Prólogo

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Si supiera que esta fuera la última vez que te vea salir por la puerta, te daría un abrazo, un beso y te llamaría de nuevo para darte más. Si supiera que esta fuera la última vez que voy a oír tu voz, grabaría cada una de tus palabras para poder oírlas una y otra vez indefinidamente.

Repasé una y otra vez en mi memoria esa frase que leí hace años y que no me hizo sentido hasta que le vi inmóvil en aquella camilla de hospital. Orgullosa de haberme quedado con la última palabra, jamás pensé que una frase lo alejaría para siempre de su hogar, "has traicionado a tu familia", le dije y nunca imaginé que no le volvería a ver hasta ese momento.

Cuando el jefe de seguridad de los Cham nos trajo la noticia sentí el mundo dar vueltas y vueltas a mi alrededor y caminé por los pasillos de ese enorme palacio como un alma errante, sintiendo que había perdido mi corazón, no le había visto en diez años, pensé que tendría tiempo, pero aquella noticia fue como un balde de agua fría, lo comprendí tarde, todos lo hicimos, el Conde de Cham fue aún más estricto, él lo borró de su mente el mismo día en que nuestro hijo salió del palacio, aunque creo que se hizo más viejo cuando supo del accidente.

Se culpó, si..., ella creía que aún lo hacía, cada segundo, en cada respiro, se maldecía, ella misma lo hacía, nunca debió tratarlo con tanta dureza, ¿Qué clase de madre era?, ¿acaso un título valía más que la felicidad de mi único hijo?, por diez años viví con la esperanza de verlo llegar arrepentido, debí reconocer en su propia esencia él carácter de Philipp, cuando tomaba una decisión jamás volvía atrás.

Cuando fui llevada a su lado, observé con ojos llorosos su expresión inerte, parecía que los años no habían pasado por él, su pelo de un hermoso color castaño, adornaban con absoluta perfección su cara de niño bueno, nada había cambiado en él, solo que ahora el tiempo se había suspendido y una maquina lo mantenía con vida.

Con setenta y cinco años, seguía siendo condesa y el nombramiento del próximo sucesor de Cham era inminente, Phillip tenía hermanas, pero ninguna de ellas era digna, no tenían el temple ni el carácter para ser el próximo heredero de Cham y eso fue dejado en claro por todos lo que formaban parte de la nobleza.

Phillip era distinto a su padre, de un espíritu bondadoso y caritativo, de carácter fuerte pero muy amable, se enamoró a primera vista en un viaje que hiciera a Tailandia cuando apenas cumplía los dieciocho años, se casó a escondidas y por años mantuvo una doble vida, hasta que el Conde lo descubrió, luego la desgracia cayó sobre ellos, su vida se vio suspendida por un accidente del que poco se sabía, fue traído de vuelta pero no se le permitió a su mujer entrar en el palacio, no, ella no pertenecía a la familia, fue culpada por la desgracia de Phillip y expulsada sin siquiera permitirle despedirse de él.

Cinco años más tarde era otro aniversario de ese horrible día y fui a su habitación como era de costumbre, tomé su mano, le rogué que despertara, pero Phillip parecía cada vez más lejano y no daba ninguna señal de una pronta recuperación.

El viejo Conde por su parte estaba en sus últimos días, sus ojos heterocromáticos pronto se cerrarían para siempre, por eso me tomó por sorpresa cuando solicitó mi presencia en sus habitaciones.

¿Por qué me has llamado? — Pregunté desde los pies de la cama.

¿Has visitado a Philipp?, ¿prendiste una vela? — Me preguntó desde su lecho.

Rece por tu alma. Y por el alma de Philipp. — Reconocí.

Acércate, Lhio. Tengo algo que decirte... — Lo miré con rencor, había tanto en él que odiaba con toda mi alma.

No creas que me da pena verte en tus últimos momentos Phillipo, no conseguirás que se ablande mi corazón.

No pretendo que me perdones, Lhio. Solo tengo algo que darte. — Su también viejo sirviente sacó del elegante buró un colgante, lo reconocí al instante, era el sello de la familia, el Conde lo había mandado a hacer cuando Philipp cumplió la mayoría de edad, cada sello era distinto, especialmente tallados para cada uno de los descendientes Cham. — Es de Philipp. — Dijo ahogándose en la tos.

Lo sé..., ¿Por qué lo tienes tú?, ¿Quién te lo dio?

El sello vuelve a la familia cuando su dueño ha muerto, Lhio. Esa mujer, la esposa de Phillip me lo dió cuando le hicimos creer que él estaba muerto, Phillip debió hablarle sobre la tradición familiar. — Presioné el colgante contra mi pecho mientras trataba de asimilar todo lo que me estaba diciendo, aun después de todos esos años, dolía, dolía como el primer día, la culpa no me dejaba en paz.

¿Eso es todo? —Pregunté dándome la vuelta, Estaba a punto de irme cuando él me llamó nuevamente.

No, Lhionora..., eso no es todo, antes de que te vayas tengo algo más que decirte, algo que no sabes y que he callado por un largo tiempo.

¿No me digas que tienes otra mujer?, ¿ya te has aburrido de Anna?, ¿quieres que traiga a otro de tus hijos al palacio? — Le pregunté sarcástica.

No, no voy a pedirte que traigas otro de mis hijos a palacio Lhionora..., es sobre el colgante. — Poco me importaba su vida extramarital, a esas alturas de la vida ya nada podía hacerme más daño que ver a mi hijo en aquella cama.

No te entiendo...

Cuando Philipp cumplió los dieciocho le di otro colgante, para cuando tuviera su primer hijo...

¿De qué hablas?, ¿Dónde está ese otro colgante? — Pregunté confundida.

Con el hijo de Phillip. — Su corazón de pronto latió fuerte, como volviendo a vivir, tenía un nieto, un pedacito de Philipp, casi sin poder creerlo, me acerqué.

¿Dónde está ese niño? — Él sirviente me extendió un sobre.

Quizás en Tailandia, no lo sé, no he podido dar con su paradero. — Dijo él.

¿Estás buscando al heredero de los Cham?, ¿Por qué hablas ahora?, estaba segura de que te sentías muy contento con tus hijas... — El viejo Conde suspiró rendido.

Sabes muy bien que ninguna de ellas se parece en nada a Philipp, ambas son tercas, ambiciosas y demasiado orgullosas como...

¿Su madre? — Terminé por él. — Sí lo sé..., fue la mujer que escogiste para que te diera los hijos que yo no pude darte.

Sabes muy bien que necesitaba un heredero...

Te salió mal, ¿verdad?, tuviste hijos, pero Anna no pudo darte los varones que tanto querías... — Supe que ella lo había escuchado por que entró en la habitación tan pronto escuchó su nombre.

Mi lady, ¿Qué la traer por este lado del palacio? — Me preguntó con esa falsa sonrisa que ponía y que yo odiaba profundamente.

No sea entrometida Anna, puedes ser la amante oficial de Philippo pero yo sigo siendo la Condesa, lo seré hasta el día que me muera. — Levanté el mentón orgullosa, jamás se había dejado abatir, incluso en los días más oscuros yo siempre conservaba mi superioridad. — Tú solo ocúpate de tus hijas para que no sigan arrastrando en el lodo el nombre de la familia que yo me encargaré de mis asuntos... — Dije antes de salir sin despedirme del que fuera mi esposo por más de cincuenta años, estaba vieja, pero no moriría antes de conocer a mi nieto, sonreí por primera vez después de años, tenía que buscar al legitimo heredero.

Con manos temblorosas saqué del sobre la información que Philippo me había entregado, solo había un documento y el retrato de su hijo junto a un niño, eran idénticos, mismo pelo color café, misma sonrisa, mismas facciones y por supuesto él también había heredado la heterocromía de sus antepasados, no cabía dudas, aquel era el hijo de Philipp, su nieto.  

EL CHICO DETRÁS DEL TELÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora