Capítulo 10

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Aunque no estuviese acostumbrada a que se los echasen en cara, Satsuki sabía que a menudo cometía errores. La fuerza siempre había sido su mayor virtud y su mejor forma de afrontar los problemas; y aunque con los años había acabado aprendiendo bastante sobre gestión y estrategia, era más una cuestión de insistencia que de talento. No en vano, su ducentésimo cumpleaños cada vez parecía estar más cercano. Era imposible vivir tanto tiempo en Erebus sin acabar desarrollando un sexto sentido para los problemas; especialmente cuando se había pasado tantos años prácticamente viviendo en el campo de batalla. No había muchos en Acies que pudieran igualar su experiencia en combate; y quienes lo hacían, no podían rivalizar con ella en fuerza. Aquello siempre le había permitido un cierto margen para equivocarse sin tener que asumir todas las consecuencias de sus errores. Sin embargo, aunque no sufriera las consecuencias de sus actos, Satsuki odiaba equivocarse. No le gustaba quedar en evidencia ni ante sus subordinados ni ante sus enemigos. Excepto en aquella ocasión.

Satsuki realmente deseaba con todas sus fuerzas estar equivocada. Tenía la esperanza de que su sexto sentido, encargado de traerle pensamientos pesimistas, estuviese equivocado en aquella ocasión. Cuando le dijo a Persephone que el ataque a Santven se repetiría, en el fondo le habría gustado equivocarse. O al menos, no tener razón de una forma tan tajante. En aquel momento, el holograma monocromático de Satsuki que se proyectaba en aquella sala de reuniones tenía en el rostro una expresión alterada muy impropia de la fría e imperturbable Comandante Aldrich. A pesar de lo siniestro y poco expresivo que normalmente resultaba aquel holograma compuesto a base de tonos de luz roja, Satsuki era incapaz de ocultar la angustia que se había apoderado de ella. En aquella sala, en las profundidades de la instalación secreta de Deimos, todo su Círculo Interno se encontraba sentado alrededor de aquella mesa, participando en aquella reunión de emergencia que había convocado. Cada uno parecía estar afrontando la situación a su manera, pero todos ellos sin duda habían sido perturbados por lo que estaba sucediendo.

Tal y como Satsuki se había apresurado a vaticinar, la destrucción de Santven había sido solo el principio. Desde entonces ya habían pasado veintidós días, y otras ocho ciudades habían corrido el mismo destino. Al principio, los ataques no eran tan intensos. Después de que cayera Santven, la segunda ciudad tardó cuatro días en ser atacada. Por aquel entonces, pasaban varios días entre ataques. Sin embargo, Phobos se había vuelto muy eficiente haciendo aquello, y durante los últimos cuatro días los ataques habían pasado a ser diarios. Si perdían una ciudad por día, Deimos estaba destinada a desaparecer muy pronto. Ni siquiera Satsuki podía mantener la calma ante una situación así. Sus esfuerzos de medio siglo estaban siendo destruidos sin que pudiese hacer nada al respecto. En menos de un mes, las bajas entre civiles y militares ya superaban los treinta millones, y la economía de Deimos estaba al borde del colapso. Ante aquella catástrofe, Satsuki acabó recordando lo que era la impotencia; el sentir que las cosas escapaban a su control. Aquello era, a su manera, igual que cuando tuvo que rogar por su vida a Asatur. No parecía un problema que pudiera resolver por la fuerza, y si descartaba la fuerza, no le quedaban muchas más opciones.

Desde donde se encontraba, mirando la pantalla de su ordenador de mano a cientos de kilómetros de aquel búnker, Satsuki paseó una mirada casi suplicante por todos sus oficiales, empezando por Hammerhead en el lado izquierdo hasta terminar por Persephone, que se encontraba a la derecha de su proyector holográfico. A diferencia de en las anteriores reuniones, la titán llevaba puesto su equipo de combate, y estaba preparada para salir corriendo y atravesar todo su territorio como una gigantesca apisonadora si era necesario con tal de interceptar la nueva superarma que Phobos había estado utilizando. Después de tres semanas siendo atacados, todavía no habían logrado averiguar nada. Los ataques eran repentinos, imposibles de anticipar y no dejaban rastro alguno más allá de un mismo patrón de destrucción que no lograban identificar. Aunque no tuviese ni idea de a qué se enfrentaba, Satsuki aún confiaba en su propia fuerza. Si aquel arma fuese capaz de matarla, ya la habrían utilizado contra ella. Sin embargo, la estaban utilizando para destruir unos recursos que durante medio siglo habían estado luchando por recuperar. Aquello tenía que significar que Phobos sabía que no podían matarla, por eso en lugar de tomarla a ella como objetivo, estaban masacrando a sus subordinados. Querían hacerla perder lo que le había llevado tanto tiempo construir; un ataque dirigido contra su mente y su espíritu, no contra su cuerpo. Por desgracia, a diferencia de todas las armas nucleares y disparos de cañón Armagedón que le habían lanzado, aquello sí que estaba logrando causarle daño.

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