CAPÍTULO 31

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Dedicado a todas aquellas almas presas, que nunca han estado en prisión pero que viven cautivas.

María José

 Estaba atribulada

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Estaba atribulada. ¿Y mi corazón? Afligido.

Me dolía lo más profundo del alma.

Me dolían las palabras, me dolía el engaño, me dolía.

Todo me dolía, respirar me dolía, pero lo que más me dolía era lo mucho que me afectaba la opinión de los demás.

Me dolía y lo odiaba en partes iguales.

Odiaba en sobremanera la forma en la que mis inseguridades conseguían salir a la luz cada que alguien hacia la mínima mención y me seguían afectando. Ya había vivido un suceso similar hace tan solo semanas y en esa ocasión me había prometido no sufrir más.

Me reí mientras mi pecho se oprimía.

Fue una risa sorda, cínica.

No sabía cuántas veces me había hecho aquella promesa y sin embargo ahí estaba yo, con el corazón en la mano y algo más que el orgullo herido.

Sufriendo.

¿Cómo se me ocurrió siquiera pensar que era buena idea venir? ¿En qué momento acepté una celebración en la que yo fuera el centro de atención?

Era cierto, en ningún momento. Pero aquí estaba y pese a que una parte de mí, (la más ilusa, a mi parecer) fue aquella que se convenció de que como este sería mi primer cumpleaños en familia ellos serían más amables conmigo.

Que tonta había sido.

Había esperado que cambiaran cuando sabía perfectamente que loro viejo no da la pata. Yo solita me lo había buscado por haberme dejado arrastrar a este lugar.

Sentada en la orilla de la muralla, lejos de mis familiares en medio de la espesa oscuridad de la noche, estaba yo, no supe en qué momento me senté, ni como llegué aquí pero no podía importarme menos. Tenía los ojos vidriosos. Las lágrimas contenidas amenazaban con recorrer mis mejillas.

Así que exhale con fuerza.

No podía permitirme llorar.

Llorar no solucionaba nada, me repetía una y otra vez para contener el llanto.

Sentía la brisa costera alborotarme el cabello, las palmeras que se mecían al son de las olas que emitían un bonito sonido al estrellarse suavemente contra la bahía. Era un ambiente que trasmitía sosiego, tranquilidad. Todo lo contrario, a lo que yo sentía. Todo mi ser era un mar de emociones, pero no uno en calma, de eso nada. Por dentro me sentía como un mar movido por una tormenta hostil en medio de una noche fría y oscura. Estaba tan turbada que ningún pensamiento conseguía mantenerse a flote. Me estaba hundiendo, me estaba ahogando dentro de mi propio mar.

Fake or genuine: Una Latina en AustraliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora