13. Sin secretos, sin protocolos

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Sesshomaru apretó los puños con tanta fuerza que se clavó las uñas en las palmas de las manos. No podía decir que sólo estaba furioso, pues la maraña de emociones dentro de sí mismo le era totalmente inentendible. La ira y una desconocida vergüenza batallaban entre ellas, haciéndole recordar lo cerca, lo dolorosamente cerca que había estado de hacer algo irreversible.

Todo por haber tenido la debilidad de quedarse dormido antes de marcharse de esa habitación. Lo arduo de ese viaje más todo el tiempo que llevaba sin apenas dormir no eran excusa. No cuando sabía lo peligroso que era bajar la guardia.

De no haber despertado a tiempo... ¿con qué clase de escena se hubiera encontrado al recobrar el conocimiento? No quería ni imaginarlo.

―¡Sesshomaru, espera! ―lo llamó Rin en medio de ese pasillo exterior. Su voz sonaba afectada, lo que logró que sus puños se estrecharan más. Su cuerpo se puso rígido cuando la sintió estrellarse contra él, abrazándolo por la espalda―. Por favor... ven conmigo.

―No volveré a esa habitación ―su respuesta fue contundente. Afuera, una tenue llovizna caía copiosa, apenas haciendo ruido.

―No pensaba ir ahí ―sentía su rostro enterrado en sus tensos músculos. Quería sacudirla, quería irse; no podía verla a la cara. Lo último que le apetecía en ese momento era hablar. Las marcas que había hecho en su cuello le decían que lo mejor era mantener una buena distancia de ella.

El abrazo se debilitó un poco y uno de los brazos que lo envolvía por la cintura cayó hasta su mano. Los dedos de Rin abrieron pacientemente el puño que había formado, colando su pequeña mano en su palma. Lo hacía con cuidado, como si lo que estuvo a punto de hacerle nunca hubiera pasado.

―Hay algo que debo decirte.

―Suéltame.

―No lo haré.

―Rin ―insistió con voz dura, pero tuvo el efecto contrario. Ella se aferró más fuerte.

―No voy a soltarte.

Sentía el calor de esa delicada mano dentro de la suya, su cuerpo ceñido contra el de él. Casi podía sentirla mirándolo con sus enormes ojos castaños. Sin demanda, sin reproche. Sólo... paciencia.

Algo en su interior se agitó incómodo, como si miles de insectos se arrastraran bajo su piel. Estaba avergonzado consigo mismo, pero no sólo eso. Le asustaba lo cerca que había estado de matarla sin siquiera ser consciente de ello. Era una clase de impotencia que jamás había experimentado, siempre tan cuidadoso por evitarla. No era la primera vez que atacaba a alguien de esa manera, pero era la primera vez que se sentía tan asqueado por hacerlo.

Y aún así... ella seguía ahí, insistente en no dejarlo ir, ignorando el peligro que corría.

Contra todos sus instintos que le dictaban que se marchara, una parte de sí se encontró rindiéndose poco a poco. Estaba cansado. Al parecer, tantos años de experiencia en el campo de batalla no lo habían curtido para esto.

Terminó aceptando ese pequeño calor en su mano, esa inexplicable tozudez de parte de Rin. Quizás no era tan fuerte como creía para combatirla.

Casi pudo verla sonreír de alivio cuando cambió la mano que lo sujetaba y lo jaló para que la siguiera. Caminaron en silencio por el pasillo hasta salir del área de las habitaciones y llegar a un sitio apartado y en desuso por su mal estado. La estructura mostraba señales de las peleas que había visto contra los bandidos, detalles que el terrateniente había ignorado en reparar para enfocar sus energías en los lugares más necesitados del pueblo.

Tomaron asiento en el mismo pasillo, donde Rin dejó colgar las piernas y las estiró hasta que la lluvia cayó sobre sus pies. Sentir las heladas gotas era una forma de mantenerla enfocada en el presente.

Grabado en PiedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora