14. Shiroyama

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La multitud seguía clamando por la llegada de las tropas a sus espaldas, pero solamente una fracción de la procesión entró a los terrenos de la fortaleza. La comitiva de bienvenida permaneció en su posición mientras los sirvientes y miembros del personal se apresuraban a ocuparse de los caballos y a recibir a los heridos, que serían alojados y tratados en el castillo.

Sesshomaru desmontó, cediéndole las riendas a un criado, y la tomó de la cintura para ayudarla a descender. Agradeció que no la dejara saltar como las veces anteriores, porque estaba tan nerviosa que seguramente habría tropezado. Buscó seguridad en los tranquilos ojos de su prometido, y le sonrió mientras la posaba en el suelo. Él apretó un poco el agarre en su cintura antes de soltarla.

―Me alegra ver que estás bien, Sesshomaru ―la mujer de largo cabello negro se les acercó primero―. Bienvenido a casa.

Éste sólo asintió con la cabeza, y la dama posó su mirada sobre ella.

―Debes ser Rin Saito. Mi nombre es Izayoi Taisho. Recibe mi más cordial bienvenida, es un placer que estés aquí.

―Se lo agradezco mucho, señora Taisho, es un gusto conocerla ―hizo una reverencia, controlándose para que no le temblara la voz. A espaldas de la dama, la que imaginó que sería la madre de Sesshomaru se adelantaba hacia ellos con una mueca un tanto irónica en su rostro.

―Veo que sobreviviste, Sesshomaru ―observó cuando llegó a la altura de la señora Taisho―. Qué bueno.

―Madre ―espetó él secamente. La afilada mirada dorada se posó sobre Rin.

―Y has traído un recuerdo del otro lado del continente. Irasue Shirogane ―la joven hizo una nueva reverencia, pasando por alto aquel tono altivo.

―Rin Saito, señora. Un placer conocerla.

La mujer no respondió, sino que se le quedó viendo con los ojos entornados. No quería ponerse aún más nerviosa, pero le costaba trabajo no hacerlo. La señora Taisho, quizás notando la tensión, se apresuró a hacerle un gesto a su hijo menor para que se acercara.

El muchacho se paró al lado de su madre cruzando los brazos. No parecía muy contento.

―El héroe de Shikon vuelve a casa ―comentó, y su madre le frunció el ceño con desaprobación―. Bienvenido, hermano. Es un alivio ver que hayas vuelto sano y salvo. A diferencia de mi padre.

Incómodo. Rin no pudo evitar echarle un rápido vistazo a Sesshomaru. No parecía más feliz de verlo que su hermano pequeño.

―No has cambiado en nada, Inuyasha. Creí que a estas alturas habías dejado de ser un niño.

―Tú tampoco has cambiado, a excepción de las cicatrices y el nuevo título. Felicidades.

Súper incómodo.

Sesshomaru decidió no responder a esa provocación, lo que quizás lo molestó más. Soltó una exclamación de hastío, a lo que su madre volvió a reprenderlo.

―Inuyasha, sinceramente... ―musitó la dama en voz baja―. ¿No vas a saludar a la señorita?

El muchacho la vio de reojo y le hizo un breve gesto:

―Bienvenida.

―Me alegra conocerlo, joven Taisho.

Él puso una cara ceñuda, casi diciendo "seguro que sí". Qué carácter... Sesshomaru no le quitaba la mirada de encima a su hermano menor, cada vez más disgustado.

―Emplea la energía de tu berrinche en hacer algo útil, Inuyasha. Colabora con el acomodo de los heridos.

―¿Me estás dando órdenes? No tardaste en hacer uso del puesto de mi padre.

Grabado en PiedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora