°Capítulo 3°

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Por primera vez en mi vida, no tenía una respuesta, o al menos, una lo suficientemente inteligente como para salir bien librada de esta situación.

Miré a todos los costados de la minúscula habitación esperando encontrar las palabras adecuadas, y por más que lo intenté, terminaba una y otra en el mismo punto de inicio.

No podía decirle la verdad, eso ya lo tenía bastante claro, pero tampoco podía solo decir la primera escusa patética que se me cruzará por la mente.

No era yo tonto, estaba segura que sabía que significaba.

Luego de tanto estuve a punto de escusarme para ir al baño, pero justo en ese momento la puerta de la habitación se abrió de golpe, dejando entre ver la silueta alterada de mi padre y la clara mueca de incomodidad de la doctora sin nombre.

¿Acaso podría estar peor?

Ambos discutían de un tema del cual no me tomé la molestia de escuchar, puesto que al ver que ambos se detenían justo frente de mis narices para evaluarme con la mirada, yo en cambio, me voltee casi enseguida para observar la del chico de cabello blanco, pero él... ¡No estaba!

Me fijé en la parte de atrás de la cortina que cubría parte de mi cuerpo, del otro extremo de la habitación y aún así no logré ver nada.

Todo estaba vacío.

Casi estuve tentada en cerrar y abrir los ojos para cerciorarme de que era real lo que veía, pero por más que me repetía a misma que lo era, no podía creerlo, ¿A dónde había ido?

— Creo que debería volver a llevarla a terapia— está vez me centré en la voz de la doctora, quien no paraba de explicarle y sugerirle cosas a mi padre— su hija debe tener un control médico señor  De Vera, ha llevado su medicación a otro nivel, y ambos sabemos lo que ocacionará si sigue el rumbo que lleva.

— Está llendo a un grupo de apoyo— se escusó mi padre, como si el hecho de no haberme llevado desde hace meses a un nuevo especialista le restará gravedad al asunto.

— Eso no es suficiente— la mirada grisácea de ella se fijó por pocos segundos en mí. Sus ojos recorrieron cada centímetro de mi cuerpo, hasta luego acabar de nuevo en mis ojos. Sabía que significaba esa mirada. Muchas personas me habían visto de esa manera, así más de las veces de las puedo contar. Sentía lastima por mí, ella quería ayudarme, aunque como todos los demás no sabía cómo hacer para que yo misma lo hiciera — ¿Quién fue la última persona que estuvo tratando su caso?

— Natalia, una... Una antigua amiga de la familia, pero está retirada, hace mucho que no pasa ninguna consulta.

— Entonces su trabajo es buscarle un nuevo terapeuta a su hija señor De Vera— habló con fuerza— como verá, su situación es bastante delicada: Su cuerpo ha perdido mucha masa muscular, está débil, y bajo la presión que causan están pastillas— sacó un frasco de vidrio de su bata de hospital, en la cual para mí mala suerte dejaba a la vista mis preciadas pastillas— poco a poco empezarán absorberla más de lo que ya lo hacen. Su hija sufre de depresión, de anorexia, y ataques de pánico, tres factores que ya por separados son críticos para una persona que en vez de ayudarse a sí misma, no hace más que retroceder. Siempre he sido honesta con mis pacientes, y por tal motivo, le pido que no deje pasar demasiado tiempo— sus ojos miraron primero a mi padre, hasta detenerse una vez más en mí— porque de lo contrario, todo puede ser mucho más difícil después. Con su permiso, iré a firmar el alta.

Su cuerpo había desaparecido por la puerta, mientras que el silencio una vez más se adueñaba de la habitación.

Mi padre me miraba con cansancio y a la vez, con aquella angustia de no saber que hacer.

°Si tan solo fuera cierto°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora