CAPÍTULO 30

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María José

  Más alegre que palenquera con ponchera nueva

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  Más alegre que palenquera con ponchera nueva.

Esa era la expresión más próxima que podía encontrar para describir el sentimiento de felicidad que en lo que llevaba del día, había experimentado.

Mi día comenzó con un Zac sonriente posicionando una bandeja llena de delicias en mis piernas.

Mi corazón se enterneció con el gesto.

Nadie me había llevado el desayuno a la cama. Nunca. Mamá decía que era una mala costumbre, tanto así que cuando enfermaba papá me cargaba para que desayunáramos todos en el comedor, un gesto muy dulce, a mi parecer, pero en lo profundo de mi corazoncito siempre había anhelado esto.

Estaba tan contenta que ni siquiera me preocupé por mi horrible aspecto mañanero.

Le agradecí el gesto en un tonto y soñoliento balbuceo y amablemente le ofrecí que desayunase conmigo.

Había suficiente comida para cuatro personas.

él se excusó diciéndome que ya había comido así que se limitó a cantarme el cumpleaños, muy desafinado debo agregar, pero a pesar de eso su voz no me pareció desagradable, es más me sentí especial.

Al escucharlo cantar tan despacio su versión del cumpleaños, mis mejillas se calentaron y no fui capaz de sostenerle la mirada.

Él al percatarse de mi gesto avergonzado se esmeró por cantar con mayor velocidad, más alto y hasta empezó a aplaudir.

Rápidamente, alcé la mirada y pude percibir el brillo de diversión que le producía mi timidez.

Infantil.

Lo sé.

Y yo que creía que era un hombre maduro.

Bufé y gire los ojos, irritada.

Bueno no, lo que hice fue esconderme entre las sábanas, pero justo cuando estaba a punto de jalar la sabana para esconderme de su mirada, recordé que si me movía demasiado podía tumbar la bandeja, así que desistí de esconderme.

Y gruñí, con las mejillas ardiendo, ahora por la rabia que me producía que se regocijase a mi costa, me alcé por encima de la bandeja y acallé sus alaridos posicionando ambas manos sobre su boca.

Él muy odioso se carcajeo y alzó las manos en rendición.

Falsa rendición, debo agregar porque podía ver la maldad en sus preciosos iris azules, pero lo solté.

No sin antes amenazar con sacarlo a patadas de la habitación si seguía cantando así.

Él dijo que no se iba a burlar más y que sólo iba a verme comer.

Estreche los ojos sin creerlo del todo, pero el hizo como si tuviese una cremallera en la boca y me dio una sonrisa de labios cerrados que le marco uno de sus hoyuelos y mi mirada perspicaz rápidamente se desvaneció.

Fake or genuine: Una Latina en AustraliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora