Capítulo 19

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La estruendosa voz de Persephone retumbó en toda la estación. Cada sílaba pronunciada proyectaba una leve onda telequinética involuntaria que levantaba la capa de polvo y ceniza que se había acumulado en el suelo de la estación. El escaso humo que aún se elevaba en el aire proveniente de las débiles ascuas que aún no habían terminado de extinguirse se estremeció, como si un viento fuerte lo arrastrase. Cada palabra hacía eco y resonaba contra los paneles de oricalco que reforzaban la estructura. Incluso los cadáveres calcinados más cercanos a la Banshee parecían desplazarse ligeramente, arrastrados por aquellas ondas de fuerza. Sin embargo, para sorpresa de la oficial de Deimos, ninguno de los enemigos presentes en aquella ocasión pareció reaccionar de ninguna forma ante la extrema potencia de su voz. Aquella dañina onda de choque que estremeció toda la habitación no inmutó a aquel hombre que había frente a ella, ni a las dos supersoldados que permanecían a su lado.

Klaus notó cómo sus propios labios se contorneaban ligeramente en una sutil sonrisa. Lo sabía todo sobre aquella Banshee, tras haber leído todos los informes que la resentida Dra. Olsson constantemente ayudaba a filtrar a la Administración Central de Prometheus Labs, en Icarus Rest. Era posible que él supiera más sobre aquella supersoldado de lo que la propia Persephone sabía sobre sí misma. La vida no había sido amable con ella; pero, aun así, aquella mujer siempre se las había apañado para vivir un día más. Si aquello era una cuestión de suerte o de talento, era algo que el oficial de Phobos desconocía, pero estaba deseando averiguar. Ya no había nada tras lo que excusarse, ni nadie detrás de quién esconderse. Aquella mujer de más de cinco metros y medio de altura, con garras, tentáculos y un inmenso poder psiónico latente era ahora un mero animal acorralado, que tendría que darlo todo si aspiraba a volver a merecerse otro día más de vida.

- ¿Está segura de ello, Comandante Persephone?- Preguntó Klaus.

Persephone dedicó una mirada hacia sus temblorosas manos. Por más que intentaba tranquilizarse, aún no lograba calmar su mente. Podía sentir sus dos corazones latiendo de forma asíncrona a un ritmo extremadamente acelerado; a mucha mayor velocidad de la que un cuerpo humano sin modificar podría soportar sin que la propia presión sanguínea lo reventase desde dentro. A lo largo de los años, Persephone había visto a muchos otros supersoldados creados por Prometheus Labs lanzarse al combate sin vacilar, como si matar y morir fuese algo natural y obvio para ellos. Sin embargo, ella no era capaz de hacer lo mismo. A pesar de todo, tras tantos años y tantas experiencias, en el fondo no dejaba de ser la misma Irina a la que los soldados de Deimos un día arrancaron de su hogar y llevaron a aquel laboratorio donde la convirtieron en un monstruo. Persephone intentó apartar cualquier atisbo de pensamiento melancólico de su mente y miró en dirección hacia el Comandante Richter, mientras se esforzaba por no exteriorizar todo lo patética que podía llegar a ser.

- ¿Acaso tengo elección?- Preguntó Persephone, dibujando a regañadientes una nerviosa sonrisa en sus morados labios.

- Me temo que las elecciones son algo reservado para los ganadores- Respondió el oficial de Phobos, ignorando de nuevo el efecto que la voz de su enemiga tenía en el entorno a su alrededor.

Antes de que Persephone pudiese pensar en algo que responder o reuniese el valor suficiente como para preguntarle al oficial de Phobos por qué parecía ser inmune a los efectos de su voz, Minerva comenzó a deslizarse sobre sus tentáculos para acercarse unos metros más a ella, mientras volvía una vez más a reír como si fuera incapaz de controlar sus emociones. Persephone sintió un escalofrío recorriendo la espalda con tan solo contemplarla. Aquella otra Banshee prácticamente se había dado una ducha con la sangre de Nihil. Su uniforme de oficial de Phobos estaba echado a perder, y su piel morada se encontraba manchada por los fluidos vitales del Lich al que había matado de la forma más sanguinaria en la que Persephone jamás había visto morir a alguien. Y, sin embargo, pese a estar empapada en sangre de un aliado al que había asesinado a sangre fría, aquella mujer reía como si fuese incapaz de ocultar lo divertido que todo aquello le resultaba.

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