Capítulo 18

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La irrupción de aquel Lich en la estación de monorraíl fue rápida, caótica y extremadamente violenta. La horda de zombis psiónicos avanzó contra las balas que les recibían sin apenas bajar el ritmo, asumiendo bajas menores mientras abrumaban con sus números a las tropas de Deimos. La posición de ametralladora pesada que los soldados de la organización habían improvisado cayó a los pocos segundos del inicio del ataque, cuando una dispersa lluvia de granadas la hizo desaparecer en medio de una cegadora deflagración de fuego y metralla. Los zombis psiónicos no disparaban con un nivel de precisión ni remotamente aceptable, pero contaban con la ventaja de no tener miedo a avanzar contra el fuego enemigo y ser capaces de seguir luchando mientras aún tuviesen el cerebro intacto y les quedasen suficientes extremidades aún unidas al cuerpo. La superioridad numérica de aquella horda de cadáveres reanimados era insalvable, y los defensores de la estación no eran capaces de contenerla. Si no era por las balas perdidas que aquellos rifles de asalto vomitaban en direcciones casi aleatorias, era por las granadas que los zombis no dudaban en usar para inmolarse contra sus enemigos cuando estaban lo suficientemente cerca. De un modo o de otro, cuando la barricada sucumbió, aquel ejército de muertos no tardó ni medio minuto en aniquilar a las escasas tropas que habían sido el último bastión de la Comandante de Deimos.

El campo de fuerza psiónico de Persephone era la única razón por la que aquella violenta tormenta de fuego, carne y neomitrilo que había irrumpido en la estación no se había llevado también por delante a la oficial y su asistente. Hans observó con horror cómo todo sucedía en un margen de apenas unos segundos. Aquellos muertos andantes caminaban con torpeza, pero se movían sorprendentemente rápido, embistiendo con sus cuerpos, disparando con sus armas y autodestruyéndose a la menor oportunidad de causar daño. Los disparos y explosiones resonaban por la estación. Los cañones de las armas y las explosiones de las granadas iluminaban la tenue estancia con sus brillantes destellos y fogonazos. Sangre, carne, metralla y fragmentos de armadura volaban en todas direcciones. Tan solo habían sido necesarios unos pocos segundos para que la estación se convirtiese un matadero humeante y sanguinolento. Y, en medio de aquel desolador panorama, flotando sobre la horda de cadáveres andantes que poco a poco los rodeaban a ambos, se encontraba de nuevo aquel monstruo que el asistente vio hacía algunas semanas y al que felizmente dio por muerto.

El Lich los fulminaba a los dos con la penetrante mirada de aquellos dos ojos completamente blancos, los cuales casi parecían estar inyectados en sangre, enrojecidos de rabia. Aquel supersoldado apretaba los dientes y cerraba los puños, a duras penas capaz de contener la furia que recorría cada centímetro de su cuerpo. Hans permaneció junto a Persephone, sosteniendo con firmeza la empuñadura de su lanzallamas. Aunque su armadura lo disimulase, lo cierto era que le temblaba el pulso. Alrededor de ambos, algo más de doscientos de aquellos autómatas de carne con armaduras negras se congregaban, rodeándoles. Al principio, aquellos zombis psiónicos habían estado acribillando a disparos el campo de fuerza, hasta que la futilidad de aquel acto probablemente hizo que el psíquico que los controlaba les diese la orden de alto al fuego antes de que agotasen sus limitadas reservas de munición. Desde el interior de su casco, Hans permanecía con la mirada clavada en los ojos del Lich, alegrándose de tener puesta aquella protección y no tener que mirarlo cara a cara directamente.

- ¿Sorprendida de verme, Irina?- Preguntó Nihil, con un gran resentimiento en su tono de voz.

Persephone permaneció inmóvil y en completo silencio durante algunos segundos, aún mirando a aquel supersoldado con una expresión atónita en el rostro. Lo cierto era que sí que estaba sorprendida de verle. En aquel momento, la Banshee tenía sentimientos conflictivos respecto a aquel encuentro. Por un lado, en todas aquellas semanas no había logrado apartar de su mente el momento en el que atravesó el pecho de Nihil con su lanza psiónica, y aquel recuerdo la atormentaba. Persephone no podía evitar sentir un cierto alivio al comprobar que el hombre al que creyó haber matado aún seguía con vida. Sin embargo, la oficial de Deimos no era ninguna estúpida. A pesar de su aflicción al respecto, también entendía que hubo una muy buena razón para verse obligada a atravesar a aquel otro supersoldado con una lanza psiónica. Ahora que se había recuperado de sus heridas, el Lich volvía a ser un enemigo que amenazaba con matarla a ella y a todas las personas que la rodeaban.

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