Capítulo 1

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Coordenadas dimensionales:

Año 8.972 del calendario zyonista

Erebus

Región de Acies

Deimos, Yersinia Terra (Frente norte)


Un fugaz destello que iluminó brevemente el cielo nocturno precedió al atronador rugido de una descomunal pieza de artillería. Incluso a casi veinte kilómetros de distancia de aquella monstruosa arma, cada disparo que el enemigo realizaba con aquel cañón Armagedón estremecía y ponía en alerta a todos los soldados presentes en aquella trinchera. Afortunadamente para aquellos atormentados hombres y mujeres de armaduras negras, la artillería enemiga hacía ya un par de días que había dejado de tomar como objetivo las trincheras y fortificaciones en las que se encontraban, y en su lugar estaba enviando sus descomunales obuses de seis toneladas contra objetivos estratégicos que se encontraban a un centenar de kilómetros en su retaguardia. Poco a poco, todas aquellas áreas civiles, complejos industriales, explotaciones mineras y granjas que trataban desesperadamente de defender estaban siendo devastadas una a una por un único vehículo enemigo al que no eran capaces de hacer frente. Aquella batalla era una causa perdida; y, sin embargo, la situación aún empeoraría todavía más si se retiraban y volvían a ceder terreno a Phobos. A lo largo de los últimos meses, la frontera norte se había convertido en una hambrienta picadora de carne que exigía cada vez más y más sacrificios; y que nunca ofrecía nada a cambio a excepción de una mayor miseria.

El Comandante Hammerhead dirigió una mirada indiferente a un grupo de tres soldados de Deimos que se dejaron caer cuerpo a tierra sobre el fangoso suelo de la trinchera cuando oyeron el último estruendo. Aquellos mortíferos proyectiles que ahora aniquilaban a civiles inocentes o a personal esencial de la organización, hasta hacía poco habían hostigado también aquella amplia red de trincheras que habían construido, y las tropas aún no podían evitar sentir un intenso terror cada vez que aquel sonido retumbaba entre aquellas cicatrices en la tierra. Aquella zanja en el terreno tenía cinco metros de anchura y diez de profundidad, con suelo y paredes de hormigón. Se trataba de una ramificación principal de la red de trincheras, construida de forma apresurada por uno de los gigantescos vehículos industriales de la HEC apenas unos días antes de que otra fortificación similar que se encontraba cincuenta kilómetros al norte cayera y las tropas se vieran obligadas a retroceder. La lluvia y la humedad ambiente de aquella región pantanosa en la que se encontraban habían provocado algunos corrimientos de terreno en los alrededores, y todo aquel barro inevitablemente había acabado cayendo dentro de las trincheras y volviéndolas cada vez más fangosas, malolientes, insalubres y difíciles de transitar. Para cuando Hammerhead apartó la mirada de aquellas tropas, dos de aquellos soldados de armaduras negras habían logrado ponerse en pie y se apresuraban a ayudar a incorporarse al tercero, cuyas pesadas protecciones parecían haberse atascado en el barro.

A pesar de la desagradable situación en la que se encontraban aquellos hombres, todos ellos se apresuraron a encararse con Hammerhead a su paso y saludar formalmente al enorme Goliat y a su escolta. El Comandante de Deimos pasó junto a ellos sin inmutarse, con ninguna otra cosa en mente aparte del motivo que le traía a aquel lugar más allá de toda posible salvación. A cada paso que daba, las gruesas placas de su oscura armadura emitían característico sonido de rozamiento, y sus grebas chapoteaban ruidosamente en aquella profunda capa de barro que se amontonaba sobre el suelo de hormigón de la trinchera. Aunque aquel terreno resultaba cada vez más impracticable para los soldados humanos, ni él ni los otros dos Goliats que lo escoltaban se veía ralentizados ni lo más mínimo por aquellas adversas condiciones.

Unos cinco minutos después, mientras aún recorría aquella trinchera rumbo hacia el búnker de mando, otro estruendo causado por un nuevo disparo de artillería hizo que el rostro de Hammerhead se agriase levemente. Aquel Goliat veterano, de una estatura que destacaba incluso entre sus semejantes, tenía su grisáceo rostro lleno de cicatrices, entre las que destacaba una profunda marca de la garra de una Arpía que recorría de arriba abajo la mirad derecha de su cara, pasando por su ojo. El ojo derecho cegado del Goliat había perdido su característico color negro para adoptar un tono blanquecino. Aquel supersoldado portaba a su espalda, sujeta a su armadura mediante un acople magnético, una descomunal hacha antitanque de doble filo, con una empuñadura metálica de casi tres metros y una enorme cabeza de ochocientos kilogramos con un filo de obsimantita. Por toda la metálica superficie, tanto de su arma como de su armadura, podían percibirse un gran número de marcas y muescas, fruto del uso intensivo y el desgaste que aquello implicaba. Aunque alguien en su posición podría permitirse estrenar arma y armadura nuevas en cada batalla, el Comandante Hammerhead mostraba con el mismo orgullo las cicatrices de su metal que las de su carne. Cada corte en su piel y cada marca en su blindaje eran un fallido intento de matarle; y el Goliat se enorgullecía de cada uno de aquellos intentos fallidos. No en vano, sus ciento veinte años como soldado ya estaban próximos, y no resultaba fácil vivir una larga vida en su situación; especialmente ahora que tenía como enemigos a la organización más peligrosa de todo Acies.

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