Capítulo 4

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Satsuki contemplaba con cierta apatía el campo de batalla que se extendía a sus pies mientras todo el ejército que Phobos había desplegado en Yersinia Terra la tomaba a ella como su objetivo. A medida que atravesaba la cortina de humo que se había formado a causa de la explosión de aquel proyectil del cañón Armagedón, iba distinguiendo cada vez más y más enemigos a su alrededor, que enviaban de forma incesante una lluvia de balas, obuses y disparos de riel contra ella. A lo largo de kilómetros y kilómetros, hasta donde se extendía la vista, todo lo que la Comandante en Jefe de Deimos alcanzaba a ver eran redes de trincheras excavadas en aquel maloliente y fangoso terreno, cientos de emplazamientos de artillería y tanques Virus, y posiblemente decenas de miles de soldados de Phobos, los cuales se debatían entre el terror que les suponía enfrentarse a ella, y el terror que les suponía desobedecer las órdenes de su Comandante y retirarse. Satsuki dejó escapar un largo suspiro, mientras por fin dejaba atrás aquella nube de humo que la explosión de aquel enorme obús había formado. Aquel disparo del arma primaria del tanque Black enemigo, al igual que toda aquella tormenta de proyectiles que se dirigían hacia la titán, era completamente inocuo para ella. A pesar de aquel despliegue armamentístico, se seguían quedando cortos de potencia para lograr hacerle daño.

Sabiendo perfectamente que aquel ejército no representaba ningún peligro real para ella, Satsuki continuó atravesando despreocupadamente el campo de batalla en línea recta, en dirección hacia su principal objetivo. La titán llevaba puesto su equipo de combate completo, aunque aún no se había encontrado en la necesidad de recurrir a ninguna de sus armas. Sus masivas botas sísmicas se abrían paso por el campo de batalla como si se tratase de una catástrofe natural, dejando un rastro de destrucción a su paso a medida que la titán caminaba a través de las posiciones defensivas y las fortificaciones de Phobos, llevándose por delante vehículos blindados, batallones enteros de infantería e incluso algunas estructuras construidas con oricalco y hormigón. Satsuki no estaba poniendo especial esfuerzo en resultar destructiva; aquello era tan solo la consecuencia obvia de que una criatura de su tamaño caminase a través de aquella zona. Al fin y al cabo, aún no había logrado encontrar al subordinado que prácticamente la había forzado a intervenir personalmente en aquella batalla.

Mientras caminaba, Satsuki no podía evitar preguntarse si quizás ella misma habría matado a Hammerhead sin darse cuenta. Sabía que el Comandante Ironclaw no tenía Goliats en su ejército, y había permanecido atenta por si encontraba alguno en aquel campo de batalla, pero tampoco se lo había pensado demasiado a la hora de colapsar un buen número de estructuras subterráneas o destruir a su paso la superestructura de algunos bunkers, sin preocuparse mucho de la posibilidad de que Hammerhead se encontrase allí dentro. Sin embargo, aquella no era una misión de rescate, y el Comandante Hammerhead lo sabía perfectamente desde que había decidido ponerla a ella entre la espada y la pared. Si lo encontraba, quizás le facilitaría la evacuación, o quizás lo abandonaría a su suerte y confiaría en que sus tropas acatasen las órdenes que les había dado el Comandante Krieg. Todo dependería de si lo primero que recibía por parte de Hammerhead era una disculpa o un reproche.

Cuando se encontró a casi tres kilómetros del tanque Black, Satsuki se llevó la mano derecha a su espalda y desacopló su cuchilla psiónica del soporte magnético de su catsuit táctico, sosteniéndola firmemente entre sus dedos. El vehículo enemigo había comenzado a disparar con todas sus armas secundarias. Los cañones Chimera agotaban sus opciones, y habían dejado de intentar atravesar su piel con municiones perforantes para probar suerte con proyectiles incendiarios y armamento químico. Sin embargo, ni el napalm ni las municiones corrosivas lograban siquiera ralentizar su avance; lo único que conseguían era dejar algunas manchas en las nanofibras su indumentaria. Los cañones automáticos enviaron una tormenta de plomo contra ella, pero debido a su limitado ángulo de disparo, apenas lograban impactar por debajo de sus rodillas, y la mayoría de aquellos proyectiles detonaban o rebotaban contra el blindaje de sus botas sin causar daño alguno. Cuando la tripulación del masivo vehículo confirmó que aquellas armas no tenían efecto, el tanque Black finalmente comenzó a moverse. Aquella fortaleza móvil comenzó a retroceder en línea recta, acelerando poco a poco hasta alcanzar una velocidad punta de ochenta kilómetros por hora; algo sorprendente para un vehículo de semejante tamaño que avanzaba marcha atrás, pero un esfuerzo insignificante en aquella situación. Al tratarse de una maniobra desesperada, el propio vehículo no tomó ninguna precaución y se limitó a avanzar en línea recta, arrollando también a sus propios aliados y dejando a su paso una estela de destrucción parecida a la que la propia Satsuki dejaba a su paso. La Comandante Aldrich no pudo evitar que su apático rostro dibujase una pequeña sonrisa por un segundo al contemplar aquella escena. Durante unos segundos, aquella apatía se convirtió fugazmente en satisfacción. No había muchos en Acies que pudieran asustar y desesperar de aquella forma a la tripulación de un tanque Black de Phobos.

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