Totosai atendía la forja móvil con diligencia desde muy temprano, como era su costumbre. Los constantes martilleos del metal ardiendo podían escucharse al menos una hora antes de la salida del sol, y para el campamento era prácticamente la alarma despertadora. Pese a que era un herrero muy competente y dedicado, nadie podría negar que era un poco... raro.
No tenía miedo de rechazar solicitudes y se manejaba en un estricto orden de prioridad, sin importarle a quién pudiera contradecir. Al único al que nunca rechazaba en nada era, por supuesto, al comandante Taisho.
No porque aquel fuera un dirigente temible y amenazante que expresara su urgencia con violencia. No. Podría ser un contrincante a quien nadie quisiera enfrentar, pero su ferocidad en el campo de batalla no era precisamente por lo que se había ganado el respeto de Totosai. Era por algo diferente, algo que valoraba mucho más que la destreza física.
El comandante era, en pocas palabras, un buen hombre. Un excelente líder que no le temía al trabajo duro y demostraba con elegancia su pasión por su tierra. En la humilde opinión del herrero, no había nadie más digno de ostentar su título de regente.
Podía ser franco con él, y en lugar de castigarlo por su insolencia, debatía saludablemente y no hacía uso de su poder para doblegarlo. Contaba con su total confianza, lo que le daba una carta abierta para hacer las cosas a su ritmo y no prestarle atención a las represalias. Si alguien se ponía exigente, no había más que recordarle que contaba con el permiso y la protección de su señor para aceptar o rechazar comisiones de trabajo. Totosai no podía simplemente fabricar armas en serie ―para eso contaba con un extenso grupo de ayudantes y aprendices―, pues creía firmemente que una buena arma debía ser forjada con verdadera dedicación para que ésta funcionara correctamente.
Sí, era un viejo raro. Muy poca gente compartía su visión.
Pero mientras el señor lo hiciera, nada más le importaba.
Por esto mismo, ni siquiera parecía inmutarse ante las demandas del hijo mayor del comandante. Más de una vez le había instado a forjarle una espada personalizada, una que fuera enteramente suya. Pero Totosai, fingiendo que aquel muchacho no lo intimidaba, se rehusaba. Detestaba trabajar bajo amenazas, y si él no sabía pedir las cosas con amabilidad, no estaba obligado a cumplirle.
Pero la visita de esa mañana fue diferente.
―¿Una kodachi*? ―preguntó extrañado. El joven entrecerró los ojos, sin repetirse―. ¿Tuviste un cambio de estilo y ahora prefieres una espada más corta?
―No es para mí.
Los ojos de Totosai, ya de por sí saltones, se abrieron todavía más.
―¿Y para quién es?
―No es de tu incumbencia ―espetó fríamente el otro. Si las miradas matasen ya estaría muerto desde hace tiempo, pensó Totosai.
―Me incumbe porque, en caso de que la hiciera, debería saber las especificaciones. Si es para un hombre no es lo mismo que si es para una mujer o un niño ―explicó con lógica―. Las medidas de la hoja, el grosor del mango, el tipo de material varían...
―Una mujer ―respondió el otro para hacerlo callar. Y vaya que lo logró. Totosai tuvo que contenerse magistralmente para no indagar más al respecto―. Dime si te molestarás en tomar el trabajo, no me hagas perder el tiempo ―completó, impaciente. Ya estaba acostumbrado a que le negara sus solicitudes. Consciente de esto, el astuto viejo preguntó:
―¿Por qué me lo pides a mí? Sabes que jamás he estado de acuerdo en fabricarte nada. No con esa actitud que tienes ―añadió en uno de sus raros momentos de valentía frente a Sesshomaru, el único que realmente le causaba pavor. Éste resopló por lo bajo, seguramente para controlarse, y dijo:
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Grabado en Piedra
FanfictionSessRin - AU - Rin nunca tuvo mucho interés en saber quién era el muchacho que la entrenaba clandestinamente. Para ella sólo era Yako, su amigo. Su... algo más. Pero al volver de una larga y cruenta guerra, Yako ya no es el mismo de antes. Ahora es...