indefenso... pero enseguida recuperó su confianza. Acarició mi mejilla mientras acomodaba su cabeza en el sofá. Su aliento rebotaba en mis labios mientras sus dedos dibujaban mi barbilla. Quise besarle, quise abrazarle y pedirle que no me soltara en lo que quedaba de noche, pero detuve ese impulso. Me regodeé observando su rostro perfecto tan de cerca.

Imité su gesto y acaricié su nariz. Bajé hasta sus labios y me detuve en su cuello. Cristianno no me retiró la mirada en ningún momento, pero yo no era capaz de mantener mis ojos puestos en los suyos. Puede que mi gris fuera deslumbrante, pero su azul tenía una potencia que me doblegaba.

—Qué extraño es todo esto... —suspiré antes de sentir cómo su mano se detenía en mi cintura.

La rodeó y se impulsó, acercándose aún más. Después empujó mi pierna obligándome a que la colocara sobre la suya. Me puso muy nerviosa tener su cuerpo tan pegado al mío, pero me gustó. Me gustó muchísimo.

—¿Por qué? —Retiró un mechón de mi pelo y se acercó para besarme en la

mejilla.

Lo hizo despacio, con suavidad, aprovechando cada segundo.

—Hace unas semanas te habría matado. Sin embargo, ahora... Bajé la mirada, no tuve valor de terminar.

«Genial. Eres una cobarde», pensé.

—¿Ahora qué? —quiso saber.

Respiré hondo antes de abrazarle. No creí que respondiera, pero lo hizo y de

una manera apasionada. No estaba acostumbrada a ese tipo de caricias, pues en el internado apenas salíamos y cuando lo hacíamos no teníamos tiempo para el clásico coqueteo, seguido de arrumacos y frases bonitas. Para nada; se pasaba directamente a la acción.

Un «Hola, qué tal, me gustas, tú a mí también», y pum... el beso. Después de aquello, por supuesto, venía el típico «Nos vemos la semana que viene», y después,

1. Mirame y DisparaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora