CAPÍTULO 37

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Zac Davenport

María José despertó de su letargo a mitad del vuelo y aun soñolienta, la obligué a tomarse el suero, tenía las ojeras muy marcadas, se veía verdaderamente cansada

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María José despertó de su letargo a mitad del vuelo y aun soñolienta, la obligué a tomarse el suero, tenía las ojeras muy marcadas, se veía verdaderamente cansada. Así que apenas se bebió la mitad, no le insistí para que bebiese más y dejé que siguiera descansando.

Durante todo el vuelo estuve muy pendiente de ella, no le despegue el ojo después de que ingirió el suero y lo cierto era que estaba sumamente agotado.

No había cerrado los ojos en horas y el asiento, pese a estar en primera clase, era de lo más incómodo. No porque no fuese confortable, si no que, a la hora de la verdad, los asientos estaban pensado para personas con medidas estándar y yo era un hombre grande, fornido. Mi espalda no entraba del todo en el espaldar y mis piernas pegaban incómodamente con el asiento delantero, a duras penas estaba sentado en el mullido cojín, suspiré con frustración e intenté acomodarme de lado para contemplar el pequeño cuerpo de María José.

Ella cabía perfectamente en el asiento, se veía tan pequeña y frágil, cuando dormía era sumamente tranquila e irradiaba dulzura y paz, en este punto podría pasar el resto de mis días contemplando su acorazonado rostro.

Suspire, incomodo y aparte la mirada. 

Sentía las miradas curiosas de los otros pasajeros, pese a que llevaba gorra y lentes de sol. Sabía que mi comportamiento empezaba a llamar la atención y mi vestimenta dejaba mucho que desear.

Y no era para menos, yo también me hubiese puesto receloso si veía que había un tipo corpulento vestido con coleres oscuros y con gafas de sol en un avión, cuando era de noche. Un tipo que sospechosamente había llegado sobre el tiempo, con una muchacha chiquita inconsciente y para colmo no le había quitado los ojos de encima ni un solo minuto.

Con esa descripción hasta yo habría sospechado de mí.

Me encogí un poco en el asiento, rehuyendo de las miradas. Si, estaba acostumbrado a sentirme observado, pero en esta situación se sentía más incómodo de lo usual. Bajé la visera de la gorra para que me cubriese la cara, no quería que pensaran que era alguna clase de enfermo acosador que estaba secuestrando a una chica indefensa y quería evitar, a toda costa, que algún pasajero tomase la iniciativa de alertar a las autoridades sobre un supuesto secuestro.

Sería un lío.

No, debía manejar un perfil bajo, así que agaché la cabeza un poco más, esperando que los pasajeros se olvidasen de la sospechosa situación y encontrasen algo mejor que hacer. Cerré los ojos un momento porque sentía los ojos arder del sueño y, sin querer, me rendí al llamado del sueño.

...

— Señor, ¡señor!, ¡SEÑOR! — una molesta voz se repetía una y otra vez era un sonido irritante como el de un mosquito zumbando al oído.

Hastiado y haciendo un esfuerzo monumental, abrí un ojo con cansancio.

La molesta vos venía de una irritada azafata — ¡Hasta que por fin! — exclamó la mujer poniéndose las manos en la cintura — Pensé que nos acompañaría en el vuelo de regreso — expresó sarcástica.

Fake or genuine: Una Latina en AustraliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora