Capítulo 17

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La intensa tormenta que castigaba la provincia de Yersinia Terra se volvía más intensa a cada hora que pasaba. Conforme atardecía, la luz ambiente se iba volviendo cada vez más tenue y poco a poco aquel pantanoso lugar iba sumiéndose en la penumbra. La lluvia continuaba anegando el terreno, encharcándolo y volviéndolo cada vez más impracticable para la infantería y los vehículos ligeros. Los truenos retumbaban por todo el campo de batalla, pero apenas era audibles entre los estruendosos disparos de la artillería. Las densas nubes que cubrían todo en miles de kilómetros a la redonda no dejaban ver las tres siniestras lunas de Erebus, pero cualquiera que fuera lo bastante supersticioso sabría perfectamente que aquellos incomprensibles astros se encontraban allí arriba. Quizás las nubes las ocultasen de la vista, pero no podían ocultar los malos augurios que se les atribuían a aquellas luces en el cielo nocturno.

Las tropas de Phobos en la región estaban llevando a cabo una vez más un asalto masivo contra las posiciones defensivas de Deimos. Sin embargo, a diferencia de los asaltos organizados tiempo atrás por el ya difunto Comandante Ironclaw, las tropas dirigidas por el Comandante Richter estaban teniendo mucho más éxito a la hora de ganar terreno y causar daños graves al ejército y las instalaciones de aquellos traidores. Su avance era imparable, y las tropas de Deimos no hacían más que perder terreno ante las enormes máquinas de guerra que el Comandante Richter había traído desde Atlas Dominion. El oficial de Phobos había dejado seis de sus tanques Black en retaguardia, proporcionando apoyo de artillería con sus cañones Armagedón. Aquellos vehículos tomaban como objetivo los puntos más vulnerables de la red de trincheras de Deimos y cualquier clase de posición fortificada que fuesen capaces de identificar. Cada vez que uno de aquellos descomunales obuses impactaba contra el terreno, la tierra se estremecía y miles de toneladas de fango salpicaban en cientos de metros a la redonda. En el lugar de impacto tan solo quedaban enormes cráteres humeantes. Las estructuras que eran tomadas como objetivos desaparecían como si jamás hubiesen existido, y encontrar restos humanos identificables era absolutamente impensable. Cada uno de aquellos impactos de artillería era como si un pedacito de Acies quedase borrado de la faz de Erebus.

Las tropas que el Comandante Richter había designado como su punta de lanza avanzaban de forma lenta pero implacable hacia el búnker de mando de Deimos en aquella región. El Magnus Bellum iba por delante de todos los demás vehículos, tomando la posición central en la formación y atrayendo la mayor parte del fuego enemigo hacia sus impenetrables campos de fuerza. Los seis tanques Black que lo acompañaban permanecían en formación de hilera a ambos lados del vehículo insignia, con un espacio de separación de aproximadamente quinientos metros entre ellos. Aquel formidable bloque de asalto compuesto por siete tanques ultrapesados se abrían paso por la fuerza a través de las fortificaciones de Deimos, mientras actuaban como cobertura para las unidades más ligeras. Detrás de los tanques Black, aminorando la marcha para utilizar los enormes vehículos como cobertura, la formación era seguida de cerca por varios centenares de tanques Virus. Aquellos vehículos de menor tamaño se mantenían fuera del ángulo de disparo del armamento antitanque enemigo y permitían que los campos de fuerza de los tanques Black bloquearan los miles de proyectiles que el ejército de Deimos disparaba en sus vanos intentos por frenar su avance.

Cuando las potentes armas coaxiales o los sistemas de artillería Chimera de los tanques Black neutralizaban las principales amenazas que aquel imparable bloque de asalto encontraba a su paso, los tanques Virus aprovechaban su maniobrabilidad superior para tomar posiciones de ataque a ambos lados de cada tanque Black y disparar contra las tropas enemigas que sobreviviesen al embate inicial o quedasen rezagadas. Tras realizar aquellos ataques, los tanques Virus dejaban que los Black se adelantasen de nuevo y volvían a la seguridad de la retaguardia, antes de que el armamento antitanque de Deimos tuviese la oportunidad de contraatacar. Aquella formación, que era constantemente orquestada por el propio Comandante Richter desde dentro de su vehículo insignia, estaba resultando extremadamente efectiva contra las cada vez más desesperadas y desorganizadas fuerzas de Deimos.

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