Capítulo 11

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Coordenadas dimensionales:

Año 8.961 del calendario zyonista

Erebus

Región de Acies

Phobos Prime, Phobia Aegis

Desde las altas torres de oricalco de Phobos Prime, siempre resultaba difícil saber si era de día o de noche. La gruesa capa de contaminación que se había formado sobre la ciudad prácticamente bloqueaba la luz que emitía la atmósfera de Erebus durante los ciclos diurnos. Sin embargo, desde los niveles superficiales, por debajo de los cien metros sobre el suelo, determinar si era de día o de noche resultaba tan imposible como irrelevante. Aquellos estrechos callejones que quedaban entre las masivas estructuras de oricalco estaban iluminados tan solo por las luces de neón rojas, y se volverían negros como una habitación oscura si aquellos neones se apagasen. De todas formas, aquello no importaba a Alisa. Ella siempre había opinado que, para un habitante de aquella ciudad, el día o la noche eran una simple cuestión de actitud. Quizás ella no tuviera forma de saber si era de noche, pero definitivamente aquello se sentía como una cacería nocturna.

Alisa caminaba tranquilamente por aquel callejón, a paso relajado. Las luces rojas que iluminaban aquel siniestro lugar hacían que su cabello rubio pareciese naranja, y daban un peculiar brillo violeta a sus ojos azules. Su ropa, en cambio, no desentonaba en exceso con aquel agobiante entorno. Al fin y al cabo, aquella corta y oscura falda y aquella camiseta de tirantes de color negro habían sido compradas en aquella misma ciudad, y lo cierto era que no había demasiados colores para elegir en aquellas tiendas. Conforme andaba, sus botas de cuero sintético iban dejando un rastro de pisadas rojas sobre aquel metálico suelo. Tras despedazar a aquel hombre con sus poderes telequinéticos, la psíquica había caminado sin más sobre sus desfigurados e irreconocibles restos, y lo había dejado atrás sin dedicarle un segundo pensamiento. En realidad, no tenía ningún interés en él; ni siquiera había disfrutado especialmente al hacerle daño. Si no se hubiera interpuesto entre ella y la presa que había escogido, no se habría siquiera molestado en matarle. Pero por supuesto que no pudo resistirse a convertirse en un obstáculo para ella; por supuesto que intentó hacerse el héroe. Sin embargo, ya no importaba; ahora era una mancha roja en el suelo que había dejado atrás. La mujer a la que perseguía, en cambio, tenía toda su atención.

Era probablemente algunos años mayor que ella, pero aún era joven. Vestía un elegante uniforme de color oscuro, con una falda que le llegaba hasta la rodilla, similar a la ropa que utilizaba el personal administrativo de Phobos. Quizás trabajase en la Torre del Terror, que se encontraba a escasos veinte kilómetros de allí, o quizás en cualquiera de las oficinas que las megacorporaciones tenían por todo el distrito financiero. Cuando se cruzó con ella minutos atrás, en una calle más amplia y concurrida, Alisa se quedó prendada de aquel cabello negro, largo y liso y de aquellas peculiares facciones que tenía. Aquello, unido al tono de piel pálido que todos los habitantes de Phobia Aegis tenían, evocaba en su mente la imagen de la mujer que era el centro de todas sus obsesiones. No podía dejar pasar sin más aquella oportunidad. Alisa siguió a aquella mujer y al hombre que la acompañaba y aguardó pacientemente su momento. No sabía si él era su pareja, su hermano o un simple compañero de trabajo, pero no le importaba; era un obstáculo que no dudó en eliminar tan pronto como se interpuso en su camino.

Alisa se estremeció al escuchar cómo los pasos de los zapatos de tacón de aquella mujer retumbaban en el metálico suelo de aquel silencioso callejón mientras corría desesperada. También podía oír sus lamentos y jadeos, junto con sus desesperadas súplicas de ayuda, lanzadas al aire con toda la fuerza de sus cuerdas vocales. Era probable que alguien alcanzase a oírla, pero aquello no preocupaba a Alisa. En aquella tétrica ciudad, era impensable que alguien se adentrase en un callejón de cuyo interior provenían aquellos desgarradores gritos; e incluso si algunos soldados de Phobos la descubrían, no le resultaría difícil hacerles lo mismo que ya le había hecho a aquel cretino entrometido. Nadie podía en aquel momento interponerse entre ella y la mujer que había decidido amar a su retorcida manera aquella noche.

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