Capitulo 36

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Kathia

Hizo ademán de coger la bolsa. Valentino sonrió orgulloso, como si creyera que ya estaba todo ganado, pero no fue así. Cristianno torció el gesto lentamente y me guiñó un ojo antes de mirar a la puerta. Me estaba indicando que corriera en cuanto él actuara. Aunque no me parecía buena idea dejarle solo, haría lo que él me pedía. Cristianno era fuerte, ágil y sabía perfectamente cómo actuar en una situación así. Me maldecía por haber entrado en el cementerio, aquello solo había empeorado las cosas porque ahora no solo corría peligro yo, sino también él y todo el plan. Aunque, por otro lado, sentía crecer una fuerza arrolladora en mi interior; quizá era verdad que guardaba en mi interior a una mafiosa... Me gustaba la sensación que se estaba apoderando de mí.

Valentino se removió al notar la tardanza de Cristianno. Aquel descuido fue perfecto para arremeter. Cristianno le dio un codazo en la nariz y se giró para cogerlo del cuello. La pistola cayó al suelo y pensé en cogerla, pero no sabía cómo utilizarla. Me sentí inútil mirando cómo Cristianno le reducía increíblemente rápido.

—¡Corre, Kathia! ¡Ya! —gritó mirándome de soslayo.

Aquella era la única forma de ayudar que podía ofrecer en ese momento. No sabía luchar y tampoco disparar; solo huir con rapidez. Di un paso hacia atrás sin dejar de observar cómo Valentino se revolvía por el dolor. Cristianno estaba bloqueándole los brazos tras la espalda y tiraba con fuerza. Incluso escuché huesos al crujir.

—¡Joder, Kathia! ¡Vete!

Salí corriendo hacia la puerta como si me hubieran empujado. La abrí y un montón de gotas rebotaron en mi cara; estaba lloviendo con fuerza. Entonces, un dolor increíblemente intenso se expandió por mi pecho y me tumbó bruscamente. Reboté en el suelo y, tras un débil gemido de dolor, Cristianno gritó.

Mi visión se tornó borrosa, pero pude distinguir a Valentino dándole un puñetazo a Cristianno y a este rebotar contra la tumba de piedra, primero, y contra el suelo, después. Valentino lo cogió del cuello y comenzó a presionar. Me removí intentando incorporarme, pero alguien lo hizo por mí. Un hombre enorme vestido de

negro y empapado por la lluvia me cogió del brazo y me puso de pie. Tuve que apoyarme en su pecho para no tambalearme. Él había sido el que me había dado aquel golpe con un tronco.

—¡Llévatela al coche y átala! —gritó Valentino mientras Cristianno comenzaba

a toser.

Dios mío, todo estaba acabado. Sería cuestión de minutos que Cristianno dejara

de respirar. No podía permitirlo. Comencé a ver con normalidad, pero aquel dolor quebradizo no me dejaba erguirme. Fingí que no podía caminar y me hinqué de rodillas en el suelo. El hombre volvió a levantarme y aproveché el impulso para darle un patada en la entrepierna con todas mis fuerzas. Se inclinó hacia delante llevándose las manos a la parte dolorida. Incluso agachado, era casi igual de alto que yo.

Apreté la mandíbula, enfurecida, y volví a levantar la pierna, esta vez hacia su cara. El hombre cayó al suelo. Había tumbado a aquel mastodonte con solo dos golpes.

Cogí el tronco y corrí al panteón Gabbana. El dolor se estaba dispersando con rapidez. Tal vez, porque lo que ocurría allí dentro me dolía mucho más. Cuando entré, Cristianno tenía la cara roja, parecía que en cualquier momento iba a estallar. Me lancé sin pensar contra Valentino y estrellé el tronco en su espalda con la misma fuerza que empleé en la patada. Cayó a un lado y yo me arrodillé a socorrer a Cristianno.

—¿Estas bien? —dije entre jadeos. Valentino se removió y le di una patada en la boca—. ¡Maldita rata!

Cristianno se incorporó apoyándose en mí y se inclinó hacia delante con la intención de levantarse.

1. Mirame y DisparaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora