Capítulo 3

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Hans observó con cierta apatía cómo nuevos indicadores rojos aparecían en el mapa holográfico de la sala de estrategia. La situación táctica se actualizaba en tiempo real, conforme los equipos sobre el terreno informaban a la base de sus propios movimientos en el campo de batalla y señalaban cualquier actividad enemiga que fuesen capaces de detectar. Durante una escasa fracción de tiempo, las tropas de Deimos habían sido las que habían avanzado contra las posiciones de Phobos, atacando varias fortificaciones en un total de treinta y dos puntos que ilusamente habían considerado "vulnerables". Aquellos asaltos habían provocado que Deimos perdiese a más de cuarenta mil efectivos en apenas diez minutos, y el efecto de lanzar aquella ofensiva contra las defensas de Phobos había sido el mismo que patear un avispero. Ante aquella provocación, el Comandante Ironclaw había contratacado sin dudarlo, enviando una oleada tras otra de tropas contra aquella posición. Realmente parecía dispuesto a cumplir sus amenazas y tomar el búnker de mando de Deimos aquella misma noche. El mapa holográfico estaba cubierto de puntos rojos que se aproximaban desde el norte, y aunque las tropas de Ironclaw ya habían asumido más de cien mil bajas, la intensidad de su ataque no aminoraba lo más mínimo. Parecía dispuesto a sacrificar hasta el último soldado con tal de reventar el búnker de mando de Deimos aquella misma noche.

Un peculiar sonido de golpeteo hizo que Hans apartase finalmente la mirada de aquellos indicadores rojos. Frente a él, la Comandante Persephone permanecía inclinada junto al mapa, con la afligida mirada de sus ojos negros y rojos perdida en aquella información táctica, estremeciéndose cada vez que nuevos escuadrones enemigos eran detectados y cada vez que uno de los indicadores de tropas aliadas se desvanecía. Sus quitinosos dedos, que habían permanecido apoyados sobre el metal de aquella mesa que proyectaba el mapa holográfico, habían comenzado a temblar. Aquella Banshee parecía estar al borde de las lágrimas. Por más que se había esforzado en gestionar los recursos que Deimos había puesto a su disposición, y por más que había logrado con lo poco que tenía, aquello nunca parecía ser suficiente. Phobos siempre tenía más tropas con las que reponer sus bajas, y el Comandante enemigo siempre era capaz de desplegar un arma más mortífera que las que ya la habían estado atosigando durante los últimos años. Todos sus esfuerzos siempre resultaban demasiado insignificantes en comparación con el problema que todos esperaban que ella, de algún modo, fuese capaz de resolver.

Hans no podía evitar sentir lástima por aquella atormentada criatura. Por más que los años pasasen, Persephone seguía siendo la misma niña psíquica asustada a la que veinte años atrás Deimos arrancó por la fuerza de su hogar y su familia para convertirla en un monstruo en contra de su voluntad. Un monstruo sobre el que, al menor indicio de algo de talento, la organización no dudó en depositar demasiadas responsabilidades. Saltaba a la vista que ella estaba al borde del colapso y no aguantaba más aquella situación. Si la misma historia hubiese tenido lugar dentro de Phobos, quizás aquella Banshee habría dispuesto de los recursos y el personal para llevar a cabo algunas campañas exitosas y haberse convertido con el tiempo en una Comandante de cierto renombre. Quizás incluso podría haber resuelto con el tiempo sus problemas de baja autoestima y sus recurrentes ataques de pánico. Sin embargo, había tenido la mala suerte de haber nacido en el territorio de la facción que, eventualmente, iba a perder aquella guerra; y Deimos la había obligado a sentarse en la primera fila a contemplar aquel macabro espectáculo.

- ¿Estás bien, Irina?- Preguntó Hans, pese a conocer la respuesta.

Como si acabase de salir de un trance, Persephone se sobresaltó ante la voz de su asistente y miró a Hans como si hubiese olvidado que aquel hombre estaba en la habitación con ella. La Banshee apartó sus temblorosas manos de la mesa metálica, poniendo fin a aquel molesto sonido de golpeteo. Tras dudar unos segundos, mientras aún mantenía el contacto visual con los ojos de su asistente, Persephone se mordió los labios en un intento de que también dejasen de temblarle, y a continuación negó con la cabeza. El bloc de notas que la Banshee había dejado junto a ella, sobre la mesa, comenzó a levitar hasta situarse entre ella y Hans, flotando en el aire sobre el mapa holográfico, mientras aquellos rotuladores se dirigían también levitando hacia él.

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